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Domingo, 4 de septiembre de 2005

TELEVISION › ENTREVISTA A ALESSANDRA RAMPOLLA

“En materia de sexo, la tevé ayuda mucho”

La sexóloga más conocida de América latina vuelve con un nuevo programa.

 Por Emanuel Respighi

Durante la sesión fotográfica que se realiza antes de la entrevista, a Alessandra Rampolla se la percibe visiblemente incómoda, con cierta molestia. De hecho, la sexóloga que a través de la pantalla chica responde con total naturalidad a las más disparatadas preguntas sobre sexo le consulta al fotógrafo si cuando termina puede supervisar las fotos. Aunque con algunas dudas, el fotógrafo accede, siempre y cuando haya consenso a la hora de la elección. Ella, dice, prefiere el plano americano. Evidentemente, posar para la cámara es la parte del juego que menos le gusta. ¿Cómo puede ser que esta puertorriqueña que ruboriza a más de un televidente dando consejos masturbatorios y/o amatorios a través de la pantalla chica, para toda la región, se vea intimidada por el lente de una cámara fotográfica? “Nunca me gustaron las fotos –explica–. Pero es raro, porque desde chiquita soy de esas personas que pasan horas y horas frente al espejo, haciendo morisquetas y cambiando mis peinados. Creo que el problema es que cuando me sacan fotos me siento altamente vulnerable”, puntualiza.
–¿Esa vulnerabilidad ante la foto posada surgió desde que está en los medios?
–Sí, así es. Como soy muy crítica de cómo me veo, tomo todos los recaudos necesarios para salir lo más linda posible.
–¿O sea que no se siente del todo conforme con su cuerpo?
–Yo me llevo muy bien con mi cuerpo. Obviamente, tuve momentos en los cuales sufría más, pero es una etapa superada. Por eso, para no volver a divorciarnos, cuido mucho mi exposición. No tengo problemas con las fotos grupales, pero sí con las individuales. No me gusta posar para las fotos, ya que la gente espera de ese tipo de fotos un tipo de expresión o atractivo que no sé si tengo.
Sentada en el sillón de la escenografía de Intimamente, el nuevo programa que la sexóloga conducirá en Cosmopolitan (desde el 7, los miércoles a las 22.30), Rampolla dice estar “super feliz” de venir a la Argentina. Lejos de la inmutable sexóloga que da en cámara, capaz de incentivar la masturbación con una aspiradora o mostrar el lugar exacto del clítoris con una “vulva” gigante en su mano, la Rampolla cuenta que hacer realidad su vocación no fue fácil. “Desde quinto grado fui a una escuela de monjas y mi familia es muy religiosa”, comenta, acerca de su infancia en San Juan de Puerto Rico. “Al día de hoy, mis padres van a misa todos los domingos a la mañana, son muy practicantes, lo que da una pauta de cómo fue mi infancia... Encima, me mandaron a un colegio católico exclusivamente de niñas, por lo que cuando salíamos del colegio era la liberación. Había muchas hormonas circulando”, admite, en la entrevista, en la que cuenta cómo esa educación conservadora fue determinante para convertirse en la sexóloga mediática más popular de la región.
–Podría decirse, entonces, que su interés por el sexo fue casi un signo de rebeldía ante la opresión escolar...
–Puede ser, pero no reniego de esa educación. Creo que a nivel personal, el hecho de no competir con hombres me sirvió para construir una personalidad independiente. El no haber varones en el salón de clases les sirve a las niñas para no sentirse cohibidas por el sexo opuesto y sentirse seguras de las decisiones que toman. Muchas niñas suelen sentirse inhibidas ante la mirada del chico que les gusta. Aunque suene contradictorio, en mi caso, la escuela católica tuvo un sentido social progresista y feminista. Cuando llegué a la universidad me di cuenta de que yo estaba mucho más segura a la hora de discutir determinados temas.
–Es raro, porque por lo general suele ocurrir lo contrario: los cambios bruscos suelen ser causa de inhibición.
–Yo no sé cómo es aquí, pero en Puerto Rico la competencia es entre mujeres... No tuve más remedio que mostrar las garras y darme seguridad para poder progresar. Y eso lo veo en mis ex compañeras: ninguna es una pushover, una dominada, sino que todas son de tener mucha personalidad.
–Y en ese contexto secular, ¿cómo se filtró su interés por el sexo?
–En el último año de colegio tuve una clase titulada “Matrimonio”, en la que no nombraron la palabra sexo durante toda la cursada (risas). Nos explicaron cómo funciona el matrimonio, lo importante de mantener los votos, del diálogo, cómo ser una buena esposa... Nunca se habló de sexo. Esa visible omisión del tema funcionó como un arma de doble filo. Ignoraban el tema con tanta obviedad que me estimularon el pensamiento crítico. Fue mi propia curiosidad la que me hacía cuestionar la educación que recibía. Tenía que saber qué era eso que yo sentía en mi cuerpo...
–O sea que no le quedó otra que ser autodidacta respecto del sexo...
–Completamente. Y gracias a ser autodidacta mis amigas comenzaron a abrirse con el tema, porque yo era la única que compraba libritos de sexo.
–La “perversa” del grupo...
–Bueno, puede verse así... Pero no eran libritos de literatura erótica, sino que eran libritos más científicos, te enseñaban a tener relaciones sexuales, qué es un orgasmo... Libros que utilizaba para aprender lo que nadie me había enseñado. Los escondía en mi biblioteca y con mis amigas surgían conversaciones sobre sexo.
–¿Sus padres estaban al tanto de las compras de libros como de las charlas?
–Más o menos... Mi papá me había dado una fabulosa tarjeta de crédito por cualquier emergencia y para comprarme libros de estudios. Pero yo, cada vez que iba a la librería, compraba libros de estudios y le añadía siempre un librito de sexo.
–Su padre, entonces, financió su carrera sin saberlo...
–Mi carrera fue financiada por mi papá, a sus espaldas. Incluso, cuando ya había decidido ser sexóloga, decírselo a mis padres fue una situación muy traumática. Estuve meses practicando frente al espejo la manera adecuada de contarles la noticia. No me fue fácil ser sexóloga. Yo pensaba que al momento de contárselo, mis padres me iban a desheredar.
–¿Y? ¿Qué ocurrió?
–Cuando se los conté, mi papá me dijo que estaba bien e inmediatamente me tiró una catarata de preguntas, del tipo “¿y dónde se estudia?, ¿qué grado iba a tener?, ¿de qué iba a trabajar?” No hicieron ningún escándalo. Me sorprendieron mucho. Yo fui preparada con una lista de argumentos superestudiados para defender mi posición y mi libertad de elección. Pero no fue necesario utilizarla.
–¿Sus hormonas se desataron al llegar a EE.UU., entonces?
–Tenía más libertad como persona: el hecho de no estar en la casa de mis papás y no tener ojos juzgadores descomprimieron mi situación sexual. Pero nunca pude perder del todo la voz de la conciencia.
–Una voz de la conciencia que desapareció al momento de llegar a la TV.
–Tenía que averiguar cómo era ser sexóloga porque nadie sabía decírmelo. Entonces, me plantee estudiar, primero, terapia matrimonial. Empecé haciendo consultoría en terapia de pareja y siempre indagaba sobre la vida sexual, aunque no fuera el tema de consulta. Fue ahí donde me di cuenta de que en la mayoría de las parejas había inconvenientes que se desprendían de la vida sexual. Por eso me puse a estudiar sexología y enfoqué la práctica directamente a la sexualidad.
–Una sexualidad televisada y transmitida para millones de personas.
–La TV es una plataforma importante como vehículo de información. Al consultorio sólo va la gente que tiene poder económico y que se atreve a ir. En cambio, en la TV llego a mucha más gente. Hay un desconocimiento total del sexo en la sociedad; las preguntas que me llegan son muy básicas. El no animarse a hablar de sexo tiene consecuencias muy graves.Yo sólo trato de decir las cosas cómo a mí me hubiera gustado que me lo expliquen, sin sentirme avergonzada.

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Alessandra Rampolla, ex alumna de colegio de monjas.
 
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