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Miércoles, 27 de diciembre de 2006

TELEVISION › ENTREVISTA A DANIEL MALNATTI

“Los políticos son la máscara, el poder es de la corporación”

El periodista hace su balance de los nueve años en Cuatro Cabezas y explica las razones de su cambio de aire en TV.

 Por Julián Gorodischer

Le quedan pocos rasgos del cronista sabelotodo que debutó en Caiga quien caiga hace nueve años: admite haber estado en mutación continua, regida por ciclos de entusiasmo y decepción que abarcaron a los políticos, pero también a los ricos y famosos interceptados en la vernissage de turno. Daniel Malnatti fue muchas cosas desde 1997: importador del modelo Michael Moore de infiltración en corporaciones, admirador de la crónica vivencial de Morgan Spurlock (Super size me), sólo que reemplazando el Big Mac por la canasta familiar, confrontador de políticos y ex militares y hombre siempre dispuesto a cuestionar su lugar en el mundo. Su último movimiento interior le indicó que necesitaba un cambio de género, como si el desafío de llevar a la estructura despersonalizada del noticiero su “yo” tan notorio (Malnatti en el Sur, Malnatti adelgazando, Malnatti contra el represor, entre otras de sus aventuras televisadas) fuera un estímulo tardío para renovar la pasión.

La noticia es que Malnatti se va a Telenoche y, posiblemente, también al canal TN para ser cronista, sin importarle esa falsa ley de jerarquías que ordena que a un conductor (de La liga, en este caso) le corresponde otra oferta de igual rango. Pero a él –dice– le preocupa, más que la cuestión estamentaria, encontrar nuevos temas para narrar. “Lo decidí en dos días. Y algunos no me creen: ¿cómo una decisión tan importante, después de nueve años, se va a decidir en dos días? Pero era algo que yo quería, y se alinearon los planetas para poder hacerlo. Con las ganas que tenía, no medí ni el tema contractual ni el dinero...” ¿Qué hará Malnatti, tan asociado al humor político, al gesto que incomoda y la pregunta que deja pagando, a la cruzada en contra de un poderoso de municipio y a la campaña por un gesto solidario en el formato de la información? ¿Acaso el contexto podrá aplacar al autor?

“Tampoco vivo en el limbo –dice–, pero el desafío es tratar de encajar otra vez. Si yo tengo una especialidad, es venir de lugares muy distintos al lugar en el que caigo para poder hacer algo nuevo. ¿Qué hacía un periodista en un programa humorístico (CQC) o un abogado en un periodístico (La liga)?. Y eso es lo que me estimula y me pone contento: de la unión de gente que viene de lugares muy distintos salen cosas buenas.”

–Pero además los límites del género informativo se relajaron mucho...

–Y para llegar a eso, desde afuera, fuimos contribuyendo nosotros. Personalmente es tan gratificante ser cronista como ser conductor. Después de nueve años en CQC, pasaron al lado mío cinco generaciones de productores. Y llegó un momento en que yo era el que los tenía que formar. Ahora llego a un lugar con 240 personas y ellos me van a enseñar a mí.

–¿Qué va a hacer en Telenoche?

–O temas importantes que nos condicionan la vida a todos y de los que nadie habla o temas de los que todos hablan pero de los que nadie sabe, en verdad, de qué se trata.

“Pero hay una cuestión que es real”, sigue Daniel Malnatti. “Las empresas también presionan con la publicidad y nosotros tenemos que ser fuertes, pelear, saber hasta dónde se puede llegar y, si no se puede, esperar el momento. Siempre, tener esa reserva. Porque si no, no trabajás en ningún lado, y te quedás en tu casa encerrado.” Su autoconciencia de los límites impondrá, seguramente, moderar el humor que, de aquí en más, será “más sutil para que el televidente de CQC se pueda reír y la señora consuma la información”. El resto seguramente estará en la línea del último Malnatti, no el movilero con acciones fijas (colarse, obtener saludos, lograr el gag), sino uno más parecido a los nuevos documentalistas estadounidenses que “espectacularizan temas serios”. Si el reclamo ecológico (desde la venta de tierras en el Sur hasta la suciedad del Riachuelo) fue uno de sus ejes en La liga (y también un hit revisitado por Telenoche), el desafío será cambiar de tema. “Lo que siempre pensé –condiciona Malnatti– es que las acciones tienen que tener un sentido. Yo no me disfrazaba de árbol porque es gracioso, sino porque se estaban robando el Parque 3 de Febrero; para que la gente y los políticos pusieran el ojo sobre eso me tenía que disfrazar de árbol.” Nunca oculta sus propias vacilaciones, por ejemplo, en el análisis de la correcta actitud que debería adoptarse al compartir la pantalla con un político.

–Siempre que compartís la pantalla con un político –piensa hoy– estás por caer en la trampa. Si me pongo a bromear acerca de la corrupción, deja de ser un tema serio. Es un peligro, y estás siempre en el límite.

–¿Hubo un momento en que le empezaron a caer simpáticos?

–Yo me di cuenta desde el principio del peligro que corría con eso. Con la sección Proteste ya, me doy cuenta de que también estamos en un límite, porque abrimos camino a la demagogia de los políticos. Ellos solucionan el caso de un jubilado, pero a los otros millones, ¿quién se los soluciona? Y salen diciendo sí, lo hice, lo logré. Mi estrategia es no hablar con nadie; no tratar, ni antes ni después.

–Igualmente la actitud del movilero de CQC fue cambiando...

–En la debacle del 2001, me decían: matalo, matalo... Y yo sentía que no podía hacer nada más. Me pedían que les diera más: la gente los había pateado, quería lincharlos y estaba adelante de uno en la violencia. Para el público, que yo les dijera chorros era la nada. Era la necesidad de pegarles físicamente. Fui a Once y compré una maquinita que tiene unas piñitas, y les pegaba con eso. Pin, pin, pin. Después, al asumir Kirchner, la gente quedó agotada de todo eso, de romper todo en la calle. ¡Basta! Pero los políticos son la máscara del poder; el verdadero poder está en las corporaciones.

–¿Qué otras cosas se cuestiona como movilero?

–Si una persona no quiere hablar, que no hable.... Lo que nosotros hacemos se aparta totalmente de las normas éticas del periodismo. Si una persona no quiere hablar, no hay por qué perseguirla con un micrófono o mostrar la imagen de una persona que no quiere hablar. A no ser que sea el represor Pascual Guerrieri.

–Ese informe en que interceptó al represor podría figurar en el anuario de lo que se recordará...

–Yo sentí que esa nota pasó sin pena ni gloria y fue lo más importante que hice profesionalmente. No todos los días te encontrás con un tipo que mata y que comete crímenes de lesa humanidad. Yo le nombré a cada una de las personas privadas de su libertad, y él las conocía. Cuando le nombré a un menor, se enojó: ni siquiera él lo podía procesar. Después el tipo le dijo al remisero: “Este era boleta, si hubiese tenido un arma”.

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“Si una persona no quiere hablar, no hay por qué perseguirla con un micrófono”, admite Malnatti.
 
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