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Sábado, 21 de noviembre de 2009

VIDEO › ATOM EGOYAN FUERZA EL AZAR Y LA EMBARRA EN ADORACIóN

Casualidades “de biógrafo”

Tras enterarse de que su padre era terrorista, un joven intenta reconstruir su identidad afrontando todos los cuestionamientos posibles. De eso trata la última película del director egipcio, que pasó por varios festivales.

 Por Horacio Bernades

Desde sus comienzos, el canadiense Atom Egoyan (nacido en Egipto, de familia armenia) definió con claridad zonas de interés que de allí en más lo identificarían: el carácter elusivo de la verdad, las máscaras de la identidad, los engaños de la memoria. Y ciertas figuras retóricas –las del laberinto, el espejismo, el rompecabezas– aptas para expresar esas líneas temáticas. Films como Exótica (1994), El dulce porvenir (1997) y Ararat (2002) manifiestan cabalmente esas obsesiones recurrentes. Una de las películas más recientes de Egoyan es Adoration, que desde su presentación en Cannes giró, durante todo el año pasado, de festival en festival. Producida por Sony Classics, en la Argentina acaba de lanzarla en DVD el sello Blu Shine con el título de Adoración.

De modo característico, Adoración tiene por eje una situación engañosa. Incitado por su profesora de francés (Arsinée Khanjian, esposa del realizador), un muchacho escribe una historia personal, que podría ser o no ficticia. Según esa historia, sus padres murieron en un accidente. Pero el verdadero trauma parece no ser ése, sino un episodio anterior, cuando la madre fue detenida, en el aeropuerto de Tel Aviv, llevando en su cartera un explosivo que el padre –de origen árabe– habría colocado allí, sin que ella lo supiera. “¿Qué harías si te enteraras de que tu padre fue un terrorista?”, pregunta, sin vueltas, la frase del afiche. Lo que hace el protagonista es afrontar todos los cuestionamientos posibles.

Adoración narra, típicamente, un proceso de corrección de la memoria. Ese proceso adopta la forma de un puzzle, que el muchacho deberá reacomodar pieza por pieza, como modo de reconstruir su identidad. Otra obsesión que reaparece es la reflexión sobre la propia narración y sobre su relación con la verdad, dada aquí tanto por la obra de teatro con que los alumnos representan el relato del protagonista como por la grabación que éste hace, con una camarita de video, de la versión familiar que le da el abuelo. Y también por el torturante chat que el muchacho mantiene con los cuatrocientos pasajeros que pudieron haber muerto por culpa del padre, en el vuelo que la madre nunca llegó a tomar.

Reaparecen en Adoración ideas que eran centrales en, por ejemplo, El dulce porvenir: la del azar y, conectada con ésta, la del accidente. No se hace ausente uno de los riesgos a los que la obra de Egoyan suele estar expuesta: el de la excesiva solemnidad. Habituado a rizar el rizo, al realizador se le va la mano esta vez cuando fuerza, para que la historia termine de cerrarle, algunas de esas casualidades que ponen en riesgo cualquier verosímil. Casualidades a las que en tiempos idos se llamaba “de biógrafo” y que embarran aquí bastante el resultado final.

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Adoración parte de una situación engañosa típica de Egoyan.
 
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