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Lunes, 23 de marzo de 2009

LITERATURA

Una cuenta saldada

¿Por qué las historias que escuchaba en su infancia en el campo la transformaron en poeta en vez de narradora?

–Es un misterio, sabés, aunque cuente esas historias a la manera de la poesía. Yo nunca deseé ni intenté escribir ninguna otra cosa que no fuera poesía. A pesar de haber sido una lectora apasionada de todo. Alguna vez dije en broma que me hubiera gustado escribir una gran novela de ciencia ficción, que ha sido parte de mi goce de mi vida como lectora. No sé por qué sucede que algunos escribimos poesía y otros narrativa. Lo que sé es que fui fiel desde el principio, que empecé a escribir poesía y continué haciéndolo. Nunca se me pasó por la cabeza escribir otra cosa.

–Al haber sido la primera de su familia en hacer la escuela secundaria y llegar a la universidad, ¿sintió algo semejante a la culpa por esa migración de clase?

–Sentí esa sensación de extranjería y de migración de clase, que en mi caso se constituyó en rencor por los poderosos, por su manera de oprimir a los otros, más que en culpa. Pero a medida que me fui poniendo más vieja y más impúdica con la escritura, en el sentido lírico, no en el sentido de la obscenidad, empecé a tener la sensación de que podía “volver a casa”, a la clase de mi origen, la que me construyó con sus voces y con su manera de mirar el mundo. Y hasta de hablarlo. Me fui sintiendo menos y menos extranjera y cada vez más cerca. Además he tenido una devolución en ese lugar. He podido ver cómo algunas tías, vecinos o viejas amistades de la infancia leían o repetían con placer algún verso que he escrito, lo que implica que no es una mera ilusión mía sino algo que sucedió. Es tan extraño ver cómo se restablece el diálogo, si uno no se queda encerrado en el camino y devorado por esa alta cultura legítima, en todo sentido, pero también propiedad de las clases dominantes. Si uno no quiere borrar su pasado, que puede suceder, el puente retorna. Esa tremenda deuda de haber sido empujada y apoyada para pedirle más a la vida está saldada. Me siento en la casa de los míos.

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