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Lunes, 23 de enero de 2006

LITERATURA › OPINION

Plaza Ramón Plaza

 Por Alberto Szpunberg

Hablar sobre un libro de poemas no deja de ser temerario o hasta absurdo. Por eso, acá, ahora, en este rinconcito del diario, que a brazo alzado mociono bautizar Plaza Ramón Plaza –la poesía propone y la asamblea dispone–, acá sí me gustaría que estuviese Ramón para echarme una mano, como siempre lo hacía, conmigo y con todos.

–Para fundamentar más la moción, Ramón, podría hilvanar muchos recuerdos...

–La cuestión no son los recuerdos sino la memoria...

Es verdad, Ramón y yo fuimos amigos –amigos hasta de memoria– y compartimos amores, poemas, “expropiaciones”, pero también un sueño muy personal y, a la vez, multitudinario, luminoso como el sol...

–Dicen que mirar el sol de frente es imposible, Ramón...

–Como la muerte, dicen...

Sí, por supuesto, también la muerte de Ramón fue una manera coherente de vivir. Producida cuando la pizza y el champán coparon las urnas, de una u otra manera encarnó el no doy más de ese sueño luminoso como el sol. Si alguien algún día quiere asomarse a ese sueño, que es como decir a nuestra más candente actualidad –porque se trata de la plena libertad, es decir, de la poesía–, debe abrir el libro de Ramón y escucharlo a Ramón y dejarse llevar por sus poemas. Pero si hay algo que ahora quisiera transmitir especialmente, y no sé cómo, es esa expresión de Ramón cuando miraba a los ojos con la cara ligeramente entristecida por la sonrisa. Era bondad, desolación, ternura, tibieza, fraternidad, mano abierta y siempre tendida, era humor, era inteligencia... Es decir: érase una vez un poeta.

Parafraseando un trabajo del psicoanalista Abel Langer, hoy todos somos “sujetos de la devastación”. En este sentido, todos somos un chico al que se le escapó un barrilete –sí, Barrilete–, palabra que también es toda una historia ramonesca y también un sueño luminoso como el sol.

–Todos, Ramón, alguna vez nos quedamos con el brazo en alto...

–Sí, devastados por perder...

Sí, porque ese milagro que sosteníamos en un puño, hasta hace unos segundos con tanta certeza, ahora vuela y gana altura y se bambolea en el viento y se pierde en un cielo atormentado y sin sol. Ahora todos sabemos sin vueltas –sin vuelta atrás, sin regreso posible– que ese barrilete ha caído para siempre en algún lado. Pero sepamos también todos que ese barrilete, aun caído y maltrecho, ahora recorre nuestro cielo más íntimo y es este libro que, si a algo nos invita, es a ser libres. De una vez y para siempre.

–Plaza Ramón Plaza... ¿De acuerdo, Ramón?

–Bueno, viejo, al fin y al cabo es capicúa...

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