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Jueves, 2 de septiembre de 2010

CULTURA › PABLO HARARI ES EL FUNDADOR Y DIRECTOR DE LA EDITORIAL URUGUAYA TRILCE

Para que los libros crucen el charco

El editor, que participará de un debate sobre edición en el marco del Filba, se queja de la falta de políticas públicas.

 Por Silvina Friera

“La integración latinoamericana en el universo del libro es una linda ilusión sin consecuencias prácticas”, dispara el uruguayo Pablo Harari, fundador y director de Ediciones Trilce. Invitado al II Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), el editor se recuesta en su experiencia de más de veinticinco años para reflexionar sobre la circulación y el intercambio de libros entre las dos orillas del Río de la Plata, motorizados más por la voluntad de hormiga y el deseo de unos pocos que por un proyecto común sostenido en el tiempo y el espacio. “Para un uruguayo es más fácil encontrar libros de autores venezolanos, colombianos y mexicanos en alguna feria del libro española que en Montevideo. Las obras que se publican en la Argentina –con la excepción de una editorial joven con gran empuje y medios, HUM, que observo con admiración y expectativa para aprender de ella– no circulan en Uruguay. Y a la inversa. Pese a las ironías de que siempre han sido objeto encuentros como el Filba, ayudan al conocimiento de las personas, escritores, críticos y editores. Son, por su carácter práctico directo, más productivos para la integración cultural que las buenas intenciones que se declaran en reuniones de presidentes y ministros.”

Harari recapitula cómo arrancó con Trilce. “Venía de un largo exilio –todos son largos– en París, donde había trabajado distribuyendo libros y revistas en las librerías parisienses. Tenía una idea del oficio, pero antes de editar nos planteamos ir conociendo el terreno.” Lo primero que se le ocurrió fue importar libros de Nicaragua y México para distribuir en Buenos Aires y en Montevideo. “Esos primeros libros, que cargaba en un bolso y vendía por Corrientes, me enseñaron que no iba a ser fácil”, recuerda mientras la espalda instintivamente parece encorvarse, como si todavía sintiera el peso de ese bolso de vendedor ambulante cargado de ilusiones. Algo cambia subrepticiamente. El tono del editor de Trilce deviene en un dardo envenenado por la ironía de un clásico de comedia en el mundillo del libro. “Vendí cinco; hacé la factura y vení el lunes a cobrar”, le informó un librero. Harari le pidió que se los pagara en el momento: “Me vine de Montevideo hace veinte días para consignártelos, ahora vuelvo para ver cómo anda la cosa...” La respuesta del otro lado del mostrador, inflexible, fue: “Querido, pagamos el primer lunes de cada mes”.

En 1986, Trilce salió a la cancha con dos títulos: Son cuentos chinos, de la escritora argentina Luisa Futoransky, y Juan Carlos One-tti. Perfil de un solitario, de Omar Prego. Ese mismo año se presentó en sociedad la editorial, en Montevideo y en Buenos Aires. “No concebíamos la editorial ‘a una orilla’”, subraya Harari. Pero del dicho al hecho tuvo y tiene que transitar un trecho más árido de lo esperado. El editor acordó con un distribuidor para que los primeros libros llegaran a Buenos Aires. Devaluaciones monetarias de por medio –además de despachos de aduana carísimos, tiradas especialmente grandes para contemplar ambos mercados, dificultades con la promoción “a distancia” y los fletes–, los intentos no prosperaron. “Es un clásico que los editores nos quejemos de los distribuidores, éstos de los libreros y los autores de todos, pero las dificultades para ser distribuidos en la Argentina no son solamente de Trilce ni de Uruguay –asegura Harari–. La realidad es que hoy no hay libros uruguayos en la Argentina, como tampoco hay libros bolivianos, ecuatorianos, apenas algunos chilenos, colombianos, pero sólo de grandes editoriales. Y ni hablar de libros paraguayos y así podríamos seguir. Tampoco hay libros argentinos en esos países, salvo de algunas grandes editoriales o por el esfuerzo hormiga de otras.” Es un hecho, agrega el editor uruguayo, que los libros en castellano que circulan en América latina “o bien son de empresas transnacionales o bien se importan de España”.

El fundador de Trilce practica un “hobby” curioso. Medio “masoquista”, según cómo se lo mire. Pero revelador. Suele entretenerse –confiesa– mirando las listas de los libros de ficción más vendidos en diez países latinoamericanos en una semana cualquiera del año. “Conté que un mismo título se repetía en ocho de las diez listas; de los 40 libros, 36 fueron editados por grandes grupos y de los otros cuatro uno solo por una editorial latinoamericana. No confío en las listas de libros más vendidos, pero es un índice claro de que lo que más se lee en la mayoría de los países latinoamericanos se decide en Barcelona y Madrid.” Harari menciona una investigación de la Alianza Internacional de Editores Independientes, realizada por Elena Henríquez y publicada a principios del año pasado, en la que se afirma que “América latina le compra a España 50 veces más de lo que ella adquiere en el conjunto de los países latinoamericanos”. “¿Dónde queda aquello de que las industrias culturales reflejan ideas y valores de nuestros pueblos?”, se pregunta el editor uruguayo.

La realidad es que no hay intercambio de libros entre las orillas. “Algunos autores, por suerte, son conocidos y editados en la Argentina, pero podemos contarlos con los dedos de una mano. Y no me refiero a los clásicos. En ciencias sociales y humanas, me atrevo a decir que la situación es peor –plantea Harari–. Hay políticas públicas en este aspecto para realizar, lamentablemente las que se han planteado a nivel de Mercosur o de las cumbres iberoamericanas, que yo sepa, son palabras que ni siquiera se las lleva el viento, quedaron entre las paredes donde se pronunciaron. En Uruguay hay ideas, hasta hay fondos y buena voluntad –con ineficacia burocrática– para que algo pueda hacerse. Está en el aire la idea de tener un punto de venta del libro uruguayo en Buenos Aires; pero como sabemos que los chilenos fracasaron con una distribuidora hace pocos años, queremos hacer las cosas con precaución”, anticipa el editor.

¿Qué estrategias adoptar ante el problema del traslado físico de los libros y los bemoles de la difusión y promoción “a distancia”? Las pequeñas editoriales han decidido poner el pecho a la adversidad y coeditar. “Una coedición es la suma de esfuerzos de dos o más editoriales para publicar una obra. Me refiero a la coedición como mecanismo para que circulen obras entre países. No se trasladan libros. Cada coeditor realiza ‘su’ libro y por lo tanto el esfuerzo de difusión y distribución es el mejor; además se comparten gastos de traducción y de corrección”, explica el camino transitado para torcer los obstáculos de circulación. Desde 1998, cuatro editoriales conformaron la Alianza Editores Independientes, apodada “la cuadrilla”. Integran este cuarteto Era (México), Lom (Chile), Trilce (Uruguay) y Txalaparta (País Vasco, España). “Llevamos poco menos de 150 ediciones de unos 70 títulos. Esta no es una idea original nuestra, pero la hemos aplicado como un mecanismo útil para que nuestros escritores circulen”, cuenta el editor uruguayo. En la Argentina, Trilce coeditó con Beatriz Viterbo y De la Flor, entre otros sellos. A partir de la coordinación de la Alianza Internacional de Editores Independientes coeditarán próximamente con Marea junto a Lom de Chile, Plural de Bolivia e Icono de Colombia.

“Lo que nos preocupa es lo que llamamos bibliodiversidad, o sea la diversidad de culturas, identidades, maneras de ver el mundo, actitudes, lenguas, expresiones artísticas a través del libro. Este término que se ha puesto de moda no es simplemente abundancia, cantidad de diferentes títulos –aclara Harari–. Si así fuese, la descomunal cantidad de obras que edita la industria del libro sería ‘bibliodiversidad’, y cuantos más mejor. Pero no es así, ya que esa proliferación puede ser de ‘más de lo mismo’, distintos títulos que reproducen una misma manera de hacer literatura, una misma manera de ver el mundo, una sola forma de interpretar la realidad o de reflejarla. Estoy convencido de que las coediciones aportan a la bibliodiversidad.”

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Harari fundó su editorial en 1986, después de una experiencia como importador de libros.
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