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Martes, 9 de junio de 2015

LITERATURA › OPINIóN

La mirada Saer

 Por Oliverio Coelho *

Si la calidad de un escritor se midiera por su espectralidad, Saer estaría entre los primeros. La situación de Saer es en este momento, a diez años de su muerte, fantasmal. De una fantasmalidad que muy pocos escritores alcanzan en vida y que Saer, desde la distancia parisina, ya había proyectado. Sus libros se reimprimen porque es un escritor rigurosamente único: un escritor que no puede faltar, como Onetti. Recuerdo que lo primero que leí de Saer, a los 18 años, fue Nadie nada nunca. Promediaban los ’90 y enseguida me sorprendió no poder asociar nada de su paisaje y su historia con la realidad inmediata ni con lo que ingenuamente suponía era la alta literatura. Sin embargo, no lo sentí ajeno, porque su fraseo y sus personajes eran profundamente argentinos. Más bien yo, frente a su literatura, me volvía un extraño, un polizón incapaz de metabolizar una experiencia de escritura sin precursores claros y precedida por esa arma de doble filo que es el prestigio. La sensación se repitió cuando en esa misma época leí Las nubes, La ocasión y El limonero real. Elucidé mapas de un interior clandestino del cual desconocía casi todo, pero algo, pese a la admiración por su trabajo formal con la lengua, me impedía transformarme en un pasajero con visa a su universo.

Hace no mucho, cuando leí sus dos tomos de Papeles de trabajo, ese interior repleto de indolencia, siestas frugales, rumores y penurias, apareció intacto. Terminé de configurar la mirada de Saer. O más bien calibrar su carnalidad y ganar mi visa. Eso que de joven me extrañaba ante su literatura, provenía de un vicio propio: hacer foco sólo en el estilo y no atender al objeto percibido/rumiado. Ese objeto era la invención de una idiosincrasia nacional que no respondía a la tradición dictada por Borges; una idiosincrasia plebeya y a la vez culta, que no dialogaba con Buenos Aires ni con Europa, sino con la trampa sensorial y sentimental escondida en la tierra natal. Donde en otros escritores hay referencias intelectuales, en Saer hay expansión de los sentidos. El fraseo y los personajes, aunque pasen los años, no envejecen en las novelas de Saer. No hay nada anacrónico; a la vez, nada contemporáneo. Lo cual abre la pregunta: ¿qué tipo de escritor es Saer hoy? Esta es la pregunta que define su futuro. Sabemos qué tipo de escritor fue por cómo se lo leyó y por infinidad de trabajos críticos y tesis que cortejan su obra. Sin embargo, sus contemporáneos no llegaron a definir su excepcionalidad por carecer de distancia y quedar prendados, o bien de su perfección formal, o bien de riñas endogámicas. ¿Cómo ubicarlo en el continente y en nuestras letras? ¿Cómo leerlo y por qué? Son preguntas que no le dirigimos a un prócer, pero si a un escritor cuya obra está expuesta a devenir con el paso del tiempo y orbitar a contrapelo en el éter de la literatura latinoamericana.

* Escritor.

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