futuro

Sábado, 16 de junio de 2007

NOTA DE TAPA

Se viene...

 Por Federico Kukso

Existen cálculos imposibles, aquellos que el solo hecho de escucharlos arrima al oyente a una sensación de incredulidad y duda de que en cierto momento alguien incurrió en una alevosa manipulación de cifras mucho más flagrante que un inocente redondeo. Sin embargo, estos cálculos aproximativos –el número total de átomos del universo, de glóbulos rojos en el ser humano, de granos de arena en el planeta– son consoladores. Conocerlos es mejor que no conocerlos, aunque en el fondo uno sepa que se le está vendiendo un buzón; y encima, maquillado.

Justamente, con el último cálculo del peso de Internet ocurre lo mismo. Y no por eso deja de abrumar el hecho de que la red de redes pese tan sólo unos 50 gramos (menos que unas cuantas fetas de jamón cocido). A este número casi ridículo arribó un tal Richard Karlgaard, colaborador de la revista Forbes, haciendo antes que nada una salvedad: los 50 gramos aludidos no corresponden al peso estructural de Internet (toneladas de cables y computadoras in sincro) sino a los electrones que van y vienen de un punto A a un punto B de la red. “En Internet hay entre 75 y 100 millones de servidores, que consumen entre 350 y 550 watts cada uno –resume Karlgaard–. Eso son unos 40 gigawatts más o menos. Los microprocesadores suelen funcionar a tres voltios y cada amperio equivale al paso de 6,26 x 1018 electrones por segundo. Combinando todos estos valores con el hecho de que los procesadores típicos funcionan a 1 GHz, resulta que en un momento dado, 50 gramos de electrones en movimiento hacen posible Internet. Ese es el peso del ciberespacio.”

Aun así, ¿pesa Internet en realidad 50 gramos? Nadie puede estar muy seguro al respecto (ni menos poner las manos en el fuego por eso), pero al menos ya hay una propuesta; y al haberla, consuela. El dato es increíble. Pero nunca ni por asomo podrá desbancar a uno de los rumores más persistentes que merodean la web, de blog en blog, que a veces salta en algún que otro site de tal o cual revista top o en los incontables y a veces indescifrables foros que brotan entre portales de diarios, Youtube.com, el omnipresente (y ubicuo) Google, páginas porno y los sitios de webmail. Como todo rumor, es huérfano y su fuerte es la propensión al desparramo. Con un alto tono apocalíptico augura que de un momento a otro Internet y todos sus espejitos de colores colapsará. Un día nos despertaremos y no habrá más Messenger, ni blogs chismosos, ni spams o mails de autoproclamados príncipes nigerianos que imploran vía mail ayuda para retornar a un inexistente trono.

Y el colapso, el rumor dixit, no será por los actos vandálicos de los eternamente estigmatizados hackers. La responsabilidad de la debacle, en cambio, la tendrán sus propios usuarios.

GIGALAPSO

De Internet todo el mundo conoce su pasado (en resumidas cuentas: invento militar estadounidense de 1969 bautizado originalmente como ARPAnet, creado para permanecer en pie luego de un ataque nuclear y que recién abrió sus puertas al público tibiamente en 1991 con la creación de la World Wide Web y en 1993 con la aparición del primer navegador, Mosaic), pero nadie tiene certezas acerca de su futuro. Y como ocurre donde impera la duda, campea también, a la par del enquistado optimismo tecnológico, el fatalismo. Su primer gran vocero fue ni más ni menos que Robert Metcalfe (fundador de 3Com y creador del sistema de redes Ethernet) quien en noviembre de 1996 perdió la fe en la criatura que ayudó a engendrar y dictaminó en la revista Infoworld: “Internet está colapsando: el volumen de usuarios crece a un ritmo mayor que el desarrollo infraestructural. La pregunta es quién será arrastrado en la caída. Ahora bien, si por si acaso Internet escapa de este ‘gigalapso’, prometo comerme en público esta página”. Internet no se implotó y Metcalf tuvo que cumplir. Y lo hizo: en abril de 1997 en la convención WWW6 (World Wide Web Conference) trituró en un recipiente la columna donde había volcado su profecía, le agregó un poco de agua y con la ayuda de una cuchara se la comió.

Desde entonces la historia se repite cíclicamente, como las promesas de Bill Gates y Steve Jobs –capos de Microsoft y Apple, respectivamente– de aplicaciones más confiables y de nuevos chiches deslumbrantes cada 24 meses (tal es el caso de la majestuosa nueva computadora Surface y el teléfono Iphone que saldrá al mercado el 29 de junio). En 1999, la consultora inglesa Ovum avizoró una vez más el colapso (en esta oportunidad parcial) de la red debido a la “incapacidad de la infraestructura disponible de cumplir con la demanda de ancho de banda”, provocada en gran parte por “el número cada vez mayor de asiáticos que se están conectando a Internet”. Y el año pasado, le tocó el turno a Hannu H. Kari, profesor finés de la Universidad de Tecnología de Helsinki, quien culpó a los virus informáticos y al spam por la hecatombe que supuestamente se avecinaba. ¿Y qué pasó en ambas ocasiones? Nada, tal cual ocurrió con el tan promocionado Y2K.

Es cierto: de vez en cuando, alguna que otra cofradía de hackers embiste los trece servidores que gestionan las conexiones del tráfico global, pero el esqueleto estructural en forma de retícula (una red distribuida donde impera la abundancia) evita que los diálogos entre computadoras se vuelvan mudos e Internet sea cosa del pasado.

Ahora, la última sirena de alarma fue encendida al unísono por los ingenieros de Deloitte Consulting, una globalizada consultora norteamericana en temas de tecnología, y de Procera Networks, compañía estadounidense de soluciones para la gestión del tráfico IP, que ya le calcularon una fecha estimativa al primer gran terremoto virtual: fines de 2007. ¿Las razones? Innumerables y confluyentes: el crecimiento irrefrenable del número de usuarios conectados (el último cálculo arrojó 1.100.000.000 internautas; creció 200% de 2000 a 2007), la popularización de los videos on line (un nicho copado por YouTube, que ya representan un tercio del tráfico total existente con 40 millones de videos diarios que suponen unos 200 mil gigas de datos), la cada vez más presente telefonía IP que asusta de a poco a las megaempresas telefónicas, el incremento de sitios (ya superan los cien millones –en 1995 había 18 mil y en 2004, 50 millones–, que crecen más rápido que la población mundial), los nuevos dispositivos que acceden a la red (como las consolas de videojuegos como la última XBOX o PlayStation 2 y 3) y el nuevo furor que se avecina: ITV o televisión por Internet ofrecida por aplicaciones que dentro de poco estarán en la boca de todos, como Joost.

La red no para de crecer y multiplicar sus sinapsis entre computadora y computadora. “Definitivamente, estamos en el principio de un nuevo boom”, anunció Jon Linden, vicepresidente de Procera Networks. “La transmisión de las aplicaciones de video demandan más ancho de banda. Después de años de calma, la industria se enfrenta a un nuevo período, resultado del crecimiento sin precedentes de servicios de video en línea y otras aplicaciones grandes consumidoras de ancho de banda, que exige un aumento de la capacidad de la red, pero también una utilización más eficiente de los recursos existentes”.

SINDROMES DE ABSTINENCIA

Por el momento, no hay muchos escenarios futuros posibles sobre un hipotético “día después de mañana” sin Internet, el ejemplo más claro de un ecosistema informacional caótico signado por la autoorganización, anarquía y el procesamiento distribuido. La solución debería venir por el lado de inversiones masivas en nueva infraestructura, pero como es de esperar eso supone mucho dinero –unos 240.000 millones de dólares– y ninguna empresa planea hacer nada hasta que el colapso sea tan evidente, tan innegable como el calentamiento global. Sí hay parches: alguna que otra empresa planea la construcción de redes submarinas, otros proveedores de Internet (ISP) planean implantar un nuevo orden de prioridades administrando de manera distinta el ancho de banda (algo así como instalar más semáforos para coordinar el tráfico) y ya se habla de redefinir la arquitectura de la red a partir de nuevos protocolos o de la necesidad de nuevos inventos, como el de un equipo californiano del Centro de Acelerador Lineal de Stanford que logró multiplicar por 3500 veces la velocidad de transmisión de datos al enviar mediante fibra óptima a Holanda 6,7 gigas de información (casi dos películas de DVD) en menos de un minuto.

El síntoma más palpable del colapso se presume que será la congestión y la consecuente ralentización (que, dicho sea de paso, con colapso o sin colapso ya la siente cada internauta en la Argentina).

Para los optimistas, como el columnista de la revista PC Magazine John Dvorak, en cambio, la estructura actual de la red es robusta y si hay colapso en ciernes no será global sino en algún que otro sector de la web. Dvorak va más allá y compara Internet con el sistema telefónico que no estalló (al menos en Estados Unidos, no es el caso nacional). “Como todo sistema de transporte, Internet eventualmente necesitará reparaciones, mejoras, cambios, reinventarse. La red actual no es la misma red de 1990 ni la de 2000, cambia siempre”, afirma.

Si algo se aprendió del bluff del Y2K, es que a los anuncios apocalípticos hay que examinarlos como algo posible y no como hechos. Colapso o no en puerta, lo cierto es que estos anuncios sirven como una especie de experimento mental para testear en cada uno la dependencia extrema que provoca este metamedio, este laberinto plagado de pasillos secretos –que ya se ancló en la imaginación contemporánea como fábrica masiva de promesas y reaseguro de una identidad global– y para barajar la posibilidad (ya casi imposible) de un mundo cercano pero sin amigos virtuales, comentarios anónimos y sin imperativos categórico-tecnológicos según los cuales si no se está conectado o comunicado, uno no existe.

EL DESPERTAR DE UNA NUEVA NACION

“Son los mejores tiempos... son los peores tiempos: en el año 2015 la gente tiene acceso a una cantidad de información inimaginable anteriormente. Todo el mundo participa para crear un medio de comunicación vivo y dinámico. Sin embargo, la prensa, tal como se la conoce, ha dejado de existir. La fortuna del cuarto poder ha decaído. Las organizaciones periodísticas del siglo XX son algo del pasado, un vestigio de un ayer muy lejano”, augura un videodocumental subido a YouTube por sus creadores, Robin Sloan y Matt Thompson, del Museo de Historia de los Medios, ubicado en Florida, Estados Unidos. Como ocurre con las profecías de Nostradamus, lo impactante de estos pronósticos futurológicos es contrastabilidad únicamente a posteriori. De hecho, estos horóscopos dependen de una creencia, un acto de fe, como los necesarios por ejemplo para confiar en los escenarios delineados para 2020 por la compañía Pew Internet and American Life –www.pewinternet.org– que concluyó que las drogas virtuales, el tecnoterrorismo y la reducción de las esferas privadas son los retos más fuertes que enfrentará Internet en las próximas décadas.

Sin embargo, a la par de lo hipotético afloran proyectos más serios de nombres atractivos (pero distantes), tales como “web semántica” (un nuevo paradigma impulsado por el creador de la WWW, Tim Berners-Lee, en el que las máquinas no sólo podrán volcar abundante información sino que además serán capaces de comprenderla ofreciendo un servicio más acertado), Internet en 3D (siguiendo la estela levantada por el adictivo juego Second Life), “Internet cuántica” (que vería la luz dentro de 15 años a partir de la posibilidad de almacenar impulsos de luz en átomos y consiguiendo una velocidad inimaginada) y la persistente idea de Internet 2 (un nuevo tipo de red desarrollada por el ámbito académico estadounidense).

Pero en vez de soñar con los antojos futuros, por una vez estaría bueno estacionarse en el presente y asombrarse con un universo técnico y emergente comparado en varias ocasiones con un sistema evolutivo complejo al estar regido por las mismas leyes que obedecen células y ecosistemas (Kevin Kelly la llegó a llamar “vivisistema” dada su morfología de enjambre y sus reglas de autoorganización). En definitiva, un monstruo tecnológico con futuro abierto que tal vez un día sorprenda a todos al tomar conciencia y, finalmente, despertar de su sueño.

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