futuro

Sábado, 28 de julio de 2007

NOTA DE TAPA

Quiero...

 Por Mariano Ribas

En la Tierra, no todo lo que brilla es oro. Y en el cielo, no todo lo que brilla es un OVNI. O al menos, un OVNI en el sentido más extendido del término: léase, lisa y llanamente, una nave extraterrestre. Más bien, todo lo contrario. Puede resultar paradójico, pero las personas que más tiempo de sus vidas dedican a observar el cielo son las mismas que nunca han visto nada especialmente raro “allí arriba”. Los astrónomos, y muy especialmente los amateurs, disfrutan del cielo noche a noche. Lo conocen a fondo, palmo a palmo. Sus telescopios escrutan cada grado cuadrado de la bóveda celeste, tropezando una y otra vez con planetas, asteroides, estrellas dobles y variables, nebulosas, grandes cúmulos estelares y hasta pálidas y esquivas galaxias. Pero nunca un plato volador. Y lo mismo podría decirse de los meteorólogos, el otro “gran bando” científico que constantemente mira para arriba (aunque no tan lejos, claro).

Sin embargo, también es muy cierto que todas las noches, en algún rincón del planeta, mucha gente ve –y reporta– cosas raras en el cielo (optamos por dejar de lado a testigos con alteraciones mentales o perceptivas, incontables fraudes intencionales y los espectaculares anuncios de ciertos “expertos” en la materia, que podrían dar lugar a otro artículo). Objetos muy brillantes que tiemblan y cambian de color. Flashes que se encienden y se apagan lentamente. Destellos veloces que cruzan todo el firmamento en lo que dura un parpadeo. Y hasta verdaderos fogonazos, que dejan estelas chispeantes y multicolores. O enormes discos plateados o rojos que flotan en el aire. De noche y de día. Por eso, antes de echarles la culpa a los extraterrestres, aquí va una “guía práctica” de falsos ovnis. Cosas que pueden sorprendernos en cualquier momento, mientras paseamos al aire libre, en el campo, el mar o la montaña. O cuando ojeamos el horizonte desde un balcón en la ciudad, o nos recostamos en el pasto, o en la arena, para disfrutar de una noche oscura y estrellada.

¿Un ovni sobre la montaña? No: se trata de las exoticas “nubes lenticulares” que se forman a 5 mil metros.

El juego de los luceros

Hay un ovni por excelencia: Venus. De hecho, cada vez que el famoso “lucero” aparece en el cielo bien separado del Sol, como está ocurriendo ahora mismo, los reportes de ovnis aumentan dramáticamente. Y se entiende: Venus es el tercer objeto más brillante del cielo, después del Sol y la Luna. Un verdadero farol blanco que llama la atención hasta del más desprevenido de los observadores. Es tan luminoso que en lugares oscuros llega a proyectar sombra. ¿Por qué tanto esplendor? Hay tres buenas razones: es el planeta más cercano a la Tierra, es bastante grande (12.100 km) y, lo más importante, está envuelto por una gruesa atmósfera que refleja al espacio cerca del 70% de la luz que recibe del Sol. Es un excelente espejo astronómico. Pero eso no es todo: cuando Venus aparece a baja altura sobre el horizonte (a menos de 10º), su aspecto cambia dramáticamente porque su luz debe atravesar una mayor parte de atmósfera, haciéndose más sensible a la absorción y a la turbulencia del aire. Resultado: el lucero tiembla, titila y cambia de color, pasando del blanco al amarillo, al naranja, o al rojo en fracción de segundo. Por momentos, hasta parece moverse de un lado a otro. Haga la prueba: hoy o mañana, al anochecer, búsquelo bien bajito en el cielo del Noroeste, hacia las 8 de la noche.

Hay otros “luceros” no tan brillantes como Venus, pero que también, y por las mismas razones (parpadeo, cambio de color, movimiento aparente) dan que hablar. El más notable es Júpiter: en estas noches de invierno podemos verlo dominando la parte más alta del cielo. Pero hacia las 3 o 4 de la madrugada, cuando “cae” hacia el horizonte, también parpadea y cambia de color por culpa de la atmósfera terrestre.

Otro que a veces se pone el traje de ovni es Marte, cada vez que se acerca a la Tierra, tal como volverá a ocurrir en diciembre. Además de su brillo, su intenso color anaranjado lo hace por demás llamativo. La lista de astros circunstancialmente devenidos ovnis se completa con las estrellas más brillantes del cielo: Sirio, Canopus, Alfa del Centauro y la rojiza Arturo. En general, distintas investigaciones coinciden en que cerca del 30% de los ovnis reportados son confusiones con planetas y estrellas brillantes. No es poco. Pero esta guía recién comienza.

Se cae el cielo

Buena parte de las descripciones clásicas de ovnis hablan de “objetos muy veloces que cambian de color y dejan estelas”. Incluso de varios en fila. Aquí, evidentemente, los ovnis ya no pueden ser planetas o estrellas. Entramos en el terreno de las “cosas que caen del espacio”. Veamos primero las de origen natural: todos los días y todas las noches, la Tierra es bombardeada por cientos de toneladas de polvo y fragmentos de roca, hierro y hasta hielo interplanetario. La mayor parte de ese material interplanetario cae sobre los océanos (por una obvia cuestión de probabilidad, dado que cubren el 75% de la superficie terrestre). Pero a veces, esa escoria cósmica cae sobre zonas pobladas. Generalmente, se trata de partículas del tamaño de un grano de arena o menos. Pero como vienen a velocidades de 50, 100 o 200 mil kilómetros por hora, al cruzar nuestra gruesa atmósfera se desintegran y calientan y electrifican el aire. Y por eso dejan una larga traza luminosa. Son las famosas “estrellas fugaces”.

Más raras, pero mucho más espectaculares y en clara sintonía con muchas descripciones de ovnis, son las “bolas de fuego”: fragmentos cósmicos de varios milímetros, y hasta centímetros, que arden furiosamente en el cielo, se rompen en estallidos multicolores y dejan estelas humeantes que pueden durar minutos. Sin ir más lejos, el pasado 18 de mayo, a las 7 de la mañana, una bola de fuego cruzó el cielo de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa, dejando boquiabiertos a miles de testigos. Ese día distintos centros astronómicos (como el Planetario de Buenos Aires) recibieron montones de llamadas telefónicas y correos electrónicos que hablaban de un “relámpago que duró un segundo”, “un rayo de luz azul” y por supuesto, también, un “ovni plateado y muy veloz”.

Otras veces, las bolas de fuego son de origen artificial: la Era Espacial, que está a punto de cumplir 50 años, ha dejado un tendal de cientos de toneladas de chatarra dando vueltas alrededor de la Tierra. Satélites abandonados, fragmentos de cohetes, herramientas perdidas por los astronautas, bulones, tuercas y hasta pedazos de pintura. Basura en órbita que, tarde o temprano, cae hacia la atmósfera y se quema. Algunas veces, la chatarra espacial es “de-orbitada” en forma programada, tal como ocurrió con la histórica Estación Espacial Mir en 2001. Pero casi siempre cae sin previo aviso, originando espectaculares e inesperados ovnis.

Los Iridium y la ISS

Y hablando de aparatos en órbita: hay cosas que no caen afortunadamente, pero que también pueden tomar por sorpresa a más de un ocasional observador del cielo. La mayoría de cientos de satélites artificiales pueden verse como tímidos puntos de luz, similares a estrellas, que cruzan lentamente el cielo. Es difícil que estos artefactos den lugar a avistamientos y relatos de supuestos ovnis. Sin embargo, algunos viajan en grupos de tres o más, siguiendo la misma trayectoria. Y sin llegar a la espectacularidad, ahí sí nos pueden resultar más llamativos. Los verdaderamente espectaculares son los Iridium, una verdadera flota de 66 grandes satélites (destinados a telefonía móvil internacional) que desde hace casi una década no hacen más que sorprender, y hasta atemorizar, a incontables testigos en el campo, en la ruta, en la montaña, en el mar y hasta en plena ciudad. No sólo de noche, sino también a plena luz del día. Los Iridium siempre cumplen la misma rutina: aparecen en el cielo como simples puntitos de luz en movimiento, como cualquier satélite. Pero de pronto, empiezan a subir de brillo más y más, hasta producir un impresionante flash. Un fogonazo que puede alcanzar la magnitud visual -8 o -9, lo que en buen criollo significa unas 40 veces más brillantes que el mismísimo Venus. Inmediatamente después, empiezan a palidecer, hasta que desaparecen por completo, luego de haber recorrido 30 o 40 grados en el cielo. Todo en cuestión de medio minuto. El fabuloso truco de los flashes de los Iridium tiene una explicación: estos satélites llevan dos paneles solares plateados, del tamaño de una puerta. Y esos paneles actúan como espejos, que reflejan la luz solar.

Otra de las extrañas luces que cruzan cotidianamente el cielo es la famosa Estación Espacial Internacional (ISS), un megaemprendimiento de la NASA, la Agencia Espacial Rusa, la Agencia Espacial Europea y otros socios menores. A medida que va tomando forma y tamaño, con las sucesivas visitas de astronautas (que la visitan en transbordadores estadounidenses y naves rusas), esta mole se está haciendo cada vez más vistosa. Y actualmente ya supera en brillo a Júpiter. Todo indica que cuando esté terminada, hacia 2010, medirá más de 100 metros de largo. Y será tan o más brillante que Venus.

Los Iridium y la ISS son “ovnis predecibles”: si tiene ganas de verlos, sólo hace falta consultar páginas de Internet como www.heavens-above.com. No hay más que entrar las coordenadas geográficas del observador, e inmediatamente aparecerán los días, horarios y zonas del cielo donde se los verá pasar. Es divertido y es interesante. Vale la pena realmente.

Luna y nubes lenticulares

Créase o no, la Luna ha confundido a más de un observador desprevenido, originando también reportes de supuestos ovnis. Bajo ciertas condiciones de nubosidad, nuestro satélite puede aparecer como una mancha borrosa, con brutales variaciones de brillo y color. Otras veces, cuando está apenas asomando por el horizonte, la refracción atmosférica la hace aparecer de color amarillo, anaranjado y hasta marrón. Y de forma muy distorsionada. Algunos testigos, por ejemplo, han visto un misterioso y tembloroso “triángulo” sobre el horizonte. La explicación no es muy espectacular que digamos: se trata, apenas, de uno de los “cuernos” de una fina Luna menguante (o creciente), apenas asomando.

Otras veces, los ovnis son meros trucos meteorológicos. Y visualmente impactantes, por cierto: buena parte de los testimonios, fotografías y hasta filmaciones de supuestos platos voladores corresponden a las exóticas “nubes lenticulares”. Se forman a grandes alturas (5 a 10 mil metros), por encima de montañas, y generalmente aparecen aisladas, lo que acentúa su fantástico aspecto. Según la hora del día y la incidencia de luz solar, las nubes lenticulares parecen espectaculares discos blancos, rojos, naranjas y hasta plateados. A decir verdad, y no hay más que mirar las fotos, son los “verdaderos” platos voladores.

Finalmente, nos quedan los ovnis menos interesantes: los aviones, helicópteros, globos meteorológicos y hasta potentes reflectores iluminando nubes, también conforman este variadísimo menú de luces y rarezas que cruzan el cielo. Fenómenos que desafían nuestra percepción y cotidianidad. Raros, curiosos, sorprendentes y, muchas veces, de gran belleza. Pero también fenómenos que nos invitan a descubrirlos en su verdadera naturaleza, con ojo crítico, evitando la trampa de las explicaciones fáciles y espectaculares. Al fin de cuentas, y al menos hasta ahora, los ovnis no tienen nada del otro mundo.

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