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Sábado, 10 de agosto de 2002

OPINIóN: DEUDA EXTERNA, DEUDA ECOLóGICA

¿Quién le debe a quién?

Por Jorge A. Colombo*

Sólo los poderosos tienen deudas ejecutables, pero hasta cierto punto; sólo los débiles pueden ser obligados a pagarlas, pero hasta cierto punto. Entre las razones principales por las cuales Latinoamérica sufre la calamidad del hambre, la marginación, las altas tasas de morbi-mortalidad infantil y enajenación del patrimonio humano en sus distintos segmentos etarios está la exigencia del pago de la deuda externa y los altos intereses financieros exigidos. Ello condiciona lo cultural, lo social y lo político. Creo que sería necesario agotar las instancias de un replanteo político del tema de la Deuda. Pero no sólo de la nuestra (aun asumiendo que toda ella sea exigible).

Deudas y deudas
De acuerdo con registros existentes, considerando sólo lo entrado –desde las colonias de ultramar– por la ciudad de Sevilla entre los años 1501 y 1660, Europa incorporó a sus arcas aproximadamente 3.377.000 kg de plata fina desde Zacatecas y Potosí, y unos 20.000 kg de oro. Es impensable que tamaña riqueza en metales preciosos provenientes de las nuevas colonias americanas haya sido ajena al desarrollo y florecimiento de Europa. Más aun cuando esas cifras no completan las ingresadas a otras ciudades de España, ni por los distintos puertos europeos provenientes de sus múltiples colonias. Ni tampoco incluyen los ingresos obtenidos durante los siglos posteriores. ¿Qué intereses se les podrían cobrar? A una tasa anual promedio del 5 por ciento la cifra sería inmanejable. Una verdadera Deuda Eterna impagable. Tan impagable como hoy es nuestra propia deuda externa.
A esa deuda eterna de Europa hay que agregarle la deuda ecológica, compartida por Europa y Estados Unidos de Norteamérica. Esta deuda se genera a partir de dos sectores principales: el costo por la destrucción y contaminación del medio ambiente compartido –la atmósfera, los mares– y del ajeno –es decir, el suelo, los bosques, la biodiversidad autóctona, los ríos de los países predados– y el reemplazo exigible por semejante extracción y daño destinado sólo a dar réditos unilaterales. Y en esto algo también debemos aprender nosotros. Pero analicemos el tema del carbono, tan sólo uno de los varios ítems vinculados con la degradación del medio ambiente. Se calcula (Kyoto, 1997) que la producción de carbono promedio por cada habitante de la tierra no debiera superar las 0,4 toneladas anuales (cifra alcanzada por los hindúes). Sin embargo, la producción por habitante de Estados Unidos de Norteamérica fue de 5,4 toneladas anuales en 1996. La nuestra –de acuerdo con datos del mismo año– fue de 1 tonelada per cápita. El promedio mundial es algo superior a 1. Los efectos de los altos niveles de carbono en atmósfera son compartidos por todo el planeta y su detoxificación depende de la biomasa verde. Esa misma que es predada por los intereses comerciales. De allí el interés de esos países por los territorios aún vírgenes, los grandes bosques primarios, los pulmones del planeta. Las recomendaciones de la Convención de Kyoto fueron literalmente desconocidas por la representación norteamericana. Se calcula que para detoxificar la atmósfera, el costo por tonelada de carbono sería de unos 20 dólares. Si se multiplica ese costo por el número de habitantes de los países industrializados, digamos unos 700 millones, y estimando un exceso de 4 toneladas anuales por habitante, llegaremos a que la deuda ecológica por ese único ítem alcanzaría la cifra de más de cinco mil millones de dólares anuales. Si ello se calcula por los años transcurridos y los intereses compuestos devengados, una vez más la cifra a obtener sería enorme. De hecho, Costa Rica ha considerado emitir bonos de absorción de dióxido de carbono, un mal menor a lo que representaría el mero abuso sin costo para el sujeto contaminante. Gobiernos o empresas comprarían el derecho a tener un exceso de producción de carbono. Decididamente ello no es satisfactorio para una filosofía ecologista ya que la interferencia antropogénica del sistema climático (Convención de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, 1992) debiera tener un límite racional y no compensatorio. Pero la impunidad del poderoso es tal, que aun esta medida –políticamente peligrosa, si se quiere– suena a resarcimiento.
Además debe tenerse en cuenta que los tiempos de regeneración de los elementos de la biosfera no transcurren en el mismo marco temporal que los negocios financieros. Por lo tanto los intereses a cobrar por los daños causados deberían acomodarse a la realidad natural. En resumen, los países “centrales” no sólo tienen una enorme deuda que pagar sino que esa deuda continúa acumulando cuantiosos intereses económicos y vidas humanas perdidas. Dentro de este planteo, una solución posible al tema de las deudas mutuas sería un tratado de cancelación de todas ellas y el ajuste de las políticas internacionales a normas de equidad jurídica, y de justicia y seguridad ecológicas. ¿Sueño o utopía? Puede ser, pero ello sólo puede probarse con la acción. Decididamente esto no agota el tema, tan solo intenta contribuir a la toma de conciencia.
Para salir de esta encrucijada sería necesario lograr una posición integrada de los países acreedores de la Deuda Eterna y la Deuda Ecológica. Tan integrada como lo es la posición de nuestros deudores a la hora de exigir el pago de la Deuda Externa que reclaman. Para ello necesitamos una dirigencia política acorde con el desafío. Mientras tanto, sólo podremos contemplar cómo se condena a nuestros pueblos y se violan nuestras tierras, cómo continúa el flujo de dinero y de recursos humanos hacia los países centrales, cómo aumenta la asimetría entre las naciones y contribuimos a solventar el déficit de la balanza de pagos de los países industrializados.

* Doctor en Medicina.

Futuro mantiene este espacio abierto para que los científicos argentinos opinen sobre este tema, sobre otros temas, o sobre lo que estén trabajando en este momento.

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