futuro

Sábado, 7 de mayo de 2011

EN LA FERIA DEL LIBRO DE ESTE AñO HUBO MUCHOS ENCUENTROS DEDICADOS A LA CIENCIA

Ciencia y la Feria del Libro

El abundante programa de conferencias y mesas redondas de la edición número 37 de la Feria del Libro contó con una participación especial de la ciencia. Y bueno, aquí va en esta entrega de Futuro la crónica de dos de ellas, no podemos poner más porque no alcanza el espacio.

Tout le reste est littérature

NICOLAS OLSZEVICKI

¿Cuánto hay de ciencia y cuánto de literatura en esa historia que la civilización occidental comenzó a contarse y terminó por creer a pie juntilla según la cual todo (mejor, TODO) surgió de manera inverosímil a partir de un punto mínimo que, al no poder soportar su propia densidad, comenzó a expandirse y a enfriarse? ¿No será nuestra cosmogonía, un nuevo mito pagano depurado de dioses y de demonios, en cuyo elenco destacan las partículas elementales, la radiación y la gravedad? Tales preguntas habilitan las más desaforadas respuestas y preguntas que se ofrecieron en la charla titulada “El origen del Universo, explicaciones científicas y ficciones literarias”, en la Feria del Libro, de la que participaron tres físicos (Arturo López Dávalos, Mario Castagnino y Héctor Vucetich) y un matemático y escritor que, casualmente, es el editor de este suplemento (Leonardo Moledo).

Vucetich comienza por mostrar que la cosmogonía es literaria desde el vamos, desde las sangrientas luchas griegas entre Cronos y Urano y entre Zeus y Cronos hasta la gloriosa hazaña del Dios judeocristiano que, de tan capaz que era, necesitó apenas una semana para crearlo todo (TODO) y tirarse a descansar. La visión instalada actualmente de la ciencia, no obstante, intenta depurar nuestra propia cosmogonía, el Big Bang, de elementos literarios. Por poner sólo un ejemplo: la teoría cosmológica estándar, increíblemente explicativa, es incapaz de abarcar todos los fenómenos observables. Se necesita, entonces, suponer, descubrir o inventar (¿quién sabe cuál de las tres palabras es la adecuada en este contexto?) alguna sustancia que, violando leyes de la física consideradas universalmente aceptables (como la segunda ley de la termodinámica), pueda explicar, por ejemplo, la expansión cada vez más acelerada del Universo. Entran en escena, entonces, la materia y la energía oscuras, esas construcciones teóricas que nadie sabe bien qué son, ni si existen, pero que, por ahora, son nuestra mejor hipótesis para que todo sea explicable... ¿Alguien se atrevería a arriesgar qué porcentaje relativo hay de ciencia y de literatura en una complejísima trama que sólo puede sostenerse sobre el indiscutible protagonismo de dos personajes invisibles, que conformarían el 90 por ciento del Universo?

Y esto no es todo. Después de este paseo por el Universo actual, en el cual Vucetich hace las veces del Virgilio dantesco, Castagnino se ocupa de señalar cómo nuestra propia cosmogonía coincide, de casualidad, con algunos de los postulados del relato indiscutiblemente mítico del Génesis y se aleja de algunos otros que se sostuvieron desde la propia ciencia en el siglo XIX: mientras que la visión decimonónica suponía que el Universo era eterno e inmóvil y que la luz se creaba en el momento en que se creaban las estrellas, la religión judeocristiana, por el contrario, admite un universo con un origen preciso (tal como nosotros lo hacemos, con el Big Bang) y sugiere que la luz aparece antes que las estrellas (tal como, de acuerdo con las suposiciones científicas actuales, realmente fue).

Toma la palabra ahora Leonardo Moledo frente a una audiencia que, a fuerza de ser paseada durante casi dos horas por la cosmología y el Génesis, ya está ablandada: de a poco, todos los que estamos en la sala nos fuimos dando cuenta de que la pregunta sobre cuánto hay de ciencia y cuánto de literatura en la propia ciencia es tan insondable como el propio Universo. Y Leonardo acentúa esta sensación de novedosa incertidumbre. La teoría de Tolomeo, por ser falsa, por haberse sostenido sobre la construcción de epiciclos que hacían al sistema cada vez más complejo (a tal punto que hubo quien llegó a sugerir que Dios debería haberlo consultado antes de hacer el Universo, para sugerirle un sistema más simple), ¿era literatura? ¿Era ciencia? Y la teoría de los orígenes de Tales de Mileto, ¿qué era? ¿No hay en muchos de los postulados de la cosmología actual un tufillo ad hoc, tan molesto como aquel del que el sistema tolemaico no se pudo desprender y que terminó con su estrepitosa caída? Hemos logrado, al menos, desprendernos de esos dioses que ni siquiera sabrían cómo arreglárselas con neutrinos y quarks, con electrones y fotones. Pero, ¿es posible que alguna vez la teoría del Big Bang se lea como hoy leemos la Física de Aristóteles? Moledo sigue arrojando al aire preguntas que desconciertan...

Y da la sensación de que podría seguir eternamente, si no fuera porque de repente, con una mueca de espanto, mira hacia el fondo del pasillo, desde donde oímos una voz extraña que anuncia a voz en cuello que nuestro tiempo se terminó. Pero nos damos cuenta de que terminó el tiempo de la mesa redonda, no del universo, y damos un suspiro de alivio.


La ciencia de los superpoderes

EZEQUIEL ACUÑA

Una de las bellas hipótesis sobre la literatura es la de su carácter anticipatorio, esa cualidad de visionaria que si bien no es exclusiva del siglo XX, fue claramente incentivada por los libros de ciencia ficción que, retomando las proezas de Julio Verne, jugaron con la explosión tecnológica para pensar el mundo que estaba por venir. Vale preguntarse, entonces, ¿la ciencia ficción sirvió para adelantar el futuro?

Desde ese punto de partida, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, y Federico Kukso, redactor de este suplemento durante muchos años y uno de los más destacados (si no el más) periodistas científicos sub-40, ofrecieron la charla “El Hombre Araña es transgénico” en la Feria del Libro de este año. “La ciencia ficción es una manera de pensar alternativas a lo que conocemos. Muchas veces la diferencia entre la ciencia ficción y la ciencia real o cotidiana se diluye con el tiempo”, afirmó Barañao, haciendo hincapié en la importancia que tiene dentro de la investigación científica la imaginación de alternativas y soluciones distintas.

Con el famoso comic como excusa, Barañao y Kukso sostuvieron un interesante diálogo sobre la articulación entre la ciencia y la literatura, el cine y la televisión, poniendo de manifiesto esos rincones en donde la ficción tiene un trasfondo muy cercano a la realidad. Podemos estar tranquilos, el Hombre Araña, ese superhéroe modificado genéticamente por la picadura de una araña, es ciertamente un caso raro, pero, como ilustró Barañao, “cuando los virus se introducen en nuestros organismos, usan toda nuestra maquinaria para hacer sus propias proteínas y propagarse. Eso no nos convierte en transgénicos porque para eso tendríamos que incorporarlo en nuestra descendencia. Pero ya hay cabras que producen la proteína de las telas de araña en su leche. Esa proteína tiene mucho interés para distintas aplicaciones porque es el material más resistente que se conoce; con un hilo del espesor de un pulgar uno podría levantar un Jumbo”.

Sin embargo, sobran los motivos para pensar que, al mismo tiempo que funciona como estímulo dentro de la investigación científica, el poder de la imaginación puede suponer una limitación. Como señaló Federico Kukso, con bastante sagacidad, manejamos un arquetipo de lo que es un científico o una científica a partir de nuestros consumos culturales, y por lo tanto parece necesaria la construcción de un científico verosímil que desplace esa imagen de la persona que vive sola en su laboratorio, distraída y sin vida social. Con la excepción del oscuro Batman, alertó Barañao, “los tecnólogos han sido los villanos por excelencia, los que desarrollaban armas capaces de destruir al mundo. Y esto ha sido destacado por la revista Nature como un efecto muy negativo, porque tiene un profundo efecto al momento de que los chicos tomen una decisión sobre qué carrera seguir”. En esa línea, Tecnópolis TV, el nuevo canal de televisión que prepara el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, tiene como objetivo mostrar a los científicos jóvenes del país en acción, que se divierten haciendo ciencia inspirada en el uso. “Para mí, Pasteur es el arquetipo de científico más digno de ser seguido. El representaba un tipo de científico que es el que queremos restaurar en la Argentina, el que hace ciencia básica inspirada en el uso, que continúa estando motivada por la curiosidad pero quiere, al mismo tiempo, ser reconocido tanto por sus pares como por la sociedad que le da empleo.” Poner en juego la ficción para ver qué nos dice sobre nuestra sociedad es volcarse a un debate ciertamente necesario e interesante (sobre todo cuando hay superhéroes de por medio). Mientras tanto, todo lo demás es ciencia.

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