futuro

Sábado, 22 de octubre de 2011

LOS CAMINOS DE LA PSICOPATOLOGIA: EL TEST DE NORMALIDAD IMAGINADO POR EL DR. GANTT

Historia de la “locura objetiva”

 Por Marcelo Rodríguez

En enero de 1973 vio la luz en Science el informe del “Experimento Rosenham”, en el que se contaba cómo 5 hombres y 3 mujeres se presentaron por separado en las admisiones de diversos hospitales psiquiátricos estadounidenses, manifestando sufrir alucinaciones auditivas. Al ingresar se registraba el cese de los síntomas, no obstante lo cual eran medicados y quedaban internados, en promedio, por cinco semanas.

Hoy, en la era de la “cámara oculta”, el final es previsible: los ocho habían sido entrenados para fingir los síntomas, pasar por locos, retener medicamentos en la boca sin tragarlos y escupirlos cuando nadie los viera.

La conclusión parecía contundente: los especialistas en tratar con la locura aparecían como incapaces de distinguir entre los que son y los que se hacen. Con ello el psicólogo David Rosenham, mentor del experimento, demostraba lo deshumanizante y estigmatizador que puede ser el sello del diagnóstico psiquiátrico y, por otra parte, la imposibilidad de distinguir objetivamente entre síntomas reales y fingidos.

Hubo una segunda fase del experimento: Rosenham acordó enviar más “falsos alienados”, y al tiempo los hospitales detectaron 41. Pero el pícaro Rosenham dijo no haber mandado a ninguno en ese lapso: los “falsos positivos” fueron el cachetazo en la otra mejilla de la psiquiatría.

Fiebre, hemorragias, contusiones, erupción, inflamación, trastornos de las funciones vitales, alteraciones del pulso y tantos otros posibles síntomas de enfermedad tienen una manifestación física, pero las manifestaciones físicas objetivas de la enfermedad mental sólo se dan en la conducta, o en el lenguaje. Aunque resulta obvio que a ese cuerpo algo le sucede, el síntoma en general no se da dentro de él sino en la vida social. Ni siquiera “ambiental”, como se acostumbra en biología: social, porque no siempre se ve alterada una función biológica, pero siempre hay una conducta valorada negativamente.

Luego están el padecimiento y el dolor, otro de los fenómenos que se han mantenido prácticamente inexpugnables ante esa “objetividad” que una medicina basada en la tradición de la anatomía patológica parece exigirles. A pesar de que con una resonancia magnética funcional –tecnología de costo muy elevado, aún no disponible por esta parte del mundo– ya se han elaborado mapas de las áreas cerebrales que se activan ante diferentes tipos de dolor, la única manera de percibirlo es padecerlo. Y el médico, para tratarlo, no tiene más remedio que decidir si cree o no cree en lo que su paciente expresa.

El que sin duda no se quedó penando en la bipolaridad entre un psicosociologismo negador del cuerpo y un biologicismo reduccionista fue el médico estadounidense William Horsley Gantt (1892-1980). La apuesta de Gantt por el costado biológico del asunto era tan decidida que, aun teniendo muy clara su vocación por la psiquiatría, cuando se recibió de médico en la Universidad de Virginia en 1920 dedicó sus primeros años a la investigación de ciertos trastornos de la digestión: era su forma de expresar cuánto le interesaba el psicoanálisis, que por entonces prosperaba.

Lo de Gantt era la experimentación en laboratorio, y entre la década del ’30 y del ’40 fue madurando uno de sus principales proyectos: un test con el que prometía diferenciar a las personas según su vulnerabilidad psíquica, basado en las técnicas de reflejos condicionados iniciada por Ivan Pavlov (1849-1936), a quien conoció personalmente en Rusia en 1922.

LA PRUEBA

Para efectuar el test de Gantt, el psiquiatra y el paciente se sentaban frente a frente ante una mesa. El paciente tenía ante sí, junto a su mano izquierda, una placa metálica conectada a electrodos capaces de imprimirle una descarga no tan fuerte que pudiera hacerle daño o disuadirlo de participar, pero sí lo bastante intensa como para que no pasase desapercibida e hiciera que la persona retirase inmediatamente la mano al sentirla.

A su diestra había una perita de goma que permitía inhibir la descarga al ser apretada.

Una luz roja que se encendía durante cinco segundos anunciaba que se produciría una descarga eléctrica en la placa donde el paciente tenía apoyada la mano izquierda. Bastaba con presionar la perita para que la descarga no se produjese. Completaba el panorama una luz blanca, luego de la cual el paciente sabía que no habría descarga.

Luego de un tiempo estimado, con ayuda del psiquiatra evaluador, el paciente incorporaba, frente a la luz roja (estímulo condicional), una respuesta condicional primitiva (sacar la mano de la placa) y luego una respuesta condicional integrada (apretar la perita para evitar la descarga). Este movimiento intencional, según Gantt, involucraba usar la corteza, la parte más evolucionada del cerebro.

Gantt sostenía que, en teoría, cuando la persona incorporaba la respuesta integrada (apretar la perita), la respuesta primitiva (retirar la mano) desaparecía. Y que las diferentes dificultades o imposibilidades para incorporar las acciones correctas ante este esquema “estímulo-respuesta” se correspondían con determinadas condiciones psiquiátricas del paciente bajo estudio.

Por ejemplo, en los pacientes afectados por algunas condiciones orgánicas (senilidad, tumores cerebrales) desaparecía toda capacidad de respuesta condicionada ante el “aviso” dado por la luz roja. En las personas con diagnóstico de psicosis (a la que Gantt clasificaba como de carácter orgánico) lo que mermaba era la capacidad para las respuestas condicionales integradas (actuar para impedir la descarga). Las dificultades para que desaparecieran las respuestas primitivas, dando lugar a las integradas, daban cuenta de algún grado de trastorno más leve.

Con esta prueba, más una entrevista final para corroborar qué grado de comprensión de lo sucedido tenía el paciente, Gantt aseguraba obtener un perfil psicopatológico “objetivo” de cada paciente. Cuando añadió a esta prueba el registro de la actividad muscular y de la respiración, comprobó además que en los trastornos de origen histérico (como aquellas parálisis típicas que los psiquiatras de la era victoriana vincularon con la represión sexual) existía el impulso propio del reflejo condicionado, pero el movimiento era inmediatamente reprimido.

En el artículo que publicaron en la edición española de Mind & Brain, los españoles Gabriel Ruiz y Natividad Sánchez, dos historiadores de la psicología del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Sevilla, se cuenta que, entre 1931 y 1948, Gantt efectuó esta prueba en 606 pacientes en la Clínica Psiquiátrica Henry Phipps, de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore. En principio se proponía que fuera para pacientes con daño orgánico, tal como se presuponía que pasaba en las psicosis y en las esquizofrenias; pero también en algunas personas catalogadas dentro de lo “normal” que pasaron por ella.

Fue así como, hilando fino, Gantt logró establecer que incluso entre los “sanos” existían ciertas diferencias en las respuestas condicionales, lo que le permitió identificar tres tipos básicos de personalidad: el “infantil”, en el cual predominan las respuestas de tipo primario; el “artístico”, con respuestas irregulares y cambiantes según su estado de ánimo; y el “científico”, con respuestas condicionales más regulares, sistemáticas y conscientes.

LOS PERROS PRIMERO

Gantt se había inspirado en los experimentos que Natalia Shenger-Krestovnikova, colaboradora de Ivan Pavlov, realizara en Rusia en 1914 sobre la neurosis inducida en perros. Basada en un esquema de recompensa–castigo, la rusa había entrenado a un grupo de canes para responder positivamente al ver un círculo y negativamente ante una elipse.

Una vez que los animales incorporaron las respuestas condicionadas, se les empezó a mostrar círculos cada vez más chatos, o elipses más redondeadas. Cuando los animales ya no podían discriminar si estaban viendo un círculo o una elipse, su conducta se alteraba al extremo de que algunos se revolcaban por el suelo, mordían los instrumentos del laboratorio o ladraban desesperadamente, en lo que los investigadores denominaron “condición neurasténica”, y Pavlov llamó “neurosis experimental”.

Gantt, que viajó por primera vez a Rusia en 1922 en una misión humanitaria organizada por la American Relief Association, conoció personalmente a Pavlov en San Petersburgo y se deslumbró con esta línea de investigación. De regreso en su país, replicó la técnica y vio que algunos de los animales bajo prueba modificaban mucho más drásticamente que otros sus patrones de conducta cuando entraban en estados de “neurosis experimental” inducida e incluso, con el tiempo, estas conductas alteradas (de excitación, depresión o inestabilidad) se presentaban ante cualquier otra situación problemática que el animal tuviera que enfrentar. Y se cronificaban, es decir: se volvían una característica propia que el individuo asumía ante condiciones ambientales desfavorables.

La conclusión de Gantt fue que a la conducta normal y a la conducta alterada les correspondían formas diferentes de funcionamiento del organismo, y que había cierta condición orgánica constitutiva propia de algunos individuos que los hacía especialmente más vulnerables que otros a los trastornos mentales. Estaba convencido de que esta condición de “vulnerabilidad” podía ser identificada mediante reflejos condicionados, y así fue como se puso a trabajar en su test para aplicarlo a los seres humanos.

LA SELECCION NO NATURAL

Desde antes de que surgiera el moderno concepto de salud mental, con el colapso de los servicios de atención psiquiátrica tras la Segunda Guerra, William H. Gantt propugnó su idea de psicopatoprofilaxis o prevención de los trastornos mentales. Según ella, los tests de reflejos condicionados más otros estudios complementarios servirían para identificar desde la infancia a los individuos “psíquicamente vulnerables” antes de que desarrollasen una patología, para poder apartarlos de un medio social estresante que pudiera acentuar sus predisposiciones psicopatológicas. Con una educación diferenciada y una inserción social asistida que los preservase de las situaciones “de riesgo”, más los avances psicofarmacológicos que ya empezaban a florecer, la enfermedad mental se podría prevenir.

En el final del mencionado artículo, Sánchez y Ruiz hacen una valoración claramente positiva de esta idea de “prevención”, y lamentan que el proyecto psicopatoprofiláctico basado en el test de Gantt no haya prosperado por la resistencia de intereses creados, por toda una pujante industria de tratamientos en la que incluyen desde el psicoanálisis hasta los psicofármacos.

Tal vez Gantt se haya inspirado en el “sueño soviético” durante sus años de trabajo con Pavlov en Rusia: seleccionar a las personas para darles una educación diferenciada según su capacidad. O tal vez fuera el precursor de un sueño posmoderno, en el que una suerte de “discriminación positiva” viene a resolver la profunda inequidad estructural del capitalismo. Pero en el mundo real, donde la locura funciona como un sello (que a quienes disponen de recursos para camuflarse en el medio ambiente social se les nota menos, o pueden sacarle provecho), no es ociosa la pregunta sobre la supuesta necesidad de localizarla objetivamente: ¿para qué? Y no es una pregunta retórica.

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W. H. Gantt en 1933, a poco tiempo de empezar con su test.
 
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