futuro

Sábado, 5 de julio de 2014

FALSOS ARGUMENTOS Y SENTIDO COMúN

La falacia naturalista

El sentido común es una construcción social que los seres humanos elaboran a través del tiempo y en contextos específicos. Desde esta perspectiva, la falacia naturalista se perfila como argumento válido cada vez que asocia lo natural con “lo bueno” y selecciona comportamientos animales como si pudieran servir de ejemplo para el hombre.

 Por Esteban Magnani

Los expertos en retórica saben que no siempre el argumento más racional es el más poderoso para ganar una discusión. Existen atajos que se apoyan sobre el sentido común o en citas de autoridad que requerirían un gran esfuerzo para ser desmontados. Uno de los recursos más usados suele empezar con “lo natural es...” o en la “naturaleza pasa que...” y otras frases que se recitan como un dogma incuestionable capaz de cerrar la discusión más compleja. Este tipo de asertos suele aprovechar algún ejemplo capaz de demoler los argumentos contrarios con evidencia tomada de un ente superior, en este caso la naturaleza. Este tipo de “falacias naturalistas” utilizadas para justificar cualquier tipo de análisis puede quedar muy bien en una charla, pero tienen serios problemas.

El primero de ellos es que, justamente, son falacias, es decir, parecen argumentos válidos, pero no lo son. En el caso de las falacias naturalistas lo que ocurre es que se asocia lo natural con lo bueno o “lo que debería ser” por medio de extrapolaciones o metáforas que en realidad no tienen mucho sentido. Por ejemplo, señalar que los cóndores son monógamos y el macho empolla los huevos de sus crías para utilizarlos como el modelo “natural” del comportamiento masculino debería acompañarse de una invitación a comer carroña en las montañas por parte de las parejas que lo toman de ejemplo.

En segundo lugar, está la cuestión nada menor de la heterogeneidad de la naturaleza; por cada ejemplo se puede rastrear un contraejemplo. Es decir que –en prácticamente todos los casos– por cada lectura que permite concluir determinada característica de la “naturaleza” se puede citar un ejemplo contrario. La “naturaleza” no responde a ningún plan premeditado ni a una escala de valores morales; lo que nos lleva al tercer problema: en general, los argumentos de este tipo tienen un tono teleológico, es decir, que atribuyen a la naturaleza una intencionalidad, una esencia, cuando sabemos que en la naturaleza intervienen numerosas variables que no tienen ningún fin que los guíe. El nombre mismo de “naturaleza” es una etiqueta creada por los humanos que recorta una serie de fenómenos, no algo que se reconozca o construya a sí mismo desde una intencionalidad.

El relato

Para el lector que aún no se sienta convencido pueden servir algunos ejemplos concretos y bastante dramáticos que ponen en evidencia lo sesgados que suelen ser los argumentos naturalistas.

Las simpáticas nutrias, con sus pequeñas manitos cuasihumanas de deditos rosados, pueden parecer animales adorables. Entre sus prácticas capaces de seducir al corazón más duro se cuenta que las parejas suelen dormir abrazadas mientras flotan sobre las aguas para que la corriente no las separe. ¿Puede imaginar a un animalito más adorable? Tal vez sí, sobre todo cuando sepa de otro hábito menos conocido de estos dulces mamíferos: las nutrias jóvenes tienen la costumbre de aparearse con las focas bebé (cuando comparten hábitat, claro) tal como lo harían con una hembra de su especie. Este hábito pedofílico inter-especies (¿zoofílico?) de por sí desagradable desde un punto de vista antropocéntrico resulta aún peor porque durante la cópula el macho suele mantener la cabeza de la hembra debajo del agua, algo que entre nutrias ocasiona la muerte en algunos casos, pero que garantiza la asfixia de sus víctimas cuando se trata de focas pequeñas. Cabe aclarar que los victimarios no suelen mostrar culpa por las consecuencias de sus actos.

Otros animales con muy buena prensa, como los delfines nariz de botella, monos, leones o suricatas son capaces de cualquier cosa con tal de aparearse, hasta de matar a sus propios hijos. El efecto deseado del infanticidio es que la hembra retorne al período de celo y se torne fértil. Otras cuestiones menos graves como los hábitos exhibicionistas de los pingüinos a la hora de masturbarse pueden dar una idea de que tal vez, en cuanto a comportamientos civilizados, los animales no son la mejor fuente de inspiración.

En realidad, los amantes del relato naturalista recortan finamente algunas conductas seleccionadas para traspolar comportamientos animales como si pudieran servir de arquetipos para los humanos. Quien ubique ejemplos adecuadamente acomodados y sesgados puede defender prácticamente cualquier conducta con argumentos naturalistas, desde el vegetarianismo hasta el genocidio.

Otras disciplinas

¿Qué pasa si consideramos naturales también los hábitos del planeta Tierra de sacudirse intempestiva e imprevisiblemente para destruir miles de hogares, ecosistemas o producir cambios climáticos? Millones de años antes de que los primeros pies humanos pisaran la Tierra, las especies se extinguían con frecuencia y, en algunos casos, dramáticamente. Durante el período Pérmico-Triásico, hace unos 250 millones de años, desaparecieron cerca del 90 por ciento de las especies marinas y el 70 por ciento de los vertebrados terrestres. ¿Deberíamos considerar entonces las extinciones fomentadas por las conductas humanas como parte de un proceso natural y, por lo tanto, encomiable?

Incluso cuestiones básicas como el razonamiento o el ideal de justicia no parecen muy difundidas en la naturaleza (si la imaginamos como algo opuesto a la humanidad). Comportamientos humanos apoyados sobre valores antropocéntricos como el respeto, la libertad, la tolerancia, etc. permiten ubicar a nuestra especie por encima de la naturaleza dentro de nuestra propia escala de valores, la misma que intentamos a veces justificar, paradójicamente, por medio de la naturaleza. Todos éstos son patrimonio exclusivo de los humanos por ser subproductos de la conciencia. Paradójicamente, lo que hacen los humanos es construir una escala de valores que nada tiene que ver con la naturaleza para luego evaluarla y darse a sí mismos el peor puntaje.

Pero la imposibilidad de encontrar fines últimos o una moral en la naturaleza no implica que los seres humanos no deban tenerla. Justamente lo interesante de no caer en la falacia naturalista es que uno puede dar valor a la moral, la estética y ciertos principios que solo aparecen, aunque no siempre lo hagan, dentro del comportamiento humano. Es cierto que existen prácticas altruistas en ciertas especies, pero no son siquiera frecuentes y considerarlos naturales, tiene el mismo sentido que afirmar que dormir colgado de los pies también lo es simplemente porque algunas especies lo hacen. El altruismo es consciente sólo en humanos y por lo tanto valioso desde el punto de vista moral, aunque no siempre ocurra. O por decirlo en otras palabras, lo original de los seres humanos es que, a veces, priorizan el amor, el respeto, la solidaridad, por encima de comportamientos que resultan naturales (frecuentes) en la mayoría de las especies. Por otro lado, juzgar a la naturaleza desde una escala de valores antropocéntrica es mezclar peras con alfombras.

De esta manera, el respeto por la naturaleza, la defensa de la Pachamama, la lucha por la preservación de especies, la búsqueda de un equilibrio entre consumo y recursos, son fenómenos exclusivamente humanos, tal vez, los mejores subproductos de la conciencia, aunque no sean universales. Los hombres suelen no sentirse completos sin esos valores que le dan sentido a la vida y encuentran en ellos un sentido, un fin del que la naturaleza carece totalmente.

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La nutria es un mamífero carnívoro. Un simpático roedor en peligro de extinción que se siente más a gusto en agua que en tierra firme.
 
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