futuro

Sábado, 17 de enero de 2004

FRAGMENTOS

Eureka: un poema en prosa

Prefacio

Con profundo respeto dedico esta obra a Alexander Von Humboldt.
A los pocos que me aman y a quienes yo amo, a los que sienten más que a los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades, ofrezco este Libro de Verdades, no como Anunciador de Verdad, sino por la Belleza que en su Verdad abunda, haciéndola verdadera. A ellos presento esta composición sólo como un Producto de Arte, como una Novela o, si no es una pretensión demasiado elevada, como un Poema. Lo que aquí propongo es verdadero; por lo tanto, no puede morir; y si de alguna manera fuese hollado y muriese, nacerá de nuevo a la Vida Eterna. Sin embargo, sólo como poema deseo que sea juzgada esta obra después de mi muerte. E.A.P.

> Mi proposición general es la siguiente: En la unidad general de la primera cosa se halla la causa secundaria de todas las cosas, junto con el germen de su aniquilación inevitable. No conozco ningún tratado en el cual se dé una visión del universo, usando la palabra en su acepción más amplia, la única legítima; y quizá sea oportuno aclarar aquí que con el término “universo”, siempre que sea empleado sin calificación en este ensayo, pretendo designar la mayor extensión de espacio concebible, con todas las cosas espirituales
y materiales que pueden imaginarse existentes dentro del ámbito de esta extensión.

> Nada sé de caminos; pero conozco la maquinaria del universo. Esto es todo. La aprehendí con mi alma, la alcancé por la simple fuerza de la intuición.

> No me importa que mi obra sea leída hoy o por la posterioridad. Puedo esperar un siglo a mis lectores si el mismo Dios esperó seis mil años un observador. ¡Triunfo! He robado el secreto de oro de los egipcios. Me entrego a mi furia sagrada.

> En realidad, mientras encontramos imposible imaginar un fin al espacio, no nos cuesta representarnos cualquiera de sus infinitos comienzos. ¡Se necesita ser Dios mismo! Con una frase tan alarmante que aún vibra en mis oídos, me atrevo sin embargo a preguntar si nuestra presente ignorancia de la Divinidad es una ignorancia a la cual el alma está eternamente condenada. La unidad es, pues, todo lo que predico de la materia originalmente creada; pero me propongo mostrar que esta unidad es un principio suficiente para explicar la constitución, los fenómenos existentes y la aniquilación absolutamente inevitable por lo menos del universo material. La voluntad de ser la partícula primordial ha completado el acto, más propiamente, la concepción de la creación. Para la eficaz y cabal realización del designio general vemos pues la necesidad de una repulsión de fuerza limitada, algo separador que al desaparecer la voluntad de difusión permita el acercamiento y al mismo tiempo prohíba la unión de los átomos, concediéndoles una aproximación infinita mientras les niega contacto positivo; en una palabra que tenga el poder...

> Todo átomo de todo cuerpo atrae a todo otro átomo, tanto de su cuerpo como de cualquier otro, con una fuerza que varía en razón inversa a los cuadrados de las distancias entre el átomo atrayente y el átomo atraído.
> Por mi parte no estoy tan seguro de que hablo y veo, no estoy tan seguro de que mi corazón palpita y mi alma vive, de que mañana saldrá el sol –probabilidad que aún se encuentra en el futuro–, no pretendo tener detodo esto la milésima parte de la seguida que me inspira el hecho irremediablemente consumado de que todas las cosas y todos los pensamientos de las cosas, con toda su inefable multiplicidad de relaciones, surgieron al mismo tiempo a la existencia de partir de la unidad primordial e independiente.

> Estoy plenamente justificado para afirmar que la ley que solíamos llamar de gravedad existe a causa de que la materia ha sido irradiada, en su origen, atómicamente, dentro de una limitada esfera de espacio, a partir de una partícula propiamente dicha, una, individual, incondicionada, independiente y absoluta, por el único proceso capaz de satisfacer, al mismo tiempo, las dos condiciones: la irradiación y la distribución, generalmente uniforme en toda la esfera, es decir, por una fuerza que varía en proporción directa a los cuadrados de la distancia entre los átomos irradiados y el centro particular de irradiación.

> Hubo una época en la noche de los tiempos en que existía un ser eternamente existente, uno entre el número absolutamente infinito de seres similares que poblaban los dominios absolutamente infinitos del espacio absolutamente infinito. No estaba ni está en manos de ese ser, como no lo está en el tuyo, extender, mediante un aumento real, la alegría de su existencia; pero así como está en tus manos expandir y concentrar tus placeres (siendo siempre igual la suma absoluta de felicidad), así una capacidad similar pertenece y ha pertenecido al Ser Divino, quien pasa su eternidad en una perpetua variación de autoconcentración y casi infinita autodifusión. Lo que llamas universo no es sino su presente existencia expansiva. El siente ahora su vida a través de una infinidad de placeres imperfectos, los placeres parciales, mezclados de dolor, de esas inconcebiblemente numerosas que llamas sus criaturas pero que, en realidad, no son sino infinitas individualizaciones de El mismo. Todas esas criaturas –todas: las que llamas animadas, así como aquellas a las que niegas vida por la sola razón de que no las contemplas en acción–, todas esas criaturas tienen, en mayor o menor grado, una capacidad para el placer y para el dolor; pero la suma general de sus sensaciones es precisamente ese total de Felicidad, que pertenece por derecho propio al Ser Divino cuando se concentra en sí mismo. Todas esas criaturas son también inteligencias más o menos conscientes, conscientes primero de su propia identidad; conscientes, en segundo lugar, en débiles e indeterminadas vislumbres, de una identidad con el Ser Divino del cual hablamos, una identidad con Dios. De las dos clases de conciencia, imagina que la primera se debilitará, que la última se fortalecerá durante la larga sucesión de edades que deben transcurrir antes de que esas miradas de inteligencias individuales se fundan, como las brillantes estrellas, en una. Piensa que el sentido de la identidad individual se fusionará gradualmente en la conciencia general, que el hombre, por ejemplo, cesando imperceptiblemente de sentirse hombre, alcanzará al fin esa época majestuosa y triunfante en que reconocerá su existencia como la de Jehová. Entretanto, ten presente que todo es Vida, Vida, Vida dentro de la Vida, la menor dentro de la mayor, y todo dentro del Espíritu Divino.

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