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Viernes, 29 de enero de 2016

VISTO Y LEíDO

Que se escriba

Se edita una impecable selección de poemas de la escritora y activista Muriel Rukeyser.

 Por Paula Jiménez España

En la tapa del libro hay una mariposa negra estampada sobre el fondo rosado, es un insecto nocturno con algo de murciélago cortando un color pálido que poco tiene de lo trilladamente femenino. Ese color es más bien un anti-rosa paródico del mundo de princesas con el cual Muriel Rukeyser, poeta, activista social, feminista y disidente bisexual, nunca tuvo nada que ver. Porque esta neoyorkina que nació en 1913 y murió en 1980 en la misma ciudad, fue honrosamente considerada por la desobediente Adriene Rich como una referencia mayor en materia poética (que para Rich es lo mismo que decir política) y por locas de la talla de la hermosa Anne Sexton, madre de las poetas de su tiempo. Con contundencia desde sus primeros libros, Rukeyser no ha dejado de demostrar a lo largo de su obra que para ella la poesía es terreno de lucha y campo de una intensidad vital transformadora que, lejos de amainar las aguas, con su poder de sinceridad, contribuye a  revolverlas. “El miedo a la poesía es el / miedo: el misterio y la furia de una calle en la medianoche/ con ventanas de voz susurrada y voluptuosa/ y ya no hay paz cuando ella aparece (…) Le tienen miedo. Se alejan, levantan la mano, palma hacia afuera/ rechazan el momento de la verdad, que el poema te mire a los ojos”, dice en Tiempo de lectura: 1 minuto 26 segundos, publicado en Un viento que cambia, de 1939.  En orden cronológico, este es el tercer libro de Rukeyser incluido dentro de Donde sea que vaya y otros poemas, la antología recientemente editada por Viajero insomne, cuya selección e impecable traducción estuvo a cargo de la poeta Daniela Camozzi (anteriormente Muriel fue traducida por Diana Bellessi). A medida que se progresa en su emocionante lectura – ni un solo verso lavado en esta poesía motorizada por las pasiones y por el descontento- se puede observar cómo Rukeyser ha ido ganando en síntesis y refinamiento a la par que fue sofisticando, a lo largo del tiempo, sus formas de ironía. En El libro de los muertos, de 1938, por ejemplo, el procedimiento irónico aparece en La enfermedad a modo de un diálogo franco donde se va delineando un sujeto que se revela humillado en el verso final. Ese sujeto es un minero víctima de silicosis - envenenamiento que produce la inhalación de ciertos minerales- y el poema dice así: “¿Poco a poco se asfixian los alveolos del pulmón?/ Quiero expresarlo de la mejor manera posible. / Es eso lo que pasa, ¿no? / ¿Se van asfixiando uno por uno?/ Sí. / Se dificulta la respiración. / ¿Y hay dolor al toser?/ Sí. // ¿La silicosis es una enfermedad mortal? / Sí, señor”.  En Las puertas, su último libro, publicado en 1976, la ironía de Muriel toma como objeto a otra poeta de su generación, Sylvia Plath. Su tempranísimo suicidio (tenía 31 años) acontecido en 1963, parece haber sido visto por Rukeyser como un triunfo más del silenciamiento a las mujeres. O por lo menos así lo expresa en este brevísimo poema llamado Que no se escriba, que no se diga, que no se piense, cuyos dos versos rezan: “Prefiero ser Muriel/ que estar muerta y ser Ariel”. Con Ariel, Rukeyser se refiere al libro póstumo de Sylvia Plath, su obra más confesional; libro por el que nunca, amparada en la muerte, Plath se vio obligada a dar la cara. Dieciséis años antes de esta publicación, en 1958, había salido a la luz El cuerpo despierta, un libro donde el dolor por la muerte de su madre, la toma de conciencia de su propia individualidad y el desate del pudor, a la luz de la biografía de Muriel, podrían coincidir con la experimentación de una nueva y más representativa forma de sexualidad. El poema Demasiado tiempo, demasiado tiempo allí incluido, termina con estos versos liberadores: “Hay que abandonar la telaraña del pudor/ para entrar en la vida, dijo la mujer; y yo, / que dormía, empecé a despertar/ y a decir mi propio nombre”.

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Donde sea que vaya y otros poemas

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