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Viernes, 22 de marzo de 2002

TEATRO

Más frágil que el cristal

Alicia Zanca se lanza como directora en El zoo de cristal, de Tennessee Williams, con Laura Novoa y Claudia Lapacó. Entre las tres han urdido una trama delicada, un lenguaje dramático entrecruzado por chispazos de humor. La pieza es el fruto, además, del buen clima que se percibe entre ellas.

 Por Moira Soto

Es raro, muy raro hacer una entrevista sobre el escenario en donde un par de días antes una asistió entre conmovida y divertida al naufragio familiar que magistralmente describe Tennessee Williams en El zoo de cristal. Es casi inquietante estar sentada en el mismo sofá un poco deshilachado sobre el que lloró Laura, la joven renga que colecciona animalitos de cristal, que justamente están ahí, a dos pasos lanzando destellos gracias a las pruebas de luces, acomodados en una mesita ratona. Y lo más extraño de todo es estar departiendo –té de manzanilla mediante, ofrecido por Claudia– con tres de las artífices de esta inspirada puesta: Alicia Zanca, actriz felizmente devenida directora; Claudia Lapacó, una dama de la escena en todos los registros; y la bella Laura Novoa, que en la plenitud de su talento y formación, por suerte para ella y para el público, ha vuelto al redil o, como le gusta decir, “a mi casa, el teatro”. El elefante, los perritos, un cisne, una tortuga, el unicornio -que jugará un papel decisivo en la pieza– siguen brillando intermitentemente en el escenario del Teatro Regio (donde El zoo... se ofrece los miércoles a $ 2,50, y de jueves a domingos a $ 5) mientras estas tres mujeres hablan apasionadamente del acariciado proyecto que han convertido en estupenda realidad.
“Habitualmente, El zoo de cristal se ha hecho de forma naturalista, y de lo primero que te enterás cuando leés el texto de Tennessee Williams completo es que no es una pieza realista”, dice la directora a propósito del humor contagioso que aflora en situaciones ligadas a Amanda en su puesta. “Nunca pude entender por qué se acostumbraba a hacerla de esta manera. Incluso el autor da indicaciones específicas por ejemplo sobre la escenografía. Me llamó la atención que él definiera a esta mujer como de una estupidez inconsciente. Ella es capaz de ponerse un vestido del 1900 en los años ‘40. Mirá, te puedo decir que en mi familia hay muchas Amandas. Yo misma me siento también, a veces, bastante Amanda con respecto a mis hijos. Sin premeditación, claro, pero incurro en este tipo de gestos que puedo criticar en otras personas.”
–Acaso todas las madres de todas la épocas han sido, somos un poco Amandas. Williams refleja con mucha agudeza esa zona posesiva, sobreprotectora, cargante, incluso manipuladora que solemos desarrollar incluso a nuestro pesar.
Alicia Zanca: Sí, claro. Y directamente ridículas a veces, como sobreabrigar a los hijos cuando refresca. Yo, por ejemplo, me levanto a la madrugada y los tapo. Y en ese momento, de verdad, no tengo conciencia de la ridiculez que estoy haciendo. Creo que más allá del enfoque de la puesta, de la actuación de Claudia, la gente se ríe porque reconoce estos rasgos de la vida cotidiana. Mirá, por ejemplo, yo a Chejov, como actriz, lo hice cubista, impresionista, expresionista y aburridísimo, pero nunca se exploró el humor. Y él lo primero que dice es: se trata de una comedia. Este tema lo hablé mucho con Agustín Alezzo, que comparte esta opinión. Detodos modos, nosotros no trabajamos El zoo... específicamente como comedia, surgieron estas vetas naturalmente.
–Efectivamente, lo que se revela a través de la labor de Lapacó –cuya pasta de comediante es indiscutible– es que esa ridiculez un punto naïf de la madre, esa cosa invasora incontrolable, además de su evidente patetismo, también tiene aspectos cómicos.
Claudia Lapacó: Pero por supuesto, ¿qué se puede esperar de una mujer que ya en la primera escena se pone a contarles a los hijos acerca de un domingo en que recibió a diecisiete candidatos en su casa, la forma en que los va describiendo? De verdad, no puedo entender cómo han hecho para ponerle acento dramático... Me parece que ella está atravesada por una especie de ingenuidad que mantiene a través de los años. Por eso elige ese vestido del 1900 para la cena con el presunto candidato para la hija, por eso en la mesa dice cosas como: “¿Dónde estaba Moisés cuando apagaron la luz?”. Tiene que estar un poquito piantada para expresarse de esa manera. Desde luego, que la gente se ría no significa que todo el acento esté puesto en los aspectos humorísticos ni que se esté tergiversando el sentido de la pieza. Creo que es una visión, y obviamente la elección de Alicia. Me parece que sería un contrasentido tomársela totalmente en serio, se desaprovecharía el personaje.
–La dramática puede ser una lectura, en todo caso lo interesante es que cada versión logre explorar, desentrañar aspectos de la pieza, que el relato escénico resulte verosímil.
A.Z.: Esa es para mí la palabra clave: verosímil. Creo que si el espectáculo no condujese a la emoción, que por los efectos en el público este Zoo lo logra, sería traicionar el hecho de que Tennessee Williams es un autor del sentimiento. He leído biografías, su autobiografía, y él es siempre alguien con una ironía, una gracia a flor de piel, aun en los momentos más oscuros y difíciles.
Laura Novoa: Sí, con esa vida tan complicada, tan trágica con respecto a la madre y a esta hermana Rose –hasta cierto punto representada en mi personaje– que termina internada, con una lobotomía. Williams asistió al proceso de deterioro de esta chica con mucho dolor, la amaba tiernamente y siempre la protegió. Pero no pudo hacer nada contra la decisión de la madre, tan puritana.
–Es muy triste la historia de Rose, una criatura hipersensible y frágil que, dice su hermano, casi se desmayaba cuando ese novio –al que amaba locamente y que la dejó cuando Williams padre se vio envuelto en un escándalo de dinero– la llamaba por teléfono día por medio. Rose no pudo soportar esa pérdida y ahí, según TW, se produce su quiebre.
C.L.: Lo extraordinario es que este hombre, con ese entorno familiar, haya podido encaminar su sensibilidad y su talento hacia la poesía, el teatro, la literatura, con una obra que ha perdurado a través de los años sin perder vigencia.

Todos los caminos conducen al Regio
–Vos, Alicia, para debutar como directora no te achicaste al elegir obra: empezaste a lo grande...
A.Z.: (Entre risas) Sí, ya que estábamos decidí largarme con un autor sencillito... Tennessee Williams. No, en serio: es que yo empecé como actriz con autores norteamericanos, mi generación se preparó con Miller, Williams... En la última etapa de dirección estudié con Chejov y Shakespeare. En verdad, mi autor predilecto es Chejov, pero para esta primera puesta me atreví con Williams, en parte gracias a Laura.
–¿Esto quiere decir que tendremos un Chejov en el futuro?
A.Z.: Sí, y también un Shakespeare: querría hacer Romeo y Julieta. Y Tío Vania o Las tres hermanas, por supuesto con humor, cumpliendo el pedido del autor.
–¿Cómo surge la decisión de pasarte a la dirección?
A.Z.: Este proyecto le debe mucho a Laura, que me insistió para que dirigiera, que quería que hiciéramos algo en conjunto. La verdad es que ella vino a prepotearme, a apretarme: había visto algunas cosas que yo presenté en el curso de Fernandes, y me tomó dos años decidirme. Se me apareció El zoo..., creo que de forma inconsciente, aunque ahora te pueda dar mil racionalizaciones.
L.N.: En realidad, hay muchas historias detrás de este Zoo: tiene que ver también con el nacimiento de mi hija, con preguntarme de qué manera nací yo como actriz en el teatro. Y tuve la convicción de que quería volver a este ámbito, volver a casa. Por otra parte, El zoo de cristal fue la primera obra que leí cuando tenía catorce años y le pedí a mi mamá un libro de teatro porque quería ser actriz. Y me dio esta pieza en un librito de tapas rojas, ahora todo rotito, que es el que usamos al principio, porque Alicia tenía la misma edición. Y se fueron sumando las coincidencias: en la etapa que yo le insistía a Alicia para que dirigiera, nunca le mencioné El zoo... Así que, cuando por fin se decidió y me nombró esta obra maravillosa, me pareció increíble, aunque tuve dudas respecto de si el papel de Laura era para mí. Pero Alicia estaba tan convencida que acepté, y acá estamos, luego de haber ido descubriendo la magnitud y la grandeza del personaje a través de los ensayos.
–¿Cuándo y por qué aparece Claudia como Amanda?
A.Z.: Al pensar en Amanda, no dudé un instante. Yo la venía siguiendo con admiración creciente: cada vez me gustaba más en cosas tan diferentes. Quería trabajar con ella. Con el personaje de Amanda entre manos supe que necesitaba a alguien que cubriese toda la gama de lo dramático a lo humorístico. Y Claudia apareció espontáneamente.
–Y vos, Claudia, ¿cómo tomaste esta proposición?
C.L.: Te va a sonar raro, pero es así: nunca recuerdo con precisión las obras, aunque las haya leído y trabajado al estudiar. Cuando Alicia me llamó, no tenía bien nítido el papel, pero me pareció fantástico que me eligiera. Fui a la casa de mi amigo y consultor Marcelo Bertuccio, que tenía el texto, estaban una sobrina y un amigo y leímos todos los personajes. Yo casi me muero: Dios mío, éste es un rol enorme...
A.Z.: Esto ha sido muy grosso para mí, es gente muy especial la que trabaja en esta obra, incluidos por supuesto Claudio Quinteros que hace a Tom y Facundo Ramírez en el papel de Jim: tengo un gran aprecio por todos ellos. Nunca pensé que las cosas se iban a dar tan a favor: Mauricio Kartun me dijo que sí para trabajar la dramaturgia, Jorge Ferrari aceptó hacer la escenografía. Gonzalo Córdova quiso hacer la luz... Ernesto Jodos me fascinó en una clase abierta de Paquito d’Rivera y ahora nos acompaña desde el piano. Ofrecí el proyecto al San Martín y obtuve una respuesta positiva...
–Claudia, una vez que te repusiste de la impresión, ¿cómo encaraste la interpretación de Amanda?
C.L.: Lo primero que quiero decir es que le estaré eternamente agradecida a Alicia por haberme hecho este regalo. Debo decirte que yo, en general en la primera lectura, ya suelo tener una idea de cómo quiero hacer el personaje. Me ha ocurrido de tener la propuesta de obras bárbaras, de éxito probado, y leerlas, que no me movilicen nada y decir que no. Con Amanda Wingfield ya aclaré que quedé enloquecida. Otra cosa que me ocurre cuando me meto en un proyecto que me interesa es que desarrollo una actitud casi te diría de enamoramiento, una obediencia devota hacia mis directores. De entrada, trato de estar muy dispuesta, con los sentidos abiertos a ver qué me proponen. Y hemos trabajado muy biencon Alicia, creo que el hecho de que ella sea actriz contribuyó favorablemente: ha sido muy paciente y gentil. Nos ha conducido en un clima cálido, de afecto, que creo decisivo para la creación. A Amanda le tengo un afecto entrañable. La veo pobrecita, desesperada. Es una mujer en soledad, despojada de todo lo que tuvo en tiempos mejores. De pronto se ve en una ciudad donde los valores que le importan ya no son respetados. Con una incapacidad, una ceguera para aceptar a sus hijos como son y comprenderlos. A ella le falta sentido de realidad, sigue intentando impresionarlos, aunque no le crean, con un pasado espléndido. Ella no pierde las esperanzas de mejorar su mundo, negando las evidencias, idealizando el tiempo pasado. No sabe ponerse en el lugar de los hijos, quiere imponer su visión de las cosas. Pero nada en ella es alevoso, no la guía la maldad.
–¿Cómo fueron las cosas con tu tocaya, Laura?
L.N.: Yo también quiero señalar mi gran reconocimiento a Alicia. Es cierto que traté de impulsarla a dirigir, pero no para que me llamara. Lo que tenía era un proyecto juntas como actrices. Y empezó a surgir esto y me encantó que me convocara, aunque yo nunca me había visto como Laura, ni siquiera la hice en taller, cosa rarísima porque es como un caballito de batalla clásico. Fui descubriendo de a poco a Laura en el trabajo previo, con todas estas puntas de ovillo que nos fue dando Alicia con su trabajo tan riguroso, con este respeto a los actores que hablaba con justicia Claudia, con el amor y el cuidado que nos manifestaba de continuo. Yo no puedo trabajar en otro clima, más aún después de haber tenido una hija, sintiéndome muy sensibilizada. Con el apoyo de Alicia, fui abriendo a Laura como a una flor. Fui comprendiendo toda esa timidez y esa sensibilidad de Laura, escudada en su mundo de cristal, en sus músicas, cosas con las que intenta poner una barrera a todo lo que le hace daño: lo cotidiano, lo vulgar, las propias presiones de la madre... Y Laura me fue sorprendiendo, deslumbrando. Primero empecé muy hacia adentro, medio autista, una cáscara que después tuve que romper para poder salir. Tanto Alicia como Claudia me ayudaron a ahondar en la vulnerabilidad de este personaje extraordinario.
–¿Laura Wingfield se relaciona con la época actual?
L.N.: Mirá, sin que se intente explícitamente en la obra hacerlo, yo últimamente empecé a descubrir que esta pieza fue escrita en época de guerra. Y creo que los argentinos estamos en una especie de guerra ahora, y que mi zoológico de cristal es este espectáculo. Poder, pese a todo lo que está sucediendo, venir con mi bolsito al teatro que yo siempre soñé, que la entrada sea tan económica, que se trate de un ámbito tan mágico como el Regio... Tiene que ver con mi propia vulnerabilidad: no tengo una colección de cristal, pero sí esta obra de teatro, una obra de arte en la que participo en un momento de tanta crisis, en el que poder trabajar con el alma, con la poesía, es un privilegio muy alto. Como una tablita de salvación que nos mantiene a flote. No sé qué habría sido de mí, de mi almita, sin este espectáculo que nos une y fortalece y nos acerca a la gente. Creo que lo único que en momentos tan terribles nos puede salvar es el amor, la creatividad, la dignidad. Y creo que este espectáculo es realmente digno, me siento muy orgullosa de él, orgullosa del lugar donde lo estamos haciendo que, aunque es precioso, no está en pleno centro. No daría nada por estar en otro lugar –más confortable, ganar más dinero– en este momento. Y quiero rescatar que Alicia tuvo la posibilidad de hacer El zoo en una sala comercial, con productores independientes, y todos elegimos hacerla aquí, en el Regio, dentro del San Martín.

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