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Viernes, 19 de abril de 2002

TEATRO

Vidas de vivos

A instancias de Vivi Tellas, en el teatro Sarmiento algunos directores llevan adelante el proyecto de investigación teatral “Biodrama”, que pondrá en escena las historias de vida de personas todavía vivas, famosas o anónimas. La talentosa Analía Couceyro tomó por objeto y sujeto de su trabajo a la pintora Mildred Burton.

Nombre: Barrocos retratos de una papa
Directora: Analía Couceyro
Actores: Mirta Bogdasarian, Javier Lorenzo
y Susana Pampin.
Escenógrafa: Gabriela Fernández
Asistencia: Flor Noya Dive
Realización de video: Albertina Carri.
Iluminación: Alejandro Leroux.

Por Rosario Bléfari
Es posible en el teatro trabajar a partir de la vida de una persona? ¿Qué pasa con lo documental, con la verdad, con la ficción, qué pasa con la vida de alguien pasada por la mirada de un director de teatro, los actores y el equipo? Al convocar a los directores, Viviana Tellas, creadora conceptual del proyecto Biodrama, les propone elegir a alguien, una persona viva, argentina, que esté dispuesta a contar su historia. Después cada uno con ese material tomará distintos caminos. Puede elegir poner a la persona misma en escena, sola o con su familia, que la interpreten actores o que no aparezca en absoluto. Esta vida puede tomar cualquier forma en manos del grupo de trabajo. Se puede arribar a la elección desde una intriga por un oficio en especial, por un destino o por un sector social. Puede ser el panadero de la esquina porque tiene una vida inspiradora, un artista o un político conocido, cualquiera puede ser motivo de un biodrama. Como la persona elegida ya está contando una historia, otra pregunta emerge: ¿Somos autores de nuestras vidas o lo son el destino, el accidente, el azar, la presión social, el marco histórico? Se profundiza tanto en la cuestión que también la autoría de esta obra se revoluciona y requiere de cambios de foco para poder percibir el carácter que tiene. Tellas, directora del Teatro Sarmiento, flamante Centro de Investigación Teatral del Complejo Teatral de la Ciudad, imagina que a medida que se vayan sumando biodramas vamos a poder leer a través de la trama que formen una curiosa historia de los últimos tiempos. Lo mismo que en museos, se trata de poner el teatro en contacto con materiales aparentemente ajenos y ver cómo reaccionan.
En noviembre del año pasado la actriz y directora Analía Couceyro fue invitada a participar en Biodrama con fecha de estreno en abril. La tarea crucial era la elección de la persona que prestara la historia de su vida. Para no perderse en el infinito de las posibilidades y aprovechar al máximo el tiempo disponible, la directora se propuso tener resuelta la incógnita en diciembre y trabajar con personas que ya conocía –actores, escenógrafa y asistente–. Mirta Bogdasarian sería la actriz principal y eso redujo el campo al género femenino. La sensatez le aconsejó elegir unafigura que, si bien podía ser reconocida en cierto ámbito, no llegara a ser demasiado pública para evitar fastidiosas comparaciones entre una persona real y la actriz. Siguiendo esa lógica era preferible, si finalmente se trataba de una artista, que fuera escritora o pintora, artes de la soledad y con menor exposición que las relacionadas con el espectáculo.
Couceyro detectó dos posibles peligros con los que se enfrentaba: caer en el homenaje –quería evitar la solemnidad– y que la persona elegida no fuera totalmente consciente del procedimiento –le hubiera parecido inadmisible–. Como toda experimentación, lo que ahora parece un camino recorrido sobre una huella de trazo firme es la estela delicada que deja lo inesperado. Avances, retrocesos y desvíos ya son parte del destino final aunque en ese momento parezcan tiempo de descarte. Mildred Burton, la artista plástica que se prestó a este biodrama, fue quien empujó la decisión porque desde la primera de la serie de entrevistas concedidas a la directora y su equipo, estableció las bases de una representación de su vida desbordante de lucidez y capacidad de relato.
–¿Cómo llegaste a Mildred Burton?
–Con la actriz, la escenógrafa y la asistente compartimos la elección sobre cuatro personas elegidas de una larga lista. La primera entrevistada, una mujer que vive en la calle, no quiso participar. Nos deseó la mejor de las suertes pero explicó que no estaba dispuesta a prestar su historia para la experiencia porque para ella su situación era humillante y no le parecía correcto participar en algo que era parte de un sistema al cual ya no pertenecía.
–¿El rechazo hizo impacto en la búsqueda?
–Cualquier otra historia, después, nos parecía trivial. Antes de ir a ver a Mildred personalmente, pensé que lo que había oído decir de ella -el hecho de vivir en la Boca con catorce perros– podía ser una excentricidad, podía darle un aire banal a la elección. Pero fue cuestión de ir al lugar, apartado y hasta peligroso, sentir los catorce perros ladrando al entrar en la casa y saber que no había nada superfluo, habíamos encontrado a la persona indicada. En el primer encuentro Mildred desplegó su vida y nos conquistó en una hora, eligió los mejores momentos, una vida de movimiento y lucha. Esa visión, su mirada sobre su propia vida fue lo más interesante. Hubo varias entrevistas más y ahora hay textos de la obra que son sus palabras, ella tiene una manera muy personal de construir el lenguaje. Fue trabajar juntas, porque Mildred construye con su mirada. A la primera entrevista fui con la escenógrafa y a la segunda fue también la actriz que iba a interpretarla. Era muy extraño verlas a las dos juntas, Mildred le decía muchas cosas directamente a ella. La actriz es la misma en los distintos momentos de la vida de Mildred, a los cuatro años y a los veinte, por ejemplo. Hay un juego con el presente, en definitiva podría ser todo el cuento de Mildred, el cuento de su vida, contado hoy.
–¿Cómo influyó en el trabajo contar con una producción municipal en el marco del centro de experimentación del complejo teatral?
–Empezamos con ensayos diarios. Eso fue muy bueno, poder contar con los actores todo el tiempo que se necesita sabiendo que van a cobrar, que los talleres se ocupan de realizar la escenografía. Yo estoy acostumbrada a hacer todo y sin dinero, trabajando con una producción hay menos tiempo, y menos margen de duda, las decisiones tomadas son más definitivas y la responsabilidad es mayor. Pensar que de todas maneras trabajo en el centro de experimentación del complejo ayuda a que esa carga sea menos pesada.
–La movilidad de las cosas terrenas, después Cara de cuero, un semimontado en el Goethe, y Tanta Mansedumbre, un unipersonal sobreClarice Lispector en el patio del Teatro Sarmiento. ¿Ves algo que se repite en estos trabajos?
–Quizás empieza a verse una constante relacionada con el interés por lo artificial, una idea no depurada, pero que tiene que ver con la recuperación de lo teatral. Tengo convicciones muy fuertes sobre lo construido entendido como sinónimo de teatral. Al actuar siempre está presente la conciencia de la forma, algo que sale tan artificial como naturalmente y que no implica la ausencia de lo verdadero. Todo se potencia, incluso se erotiza más, si está adentro de una conciencia de lo formal, de lo construido. Los momentos de mayor brillo y emoción son esos en que se es plenamente consciente de uno mismo, de la luz, del público, de lo que está en juego. Son momentos, tal vez ocurre solamente en una función.
–¿Actuar o dirigir?
–En un punto, prefiero actuar a dirigir porque eso de lo que hablaba antes –esa conciencia de la construcción– en la dirección está en el proceso de armado hasta el día del estreno, pero todo lo que sigue es más intelectual, si bien se pueden seguir planteando cosas durante las funciones. Disfruté mucho los ensayos de esta obra.
–Hay imágenes en video que trabajaron con Albertina Carri, ¿cómo se integran?
–Sabía que quería contar la vida que eligiera como un cuento, con un retrato para cada episodio, escenas como hojas de un libro. Esta vida es un cuento largo, casi son sesenta años de historia que quería que sucedan sin un relator de por medio. El video está utilizado como otra convención, como un hilo que enhebra las escenas y adonde los personajes se presentan. Hay un juego de mesa de los años ochenta que se llama “el juego de la vida”, donde los participantes tiran los dados y avanzan casilleros o retroceden. Las “estaciones” son estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, ser abuelo.
–¿Aparece Mildred?
–Mildred va a aparecer al final, en el video. Hay un llamado telefónico de Mildred real a la Mildred que interpreta Mirta, que tiene que ver con esa conciencia de la construcción de la que hablaba pero también con la presencia de algo real: Mildred y su mirada sobre el relato.
La actriz que interpreta a Mildred Burton, Mirta Bogdasarian –comparten iniciales–, cuenta: “Con el correr de los ensayos ha variado el modo de abordar el personaje de una mujer de características tan personales y definitivas. Si bien el trabajo no está en absoluto basado en la composición física de parecidos (¡somos lo más distintas que se pueda imaginar!) los primeros ensayos tendieron a acercarme a lo que podríamos llamar la cáscara de Mildred, al aspecto formal y a ciertas características de su exterior, como modos de hablar o de sentarse, los que han ido desapareciendo a medida que se imponía lo relacionado a su modo de pensar y de ver las cosas, que es indudablemente lo más atractivo en ella. El entrecruzamiento de algo de su energía con algún vestigio de actitudes físicas más la profundización en los datos biográficos y nuestra lectura sobre estos elementos armaron la Mildred de este biodrama. La principal diferencia en componer a partir de una persona real y, además coetánea, con un personaje de autor es que en algún momento la persona real se va a sentar en la platea a mirarte y esto es un elemento muy fuerte. Más allá de saber que no se sentará en absoluto a juzgar el trabajo (ella, sin proponérselo, nos ha hecho sentir una gran tranquilidad al respecto) me pregunto a menudo: ¿qué impresión le causará vernos? ¿qué sentirá al ver a Javier interpretando al padre de sus hijos o a Susana a la abuela que la formó o a mí apropiándome de sus historias? Otra diferencia, ventajosa quizás, es que componer a partir de una persona real te da la posibilidad de preguntarle por ejemplo ‘¿cómo reaccionócuando...?’ o ‘¿qué opinaba sobre...?’ y en el caso de un personaje de autor las respuestas siempre son del actor de acuerdo con el director o a lo sumo del autor de la obra, quien de todos modos imaginó el personaje pero no todas tiene las respuestas. Las diferencias entre las distintas edades no son ostensibles ni formales, sino algo más ligado a una transformación en la manera de tomar o vivir las cosas, un cambio de mirada sobre las situaciones, sobre la vida y las personas, una evolución que sobre el final se acerca más a la Mildred que cuenta hoy su biografía. Podría decir que Mildred a los 59 años es un poco la de los cuatro y la de los veintipico, con mucho camino hecho”.

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