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Viernes, 3 de junio de 2005

SEXUALIDADES

Cosételo vos

Es verdad, hay quienes creen que reconstruir el himen puede ser un buen regalo para un marido amoroso, a pesar de lo peligroso de la operación y de lo doloroso que pueda ser volver a hacerlo como la primera vez. ¿Qué pasa? ¿Es que las chicas sólo tienen cosas para dar y casi nada que tomar? ¿Y qué es lo que se está entregando, en todo caso?

 Por Luciana Peker


“Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena, sobre todas casta. De perfume tenue. Corola cerrada. Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba”, escribió Alfonsina Storni en el poema Tú me quieres blanca, rematado por la patada poética a la exigencia masculina de virginidad: “Lávate la boca”.

La virginidad fue, durante siglos, la prueba corporal de la sumisión de las mujeres. Una muestra de la pureza, que no era ni más ni menos que la contracara de la demonización del goce femenino. Y una prueba de la entrega de una propiedad intransferible: la rotura (siempre dolorosa) del himen que sólo puede hacer gozar a un hombre por su poder sobre la mujer (y no por su poder para hacer disfrutar a una mujer).

En realidad, la castidad (que persiste como valor en países islámicos y africanos) murió como atributo en buena parte del mundo occidental. Aunque la proclamación de las virtudes de la virginidad quiere ser resucitada por el fanatismo religioso que gobierna Estados Unidos, de la mano de George Bush Jr., quien en el 2005 consiguió un fondo de 208 millones de dólares para tentar a las escuelas que retiren la educación sexual de sus aulas y acepten el programa “sólo abstinencia sexual” entre sus alumnos, con lemas como “Acaricie a su perro, no a su novio” y “Sin sexo, sin problemas”.

Mientras que otro factor, menos importante, pero también presente, en el fomento de la neovirginidad es el mercado de las cirugías estéticas que ahora encontraron un nuevo y exótico nicho: la reconstrucción del himen (porque en el mundo del consumo, nada se pierde, todo se transforma), incluso, para simular ser virgen.

El morboso negocio de la cirugía (anti)sexual conmovió a la televisión argentina. No es raro, en tiempos donde la tele sólo quiere mostrar carne, que el programa de Rolando Graña Código haya viajado a Los Angeles para entrevistar a David Matlock, un famoso cirujano plástico especializado en operar vaginas y enfocarse en el auge de la himenoplastia, o reconstrucción del himen. “Las pacientes de Medio Oriente llegan hasta mí pidiendo por una himenoplastia para volver a sangrar porque, de no ser vírgenes, sus flamantes maridos no les perdonarían la vida”, explicó Matlock, por la pantalla de América, haciendo pasar por una operación necesaria una costumbre que tiene que ser calificada –necesariamente– de discriminatoria. Y al que le da lo mismo reconstruir la virginidad perdida o prometer agrandar el punto G para sentir –Matlock dixit– más placer sexual, ya que en su Instituto Rejuvenecedor de Vaginas de Los Angeles –dedicado exclusivamente a las cirugías genitales– se operan alrededor de 40 pacientes por mes, quienes pagan desde 2500 a 8000 dólares por cada intervención.Una semana antes, en Cosmopolitan Televisión, la sexóloga Alessandra Rampolla contestaba una pregunta de una televidente chilena (la nacionalidad no es una casualidad, ya que en la clínica Las Condes, de Chile, el cirujano Jack Pardo, entrenado especialmente con Matlock, puso un franchising del negocio de las vaginas nuevas) que quería realizarse una himenoplastia para sorprender a su marido y tener una nueva virginidad como regalo por su aniversario de casados. Rampolla intentó desalentar la idea porque la operación es riesgosa y la virginidad no implica placer. Pero la himenoplastia, como retroceso, negocio, exotismo u objeto de reality morbo se instala en una televisión tan conservadora como pornográfica que publicita las operaciones de reconstrucción de himen.

Ana Domínguez Mon, antropóloga de la UBA, analiza: “Hay un nuevo mercado del ‘como si’ (porque las mujeres sometidas a una himenoplastia no son ni siquiera realmente vírgenes) que responde a una clientela femenina ávida de esas operaciones y a una clientela de varones ávidos de creérsela. No creo que surja por la política de Estado de Bush. Esta práctica es noticia en Estados Unidos porque allí hay un mercado social de las apariencias, y las cirugías son un producto de mercado. Es una moda porque hay una necesidad de aparentar virginidad allá donde no la hay como de aparentar que hay muslos o senos turgentes donde tampoco los hay. Es una faceta cultural de una parte de la sociedad norteamericana que consume estas y otras operaciones quirúrgicas”.

Si de modas banales se trata, la Argentina puede ser candidata. Sin embargo, todavía –en tiempos donde el todavía puede durar muy poco– no ha llegado. Diego Schavelzon es cirujano plástico, presidente de la Cámara Argentina de Centros y Clínicas de Cirugía Plástica y especialista en vaginoplastias por motivos médicos y estéticos (reconstrucción de la vulva, obesidad localizada en el pubis, laserlipólisis de Monte de Venus y labioplastia de labios mayores, entre otras). “En la Argentina no se practica la himenoplastia –asegura–. Nunca tuve una consulta en reconstrucción del himen. Acá la gente quiere verse bien con ropa y sin ropa y todo se consulta, pero en más de 20 años de profesión nunca me lo pidieron ni escuché que nadie llegara con este deseo a un cirujano plástico. No creo que en nuestra cultura ser virgen o demostrar ser virgen sea importante para alguien.”

Es cierto que en relación con las vaginoplastias –salvo en casos donde las operaciones tienen fundamentos médicos– vender que una operación va a dar más placer puede ser mentiroso (o darle a un quirófano un poder que en realidad lo tienen las propias mujeres) y que promover un paradigma de belleza femenina en la vagina (estandarizado en las modelos desnudas de Playboy o Playgirl) es el colmo de la frivolidad hasta en el último recoveco de intimidad femenina, allí donde un espejo puede servir para conocerse más y no (¡hasta ahora!) para compararse con otras mujeres o vaginas.

En este sentido, el pack del Dr. Matlock –vaginoplastia con láser personalizada, para modelar los labios menores, rejuvenecimiento vaginal con láser para devolver la tensión a las que sufren de relajamiento vaginal o, la inyección para agrandar el punto G, vendida con el eslogan “no vas a creer qué buen sexo puedes tener” o, incluso, el teñido de rubio en la zona anal– puede ser muy cuestionado. Pero, aun así, la vuelta a la virginidad no es igual a falsas o turbulentas promesas de fast sex o Miss Vagina.

Las connotaciones de la virginidad son otras. “La exclusividad sexual aparece con el monoteísmo y se refuerza en la época victoriana, donde hay un control sexual y social sobre las mujeres (y no sobre los varones) porque genera una vigilancia sobre las futuras generaciones. La virginidad –que no es un valor universal de todas las culturas– es un tema de fundamentación religiosa y de control político sobre las mujeres”, reseña Domínguez Mon. En el libro La nueva sexualidad de la mujer (a la conquista del placer), el sexólogo León Gindín escribe: “Durante buena parte de la historia, el himen intacto fue considerado un indicador de la virginidad femenina al demostrar que no había sido penetrada por el pene de un hombre. Este concepto se estableció en las primeras culturas patriarcales, en las cuales las mujeres y las criaturas eran consideradas propiedades y las niñas eran vendidas para casarlas al comienzo de la adolescencia. Las niñas tenían que ser vírgenes antes y permanecer fieles luego del casamiento, de modo tal que el marido tuviese la certeza de que los hijos de ella eran también suyos”.

Pero aun cuando la misoginia sea injustificable, si la importancia de la virginidad nació, en parte, como una forma de los varones de extirpar su duda sobre la real paternidad de los hijos, hoy –con el acceso a los exámenes de ADN para determinar la filiación de un bebé– la exigencia de la prueba de la virginidad es un símbolo puro de opresión.

Una palabra no extinguida, tampoco, de la realidad latinoamericana. En octubre del 2004, una adolescente de 16 años, Dolores Moreno Aguilera, tuvo que presentar una prueba médica de su virginidad, para que las monjas dominicanas del colegio, Santa Rosa, de Trujillo, en Perú, la dejaran seguir cursando el año lectivo, ya que sus compañeras decían que ella tenía relaciones sexuales y ella debía probar lo contrario. El caso termino en la Defensoría del Pueblo de Trujillo que comprobó que la certificación de virginidad era una práctica usual entre las monjas y denunció la violación de los derechos de las adolescentes.

En enero de este año, en el programa Cambio de esposas (estrella de la cadena Fox y favorito de Laura Bush), una ama de casa republicana y religiosa, Anne Marie Doverspike, dio una clase de fomento a la abstinencia sexual para chicas con ganas. “Toma una barra de chocolate y pasala de mano en mano muchas veces hasta que se convierta en una masa asquerosa. ¿Es eso o una barra nueva lo que querés darle a tu marido en una noche de bodas?”, sermoneó.

La tele sigue mostrando la oda a la virginidad como si el sexo fuese un regalo que las mujeres deben ofrendar a los hombres. Alfonsina podría seguir mandando a lavar la boca, pero, esta vez, a la pantalla.

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