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Viernes, 10 de agosto de 2007

CINE

Una delicada intuición freak

Sus videos de arte fueron reverenciados en el circuito chic internacional, sus textos de ficción publicados por revistas de prestigio, sus discos recibieron críticas felices. Pero Miranda July no se dejó mimar y también se dio tiempo para filmar Tú, yo y todos los demás, film premiado en Cannes y Sundance que la semana próxima llega a la cartelera porteña.

 Por Moira Soto

Tiene los ojos azul cielo de día de verano despejado, más grandes que sus pies (como diría el tradicional piropo español), esos pies que –de creerle a Christine, el personaje que interpreta en su película próxima a estrenarse– sufren porque el huesito saliente del tobillo está muy abajo, por lo que necesita zapatos especiales para no lastimarse. Miranda July (Vermont, Estados Unidos, 1974) es una artista multimedia, de lo más laburadora, que tanto te escribe un libro de ficción, como compone música más o menos experimental, te hace un video o un largometraje, siempre que no ande por ahí –como últimamente en The Kitchen, NY– presentando distintas performances, actividad en la que se mueve como pez en el agua desde muy joven. En realidad, todas estas prácticas artísticas las viene realizando desde bastante chica, alentada por padre y madre editores, cancheros y cultos. Tanto ajetreo creativo llevó a Miranda July a presentar a los 31 el film Tú, yo y todos los demás (Me and You and Every One we Know, 2005), Premio Especial de Sundance y Cámara de Oro en Cannes. Nada mal para una opera prima. La fecha de presentación en Buenos Aires está fijada para el próximo 16 de agosto.

Miranda July, of course, abrió aún más sus bellos ojos de mirada habitualmente asombrada cuando recibió estos galardones, entre el contento y la emoción. Sin embargo, el halago no la tomó tan de sorpresa puesto que ya venía acostumbrándose a ser bien considerada en el mundillo de las artes contemporáneas, incluidas las letras: sus videos se mostraron en el MOMA, el Guggenheim, la Bienal 2004 del Whitney, el Yokohama de Tokio; su ficciones han sido publicadas por The Paris Review, Harper’s, The New Yorker; sus discos 10 Million Hours Mile (1997) y The Binet-Simon Test (1998), editados por el sello de culto Kill Rock Stars... Aunque tampoco es que toda la crítica se rinda a los pies (más chicos que sus ojos) de Miranda July: hay quienes opinan que, si bien tiene su moderado talento y su cuota de originalidad, a veces esta chica orquesta se pasa de ingenua, benévola y optimista.

Sus antecedentes en los diversos medios de expresión parecen indicar que Tú, yo... –escrita, dirigida y protagonizada por MJ, y producida con medio palo verde– es una especie de conjunción de las tendencias de estas performer artist que de niña amaba a Laura Ingalls y se vestía igualita, de joven dejó la universidad para ir a actuar en locales punk (interpretando piezas cortas –que adivinen quién escribía– donde hacía todos los personajes) sin hacerle caso a mamá, que podía ser muy comprensiva y tal pero le rogaba que terminara un estudio, que tuviera un trabajo normal y estable. Miranda no tardó en demostrarle que lo suyo era laburar de verdad, en serio y en serie, ganando sus morlacos y conquistando prestigio. Y que de distinguidos museos podía pasar a ser coronada reina indie (por una noche, unos meses, pero reina al fin) en la catedral de ese cine que pretende ignorar los dictados de Hollywood.

Que lindas las anomalias de la vida cotidiana

July habrá estado un año y pico en la universidad de Santa Cruz, será muy autodidacta (“pura intuición”, la define su admirador, el escritor Rick Moody) y habrá tenido sus momentos de cuasi homeless, pero nadie podrá negarle su laboriosidad: además de los citados discos, entre otras producciones, cuando estaba en Portland (ahora vive en LA) empezó el proyecto Joanie4Jackie (solicitó films hecho por mujeres sobre el tema cadenas de cartas, los compiló en videos y logró concretar cuatro ediciones y presentarlas en festivales), realizó videos de mucho impacto como The Amateurist (donde, para no perder ni tiempo ni plata, hizo dos personajes y mostró a una mujer filmada por una cámara de vigilancia) y Nest of Tens (registrando en forma paralela a una familia sexualmente disfuncional, una artista discapacitada dando conferencias sobre sus fobias y un niño higienizando de manera ritual a un bebé), en los que aflora su gusto y curiosidad por las anomalías de la gente común.

Esta mezcla inclasificable de vanguardista y tradicional, de zarpada y romántica, de ingeniosa y cursi, escribe en su página párrafos del siguiente tenor: “Nunca pienso de forma consciente en lograr que mis obras sean personales. De hecho, a veces estoy segura de haber escrito escenas que nada tienen que ver conmigo. Pero siempre son estas escenas las que más tarde me golpean como una bofetada cuando constato que en realidad estaba a una enorme distancia de mí misma”. Ay, Miranda, quién te entiende. También confiesa: “La parte de mí que hace películas piensa a lo grande y desea hablarle al mundo entero”. Bueno, con Tú, yo... casi puede decirse que lo logró porque este film, en el que la crítica ha encontrado huellas de Todd Solondz, PT Anderson y hasta un tufillo menor a Robert Altman, casi dio la vuelta al mundo antes de llegar a la Argentina. Aunque, todo hay que decirlo, los comentarios resultaron digamos enfrentados: desde Prozac sin efectos secundarios a joya indie, desde pueril y ñoña a audaz ilusionista, July ha despertado –sin proponérselo, más que seguro– amores y repulsas, casi sin términos medios. Respecto de los/as cineastas que le pegaron fuerte, ella acepta sobre todo la marca de las primeras películas de Jane Campion (Sweetty, Un ángel en mi mesa) y en cuanto a la parte literaria, declara sin ambages su entusiasmo por Nina Berverova.

Hadas y gnomos en regiones suburbanas

Miranda July se reserva para ella en su primer largo el rol de Christine Jesperson, una taxista para personas mayores que en la intimidad de su casa hace videos de arte con fotografías, incluyendo el doblaje con su propia voz, que afina o engruesa con recursos técnicos, según los requerimientos de cada escena, de cada personaje. Empero, July declara que para realizar un film al alcance de todo el mundo tuvo que sacrificar su parte experimental, tratando de no ser autocomplaciente al construir estas variaciones lúdicas, líricas sobre la soledad, los desencuentros, los acercamientos, los malentendidos, las segundas oportunidades, es decir, la esperanza.

Tú y yo... –interpretada además por John Hawkes, Miles Thompson, Brandon Ratcliff, Carly Westerman, Tracy Wright– tiene efectivamente algo del Todd Solondz de Happiness, pero aliviado de su misantropía y de su negrura. Como si en medio de ese barrio con chicos practicando juegos de adultos, adolescentes cínicas jugando a expertas felatrices, hombres capaces de escribir sus fantasías sexuales en la ventana que da a la calle pero no de realizarlas, niñas muy serias coleccionistas de electrodomésticos que preparan su ajuar de futuras amas de casa, pudiera también producirse un flechazo de cuento de hadas con ballerinas rosadas (donde Christine escribirá “Me” y “You”) en vez de zapatitos de cristal, con vendedor de zapatería en lugar de príncipe, con ex esposa que lleva una camiseta de autoafirmación, que podría ser una suerte de hermanastra no tan mala.

Ya desde el arranque, la directora, guionista y actriz formula su credo: en el doblaje que corresponde a una foto de una pareja de espaldas que pasa a video, se oyen estas frases: “Si me quieres de verdad, hagamos un juramento aquí mismo. Repite conmigo: voy a ser libre, valiente, voy a vivir cada día como si fuese el último, maravillosamente, con elegancia, con gracia...”. Así es la filosofía de Miranda July, así es su película: siempre un poco al borde del ridículo, de la pretensión inalcanzable, del gesto ampuloso y a la vez atrevido.

En otra escena de este relato que enlaza a habitantes de todas las edades y colores de un vecindario, un hombre –el vendedor de calzado– que está pasando por el momento concreto de la separación, el reparto de bienes, cree que hace falta una ceremonia para que los dos hijos –de alrededor de seis y de catorce– no olviden que una vez su madre y su padre estuvieron casados. “Dejemos el teatro”, le dice ella irónica. Y el tipo va y frente a la ventana del cuarto donde sus chicos están con la computadora, se echa fluido de encendedor en una mano y le prende fuego con la otra. Luego, en su empleo, con la mano quemada, vendada, le explica a un cliente: “Ya no tocamos los pies con las manos”. Y la taxista artista que acompaña a este viejo, también su cliente, le dice al vendedor que toque nomás, y luego se deja convencer de que los zapatitos rosas son para sus pies.

Si algo hay que reconocerle a MJ, más allá de sus indiscutibles habilidades para trabajar el encuadre y la luz y para ligar con fluidez los relatos paralelos que a veces se tocan, es su ingenio para abrochar cada historia, de manera imprevisible y sin embargo verosímil en ese contexto: algunos cuentos, como el del pequeño gnomo chateador tristón por el divorcio, parecen narrados nada más que para llegar a ese conmovedor, inquietante cierre (donde descuella una actriz extraordinaria, la canadiense Tracy Wright). Porque otro rasgo que diferencia a July de Solondz es su indulgencia hacia todos los personajes, a los que no juzga. Y si bien hay humor en Tú, yo..., jamás hay burla hacia estas criaturas en busca de alguna conexión afectiva en una sociedad –eso queda claro– en general mezquina y enferma, pero donde un viejo sabio se puede enamorar de una hermosa vieja que está muy enferma, y una taxista de remeras a rayas y jean es muy capaz de rezar por un pececito anaranjado que va inexorablemente al muere en una bolsa de polietileno sobre el techo de un coche.

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