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Viernes, 14 de diciembre de 2007

DOCUMENTOS

Espiando por los agujeros

La realizadora Malena Bystrowicz –directora del premiado documental Piqueteras– hizo foco, una vez más, sobre mujeres. En Agujeros en el techo las protagonistas abren la puerta a su vida cotidiana en una villa de la ciudad de Buenos Aires y también muestran sus trabajos del otro lado de la cámara, como directoras ellas mismas de sus propios documentales, en un sinfín en el que la intimidad se comparte igual que los deseos y las diversas formas de resistencia.

 Por Veronica Engler

Al filo de la Capital Federal, en el barrio de Villa Lugano, está enclavada la Villa 20, frente a la Escuela de Policía Ramón Falcón. Si se ojea un mapa de la ciudad de Buenos Aires, claro, ese territorio aparece vacío, como si estuviera despoblado. Pero en esa zona plagada de casillas y pasillos, donde abundan olores y colores distintos de los que se pueden apreciar por los barrios de calles asfaltadas y edificios altos, viven miles de personas, con su propio lenguaje, música, religión y mirada sobre la realidad.

Malena Bystrowicz en un momento de la filmación

En ese centro neurálgico de la vida al margen recaló la cineasta Malena Bystrowicz hace cuatro años. Llegó para presentar Piqueteras, el premiado documental sobre las mujeres que en la década del ‘90, en Mosconi, Cutral-Có y Ledesma, dieron origen al movimiento piquetero. Después del debate que siguió a la proyección de la película, Bystrowicz quedó tan enganchada con las mujeres del lugar que decidió iniciar un taller audiovisual junto a su colega Fernanda Alvarez.

Las integrantes del taller, unas diez mujeres que acudían cada vez que podían, durante dos años se animaron a filmar cortos de ficción en los que representaban sus vidas: Madres solteras, El paco, La muerte de Felicitas y El sueño.

Marina con su segundo hijo

Bystrowicz reconoce que el universo de la villa la fascinó. Por eso lo fotografió, lo filmó y finalmente se instaló ahí para concretar su primer largometraje, Agujeros en el techo, un documental protagonizado por una familia de mujeres que habían participado en el taller audiovisual. “Durante esos años y hasta el 2006 las fotografié, buscando entender algo, ver. Quizás a través de ellas, verme”, se sincera la directora.

En el 2006 Bystrowicz ganó el primer premio en el Movimiento de Documentalistas con el proyecto del documental. Ese estímulo fue el que le permitió solventar esta experiencia, “fui con la cámara de video a convivir con estas mujeres que me abrieron sus vidas”, cuenta agradecida.

Recientemente premiada como Mejor documental social en el IX Festival Nacional de Cine y Vídeo Documental y seleccionada para representar a la Argentina en el Festival Internacional Tres Continentes en Venezuela, Agujeros en el techo comenzó a circular este mes por lugares disímiles de Buenos Aires: se estrenó en el Centro Cultural Caras y Caretas, pasó por el Instituto Goethe y también por un comedor de la villa Ciudad Oculta.

Gisela

“Me interesa la mezcla de mundos, de miradas”, comenta minutos antes de entrar a la villa para encontrarnos con Isabel, Marina y Gisela, tres de las mujeres que protagonizaron el documental, en el que también se incluyen fragmentos de los cortos que realizaron ellas.

En el mismo comedor familiar en el que se desarrolla buena parte de Agujeros en el techo nos recibe Isabel, una mujer de poco más de cuarenta años, que es la matriarca de este hogar de puertas abiertas. Por acá pasa casi todo el vecindario, vienen parientes y allegados, le cuentan las noticias del día, la consultan, le piden consejos. En esta casa de piso de barro y techo de chapa vive con sus tres hijas, las parejas de ellas, sus dos hijos pequeños y sus seis nietos.

Isabel

Isabel tuvo su infancia dura en el Chaco, trabajando como esclava en la cosecha de algodón y padeciendo a un padre alcohólico que no ahorró en golpizas. Es tan parecida a su hermana, que vive a la vuelta, que en el documental resulta imposible diferenciarlas.

Ella, como sus hijas y su sobrina, siente que la película fue una experiencia que les permitió pensar sus propias historias e inclusive contar cosas que nunca antes se habían dicho entre ellas. Definitivamente, la realización de esta obra movilizó a esta familia y ahora su proyección genera repercusión tanto hacia adentro como hacia afuera del enredo de pasillos donde viven. Isabel se ríe porque después de las primeras exhibiciones, la llamó un periodista que supo catalogarla como “mujer furiosa” en una ocasión en que las cámaras de la TV captaron su cara de enojo cuando, junto a sus compañeras y compañeros del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) en el que milita, participaba de una protesta callejera.

En la villa, en cambio, le preguntan si la película tendrá segunda parte o si se animará a filmar videos para el taller de mujeres del MTD. “Nosotras decidimos avanzar porque confiábamos en Malena. Si yo me refugié en ella es porque confié mucho en su capacidad, ella siempre nos trató amablemente y eso hizo que me animara a hablar de cosas reales que me pasaron en la vida”, señala con afecto.

“Yo empecé en el taller de chusma —acota Gisela, su sobrina—. Quería saber qué hacían, porque decían que estaba re bueno.” Con 19 años, el secundario terminado y ningún hijo que criar, esta joven es una rara avis por estos pagos. A partir de la realización del taller y del documental, a su prima Marina, de 21 y con tres hijos, se le despertaron las ganas de sacar fotos, de conseguirse una cámara y aprender más sobre el tema. “Con Madres solteras empezamos a hablar de lo que le pasaba a cada una y eso fue bueno, casi todas vivimos lo mismo: embarazadas de chicas y marido golpeador”, repasa, al tiempo que reta a su segundo hijo, que le quiere sacar el celular.

Con Malena recuerdan divertidas el viaje que realizaron hace poco más de un año a Mar del Plata para presentar El sueño, el primer corto que filmaron en el taller, sobre una chica cartonera que se queda dormida y sueña con la libertad, adaptado de un texto de Alejandra Pizarnik. Sólo conocían el mar a través de la televisión y no se imaginaban lo salada que podía ser esa agua que en la pantalla se veía tan cristalina, pero que en vivo y en directo les resultaba un poco repugnante por el olor a pescado que exhalaba.

También hicieron un video sobre el paco en el que, contrariamente a lo que las chicas suponían, los muchachos se sumaron en la actuación. Allí se ve a los jóvenes, encapuchados con sus buzos canguro, transando la mercadería y prendiendo sus pipas caseras para consumirla. “El paquetito de paco lo hicimos con el papel plateado que viene en los paquetes de cigarrillos, y adentro le pusimos harina y ceniza de cigarrillos, eso era el paco”, aclara Gisela.

“Malena quería filmar como que la policía los agarraba —agrega Marina—. Y yo no quería, decía que no, que era mucho lío. Y al final, cuando Malena se fue, pasó de verdad (se ríe). Ellos estaban tomando cerveza, fueron a comprar y los agarró la policía”, comenta con la naturalidad habitual con la que se relatan los hechos de la propia cotidianidad.

¿Qué sintieron cuando Malena les propuso hacer una película sobre sus vidas?

Gisela: —En su momento tuvimos un poquito de miedo, porque no sabíamos cómo lo iba a tomar la gente, nuestro miedo era mostrar nuestra realidad en la villa, nuestra vida, teníamos miedo de que lo tomaran mal. Yo, por ejemplo, estoy en la religión umbanda, que es rara para algunos, la critican un montón, te dicen que hacés brujería.

Marina: —La cosa era mostrar la villa. Porque todo el mundo muestra la villa como que siempre están robando, que hay pibes presos, que hay delincuencia, siempre muestran lo malo. Pero nadie muestra que hay gente que trabaja, que hace talleres como nosotras, que hay comedores, eso no lo muestran.

¿La película les sirvió para mostrar a los que no son de la villa una imagen que va contra esos prejuicios?

G: —Claro, dentro de la villa no está sólo la parte negativa, también hay gente que se levanta a las siete de la mañana y trabaja hasta las siete de la tarde para traer el pan a su casa, familias que son numerosas y que se van a cirujear, a cartonear, para tener un peso y darle de comer a sus hijos. Eso no lo miran, sino que dicen “en la villa son unos negros drogadictos que roban”. Es una discriminación total, los de la villa siempre fuimos los marginados, siempre buscan a un “negro villero” para echarle la culpa de todo, te apuntan con el dedo “ah, mirá cómo se viste, porque vive en una villa”, así nos apuntan a las personas que vivimos acá. En realidad, con Malena queríamos mostrar eso, la vida que nosotros llevamos, las cosas malas que por ahí nos pasaron en su momento, y que vean que no somos extraterrestres, somos personas como cualquier otra, pasamos hambre, pasamos sufrimiento, tenemos familia.

M: —La película mostró que ella (Gisela) se iba a trabajar, que ella (Isabel) llevaba a los chicos a la escuela, mostró cosas que la gente (que no es de la villa) piensa que no hacemos. Piensan que en la villa no estudian y si estudian sólo van a la escuela para robar a los otros chicos. A nosotras en la escuela primaria siempre nos decían mangueras, cirujas, cartoneras.

G: —Cuando me decían así, yo lo que contestaba siempre es que estaba orgullosa porque iba a manguear porque así tenía el pan en mi casa. Yo me hice de abajo, no tuve un padre siempre al lado. Había veces que mi mamá se iba a trabajar y mi abuela no tenía para comer en mi casa, entonces yo me iba a manguear, y estoy orgullosa, también cirujeé y me puse a vender ropa, lo digo con la frente en alto, es lo que a mí me ayudó a levantarme y a no querer darle eso a mis hermanos hoy en día.

¿Cómo vivieron el hecho de que Malena se instalara acá y las filmara todos los días, todo el día?

M: —En algún momento molestó porque abrías los ojos y te estaba filmando (se ríen). Walter, nuestro hermanastro, siempre se iba porque decía “uh, ésta con la cámara me tiene las pelotas llenas”. Llegaba un momento que molestaba, pero si un día no me sentía bien, porque estaba cansada o porque tenía que hacer muchas cosas, le decía que no tenía ganas.

I: —La idea surgió de Malena, y nosotros la invitamos, le dijimos que mi casa no es un lujo, mi hermana también dijo lo mismo y ella quedó en casa de mi hermana, pero siempre a la mañana venia acá, tomábamos mate, charlábamos, o iba al comedor. Pero había días que no tenía ganas y le decía.

¿Se imaginan filmando la vida de Malena como ella las filmó a ustedes, convivir en su departamento y ver qué hace las 24 horas del día?

M: —No, es muy aburrido, porque está sola con un gato. (Se ríen todas). Lo único que vamos a filmar ahí es Male sentada frente a la computadora o Male acostada, tomando mate o tocándose el pelo (se ríe). No es como acá, siempre hay alguien haciendo algo, uno capaz que está haciendo su pieza y otro está arreglando la luz, o vas afuera y ves a los chicos jugando o alguien peleándose, pero en la casa de Male como que no pasa nada, sólo ves pasar los colectivos o la gente por la calle.

I: Claro, acá estamos entre todos, entran y salen, siempre viene alguien. Acá con nosotros no es aburrido.

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