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Viernes, 23 de mayo de 2008

TEATRO

Amor en los tejados

El amor y los celos en danza inseparable, la elegancia gatuna y sobre todo el corazón enamoradizo de Lope de Vega pueden disfrutarse en una adaptación teatral –en la que se cruzan diversos géneros– de La Gatomaquia, un texto que abunda en palabras musicales y de resonancia antigua que el autor escribió después de haberse ordenado como cura.

 Por Moira Soto

Estaba sobre un alto caballete
de un tejado sentada
la bella Zapaquilda al fresco viento,
lamiéndose la cola y el copete,
tan fruncida y mirlada
como si fuera gata de convento.

Hacia el final de su agitada vida, colmada de aventuras de toda especie incluyendo mucho y muy vehementes amores, ya hecho sacerdote pero no por ello menos galante, así describía Lope de Vega a la seductora morronga Zapaquilda, protagonista –junto a los gatos Marramaquiz y Micifuz– del extenso poema narrativo La Gatomaquia, parodia épica entre el amor y el honor, los celos y la venganza. En esas fechas, año 1633, ya el genio fecundo e innovador de Lope se había multiplicado en incontables obras teatrales de distinto carácter y temática; poemas en diversa métrica, novelas y anche un tratado teórico (Arte nuevo de hacer comedias). Pluma tan incansable no le impidió al autor de Fuenteovejuna cumplir trabajo como secretario de nobles y de eclesiásticos, alistarse como soldado y lograr ser ordenado cura en 1616, a los 52, dos décadas antes de morir.

Héctor Manuel Vidal, ex director de la Comedia Nacional de Montevideo, aunque disponía de tanta producción específicamente teatral firmada por Lope Félix de Vega Carpio, tuvo la feliz y arriesgada idea de hacer una adaptación teatral de La gatomaquia. Para llevarla a escena convocó a un equipo que incluye a las actrices Cecilia Sánchez y Jimena Pérez, los actores Diego Arbelo y Leandro Núñez,la escenógrafa Claudia Sánchez, la vestuarista Paula Villalba, el músico Fernando Ulivi y la bailarina Carolina Silveira para el asesoramiento corporal.

El título de esta adaptación fiel que allana sutilmente el original sin hacerle perder ni su ingenio ni su poesía ni los lujos del lenguaje, es simplemente Gatomaquia. Se estrenó con gran suceso de crítica y de público el año pasado en Montevideo, donde ganó los premios más importantes. En febrero pasado, se representó fugazmente en Buenos Aires deslumbrado al público que se acercó al Teatro del Sur, luego giró por el interior del Uruguay, recientemente acaba de presentarse en Mendoza y este fin de semana y el próximo, la versión y puesta de Vidal se ofrecerá nuevamente en Buenos Aires, esta vez en El Cubo.

Esta pieza, a través de sus gatas y gatos, habla de pasiones tan humanas como el amor, los celos, el despecho, la rivalidad, el rencor... Las jóvenes actrices Jimena Pérez y Cecilia Sánchez interpretan a Zapaquilda y Micilda (“tirándose relámpagos los ojos”) y también se desdoblan en otros personajes felinos. La primera empezó a estudiar música, danza y teatro en el interior, apenas adolescente y a los 18 prosiguió formándose en Montevideo, en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Debutó en el posgrado con un trabajo sobre novelas y cuentos de Onetti, todos personajes femeninos porque egresaban nueve mujeres. Luego actuó en Secretos, de Raquel Diana (2001), El buscón (2002), Historias de cronopios y de famas. Estuvo en la Comedia Nacional en calidad de invitada haciendo Pericles, “un espectáculo visualmente increíble”. Superando el prejuicio, participó en comedias musicales (“un género que reunía todo lo que me gusta”), como Sugar y Víctor-Victoria. Cecilia también es egresada (en 2001) de la Escuela Municipal de Arte Dramático y ha estudiado danza. Mientras cursaba, a los 18, hizo La princesa Malena, “un gran disfrute después de superar los miedos del caso”. En el posgrado, interpretó Feria, una creación colectiva y luego trabajó con Héctor Vidal cuando dirigía la Comedia Nacional en Las mil y una noches, una puesta despampanante que atrajo a 50 mil personas. El año pasado armó junto a tras compañeras la obra de danza teatro Cerrajería.

¿Cómo reaccionaron frente a esta propuesta de Vidal, tan inusual?

Cecilia Sánchez: –Era realmente como tirarse al agua sin salvavidas: hacer teatro en verso, Lope de Vega, una novela... que es una historia de gatos. Aaah, bueno. Después, me nombró a quienes van a estar y ya me sonó mejor. A Jimena la conocía de vista, nos cruzábamos en los pasillos de la Escuela: hola, hola, chau, chau. Nos empezó a parecer una aventura maravillosa, no era para resistirse. Algo que terminó de entusiasmarnos fue la proposición de Héctor: que si bien él tenía ideas sobre cómo contar en escena la novela, estaba abierto a todo.

Jimena Pérez: –El primer acercamiento fue a través de una lectura que él mismo nos hizo que, te digo la verdad, entendimos muy poco: fue en un salón arriba del teatro Victoria, las ventanas abiertas, mucho ruido para escuchar un texto en verso leído rápido. Un texto escrito con un lenguaje muy rico de otros tiempos, con términos no siempre familiares y una acción incesante. Después nos llevamos la versión a casa, releímos, fuimos entrando aunque nos quedaban cosas colgadas, pero ya estábamos de acuerdo en que el texto era muy hermoso, el proyecto sumamente atractivo. Es verdad que el detalle de que era una novela, todo relato, daba para preguntarse ¿Dónde está mi personaje, por favor? ¿Cuándo actuamos? ¿Qué somos? Para descifrarlo, todos aprendimos todo el texto. Ibamos variando, probando para ver qué cosa contaba quién. Probamos de mil maneras, seis meses y medio nos llevó ese proceso: seis días por semana cuatro horas por día...

¿De entrada trabajaron con la versión de Vidal tal como se estrenó?

C.S.: –Sí, cuando Héctor nos hizo esa lectura ya había hecho una primera versión que la que prácticamente se mantuvo hasta hoy, tres versos menos puede ser. Héctor tenía claro que quería contar Gatomaquia de siete formas distintas, por las siete silvas del texto. Con la primera silva estuvimos como tres meses, lo que nos sirvió para jugar mucho con el verso, hacerlo fluir con naturalidad.

¿Empezó a resplandecer toda la poesía, el color, el humor?

J.P.: –Lope no era un desconocido, claro que lo habíamos estudiado, pero no esta novela, que no era una pieza teatral. Había que desentrañar el cuento lineal para después empezar a encontrarle la carne. En principio el pretexto argumental no parecía tan original: un gato se enamora de una gata, la gata le da celos con otro gato. Pero después empieza a aparecer todo el subtexto, el trasfondo social e histórico, la fina percepción de los sentimientos humanos por parte de Lope, tan intemporales que resuenan en la actualidad.

C.S.: –No soy buena lectora de textos, a mí me atrapa todo el proyecto: sé que Lope es genial, que Héctor es un grande, me gustaban los compañeros. Todo lo que hace al texto me cae tiempo después, cuando el proyecto se pone en marcha, lo empiezo a incorporar por el lado lúdico. Comienzan a vivir esas frases tan preciosas: ahí es cuando te puedo decir que Gatomaquia es una belleza por su lenguaje, por su sabiduría, por su lirismo.

En cuanto al recorrido musical, se inicia con pasos de ballet.

J.P.: –Para la primera silva, sí, que dio paso a las siguientes. Creo que toda la riqueza del texto se puso de manifiesto cuando estuvieron las siete listas, todo tuvo sentido y empezamos a disfrutar mucho.

Es interesante lo que lograron respecto de la claridad de la historia, que permite que se escuchen vocablos quizá desconocidos para la mayoría –mirlado, abencerraje, uñarada, tronera, arracada– cuyo significado sin embargo se intuye, o cuyo sonido seduce como parte de una melodía.

C.S.: –Sí, nos han hecho comentarios parecidos: gente que nos dice que quiere más Lope, que en algún momento habrían deseado parar, rebobinar para que se repita un verso, un concepto, una frase que derrocha vocabulario, llena de sentido.

De la obra se desprende un conocimiento profundo de Lope sobre la conducta gatuna, parece que estos animales le encantaban...

J.P.: –Sí, él tenía ese interés por los gatos que también se refleja en La dama boba. Esta es su ultima pieza literaria, donde se da mucho gustos, se permite varias citas, mucho humor para decir cosas profundas y una gran libertad de escritura.

C.S.: –Nosotros, al meternos en este mundo tan felino, con detalles tan finos, nos pasábamos horas hablando sobre gatos, sobre su misterio, su elegancia, su vida nocturna, las serenatas. Ahora ya nos imaginamos a Lope con cara de gato, seductor por supuesto. El también tuvo varias vidas, amores apasionados, episodios de celos. Poniendo como escudo a los gatos, en Gatomaquia parodia cosas tan fuertes como las guerras, la pelea por el poder.

A través de su opinión sobre Zapaquilda se trasluce una mirada que ve a las mujeres mudables y coquetas, con cierta indulgencia. Quizá porque él también mudó de amores tantas veces.

J.P.: –Sí, es un poco ambivalente, dice esas cosas con innegable simpatía, así como se le nota el placer con que describe a las gatas, sobre todo a Zapaquilda que es toda una chica fatal. Lope era enamoradizo, le gustaban las actrices.

C.S.: –Como tanta literatura, Gatomaquia está contada desde el punto de vista del héroe masculino, y corresponde a una época. Si se tratara del drama de Zapaquilda, acaso podrían aparecer las razones por las que ella se enamora de otro gato y falta a su promesa. Pero es cierto que no se puede negar cierto apego de Lope por esta gata, más interesante que Micilda. Marrramaquiz usa a Micilda, personaje secundario, para darle celos a Zapaquilda.

¿Cómo encararon la composición tan estilizada de felinos y felinas?

C.S.: –La idea era no caer en Cats, por más que esa comedia tiene un trabajo corporal muy lindo. No hacer la imitación de un gato, de una gata, sino más bien encontrar su esencia. En esta parte del trabajo nos ayudó Carolina Silveira. Miramos muchos videos, desde luego nos fijamos en Gatúbela, estudiamos los movimientos gatunos tratando de acercarnos a cierto espíritu felino, algo que caracteriza a los gatos: lo precisos, lo netos que son para moverse.

J.P.: –Cuando empezamos con Carolina apenas teníamos la primera silva trabajada. Ella vino con una serie de ejercicios que nos iban a llevar a ese objetivo: pulcritud de movimientos, precisión, ese garbo especial. Nos fuimos descubriendo mutuamente gestos, miradas: ahí estás gato. Tampoco es este un espectáculo donde te embarcás en representar a un gato, a una gata y te quedás en ese lugar. Tienen tanto de humano estos personajes, hay mucha sátira, un retrato social muy amplio.

Y sobrevuela toda la obra el tema de los celos, acerca del cual se dicen cosas muy reveladoras.

C.S.: –Como por ejemplo: “Que amor siempre se tuvo por nobleza/ y los celos por acto de bajeza/ como si amor pudiese estar sin celos”.Hace casi cuatro siglos, la misma historia.

¿Se hicieron cargo de los distintos géneros musicales sin chistar?

C.S.: –Yo personalmente tuve un poco de vértigo cuando Héctor me dijo: “Vamos a hacer ópera también”. Porque sin duda Jimena maneja su instrumento divinamente. Para ella podía resultar más natural, pero para mí era como: improvisá en chino ahora mismo. A la vez, estuvo buenísimo sumergirse en toda esa zona, jugando mucho con el texto, probamos hasta con operetas en italiano, cómo sonaba cada objeto. A fin de cuentas, tratándose de verso, de entrada ya estaba lo musical, así que ¿por qué no? El momento del rap, por ejemplo, es perfecto para decir mil cosas, difíciles de articular de otra manera. Es la guerra que se está describiendo y encaja perfecto en ese registro tan actual, con ese poder de repetición. ¤

Gatomaquia, mañana viernes, el sábado y el domingo próximos, y los días 30 y 31 de mayo y 1º de junio en El Cubo, Zelaya 3053 (Abasto), a $ 25, con descuentos.

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Jimena Pérez. Cecilia Sánchez.
Imagen: Jimena Pérez
 
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