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Viernes, 19 de septiembre de 2008

INTERNACIONALES

Culebrón mata números

Cuarenta años después del Mayo francés –que también reivindicó una sexualidad libre y separada del supuesto sagrado matrimonio– la moralina apunta con su dedo acusador a la ministra de Justicia del país galo. Su pecado fue quedar embarazada a los 42 y sin progenitor conocido –aunque la timba de los rumores no tiene paz–; algo que en Francia puede pasarle a cualquier mujer, siempre que no sea funcionaria.

 Por M. B.

Este año, en Francia, la inflación alcanzó su pico más alto en 17 años, mientras que el poder adquisitivo de la población se encuentra en uno de sus niveles más bajos. Para lo que resta del año, el crecimiento se calcula allí en un magro 1,3 por ciento. No son buenas noticias y, sin embargo, el culebrón desatado alrededor del embarazo de la ministra de Justicia Rachida Dati parece resultar mucho más interesante que las cuentas públicas. Tanto como el romance luego oficializado con boda entre el presidente Nicolas Sarkozy y Carla Bruni en su momento. Los números serán desalentadores pero la novela rosa está ahí para prestarle su color a la política.

Sin embargo, no es la primera vez que una ministra de ese país se embaraza durante sus funciones: en 1992, Ségolène Royal, por entonces titular de la cartera de Ecología, recibía a la prensa y a las cámaras de TV en su cuarto de un hospital parisino un día después de dar a luz a su cuarta hija. Más cercano en el tiempo y esta vez en España, en abril pasado, Carmen Chacón se convirtió, a los 37 años y con un embarazo de siete meses, en la primera ministra de Defensa de ese país. La imagen de su vientre redondo mientras pasaba revista a las tropas españolas estacionadas en el Líbano dio la vuelta al mundo. Sin embargo, el caso de Dati no resulta tan simpático y desde que se supo, la noticia se convirtió en pasto seco para el fuego de los chismes y los juicios de valor: la imagen de una ministra soltera, con un hijo en camino concebido a una edad madura y, por si fuera poco, “desapareada” resulta irritante para muchos.

“Me preguntaron quién iba a reemplazarme durante el parto, como si un embarazo fuera incompatible con la gestión ministerial”, decía en 1992 Ségolène Royal horas después del nacimiento de su hija Flora. Meses más tarde, Frédérique Bredin, por entonces ministra de la Juventud y Deportes, daba a luz a su primer hijo. Y en el 2000, nacía el bebé de la secretaria de Presupuesto Florence Parly mientras ésta estaba en funciones. Por su parte, Rachida Dati anunció que tampoco piensa dejar de trabajar: “Estoy embarazada, no enferma”, dijo cuando se conoció la primicia. La imagen de una ministra embarazada sigue resultando insólita, pero algo más molesta en Rachida, segunda de una familia de doce hijos, de padre marroquí y madre argelina. “A los 42 años, soltera, embarazada y sin pareja conocida”, titulaba a principios de septiembre un artículo del diario regional Midi Libre, que bien podría haber sido escrito por el papa Benedicto XVI. ¿Un dejo de sexismo, de moral religiosa o simplemente un título poco feliz? Lo cierto es que el embarazo de Rachida, la primera funcionaria de origen árabe en alcanzar un puesto tan encumbrado en el gobierno molesta a muchos, incluido Sarkozy, que desde ya hace un tiempo la ha excluido de su círculo íntimo –Dati era cercana a Cécilia, la segunda mujer del premier, y Bruni la detesta, afirman las revistas de chimentos–. Justamente, los franceses están dispuestos a dejar pasar el estilo farandulero inaugurado por Sarkozy. Antes que él, los trapos sucios del presidente de turno jamás eran ventilados en la prensa, aunque ésta supiera exactamente en qué calle vivía la amante de Jacques Chirac o que François Mitterrand tenía una hija ilegítima. Pero el pacto de silencio se quebró con la entrada de Sarkozy, su escandalosa separación y su boda con una ex supermodelo con fama de “rompehogares”.

Como al presidente, a Rachida también la encandiló Paris Match: a fines del año pasado, por primera vez en la historia de la República, una funcionaria aparecía en la tapa de este semanario, con un vestido de Dior y medias de red. Las críticas de los magistrados no tardaron en venir: la tapa era “incompatible” con el cargo. “La ministra entra a las cárceles como si estuviera en la alfombra roja de Cannes”, se quejaron.

También se le critica que, en un momento en el que se han suprimido algunas jurisdicciones por falta de presupuesto, los viáticos de las recepciones organizadas por su ministerio se han incrementado. En enero, sus subordinados se inquietaban por las facturas de catering y otros gastos personales de Rachida, entre ellos unas pantymedias de 120 euros. Mientras que en 1992, Michel Vauzelle, por entonces ministro de Justicia, sólo contaba con un encargado de prensa, Rachida tiene 29 personas consagradas exclusivamente a manejar su imagen. Según una encuesta del diario Le Figaro, mientras que el 59 por ciento de las personas interrogadas en julio de 2007 veían con buenos ojos a la ministra, un año más tarde, este porcentaje se redujo a un 33 por ciento.

Diversos errores en su ministerio no la han ayudado, amén de la sentencia de un tribunal francés, que hace unos meses anuló un matrimonio musulmán porque la novia no era virgen. En un principio, Rachida apoyó la decisión del tribunal, en razón de la “protección” de la chica, a la que no beneficiaría en nada seguir unida a un hombre que no la aceptaba tal como era. La decisión se basó en el engaño sobre “una cualidad esencial” de uno de los cónyuges, causa de anulación de un matrimonio según el artículo 180 del Código Civil francés. Pero la ministra desconcertó a todos al apelar la sentencia. Curiosamente, en ese momento, muchos olvidaron que la misma Rachida anuló su primer y único matrimonio cuando apenas tenía 22 años. El marido era un conocido de su padre, un hombre brutal e insoportable que cerraba las puertas de su casa a las ocho de la noche “y el que no esté a esa hora, que duerma en una plaza”, decía a sus once hijos. El espisodio concluyó con una anulación por falta de consentimiento mutuo, un procedimiento excepcional en esa época, que empujó a la joven Rachida a refugiarse en Londres un par de años y a trabajar en un banco.

“Mater semper certa est” estipula el Derecho romano: la madre es siempre cierta –frase discutible en la era de las tecnologías de la reproducción–, el padre es aquel que el matrimonio designe. Pero a la ministra francesa le falta un marido: mientras que en el resto del mundo, jefes de Estado como Hugo Chávez o Fidel Castro no ocultan su soltería, en la cuna de la ilustración y la Revolución de 1789, un funcionario “suelto” es una imperfección que hay que corregir. A meses de haber sido elegido presidente –el combo incluía una esposa glamorosa como Cécilia Ciganer– el mismo Sarkozy tuvo que solucionar rápidamente su repentina soltería. A los pocos meses, el premier se encontraba felizmente casado con una exquisita cantante.

Entre otras cosas, el Mayo francés permitió desacralizar la sexualidad sin amor y fuera del matrimonio, una institución que poco a poco empezó a perder su carácter sagrado, incluso cuando había hijos de por medio. Pero ese nuevo orden sexual no termina de alcanzar a los funcionarios ni mucho menos a las funcionarias de ese país. Por estos días, la idea de tener una ministra embarazada de padre desconocido molesta a una parte de la sociedad francesa: posiblemente al hijo de Rachida le espere, auguran algunos blogs, la estigmatización que antaño se reservaba a los hijos ilegítimos. Soltera –el matrimonio anulado no la convierte en divorciada–, cuarentona y sin novio a la vista, la prensa francesa y magrebí ha mencionado como posibles padres de la criatura a un par de CEO de grandes empresas francesas, a un conocido conductor televisivo e incluso al ex presidente español José María Aznar –la prensa española, incluso, habría descubierto algunas fotos de ambos políticos juntos–.

Mientras, la ministra a la que tanto se ha cuestionado por el manejo de su imagen, se reserva el derecho de mantener en secreto la identidad del padre. Si el embarazo “se consolida, seré feliz. Si no, me pondré muy triste, pero me pintaré con lápiz labial y cargaré con el fardo yo sola”, dijo a los medios al blanquear su situación. Ninguna “Carla Bruni” en formato masculino vendrá a rescatarla, al menos en el corto plazo. Pero quizás eso sea el tímido comienzo de un nuevo orden sexual en la política francesa.

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