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Viernes, 18 de septiembre de 2009

El género a la fuerza entra

La politóloga Andrea Daverio dicta un seminario de género a policías alumnos de la Universidad Nacional de Lanús. “Es fácil hablar de género a un grupo de feministas”, dice. Para ella, el desafío consiste en lograr que este enfoque atraviese a una institución autoritaria y masculina como la fuerza policial.

 Por Milagros Belgrano Rawson

Politóloga uruguaya, especialista en género y políticas públicas, Andrea Daverio vive en Argentina desde 2001. Trabajó para la Unión Europea y, en nuestro país, en el Ministerio de Salud y el Consejo de la Mujer. Desde 2004, enseña Políticas Públicas en la Universidad Nacional de Lanús, donde también dicta un seminario de género y seguridad creado por ella y dirigido a policías alumnos de la carrera Seguridad Ciudadana. Ideológicamente comprometida con la izquierda uruguaya, y consciente de los estigmas que pesan sobre la policía argentina, Daverio está sin embargo convencida de que el enfoque de género debe atravesar a esta fuerza. “Si se quiere un proyecto democrático y equitativo, para el cual se deben planificar políticas públicas, no puedo concebir recursos humanos que no hayan atravesado una formación en género. Y no me refiero sólo a los policías, sino a todos los funcionarios públicos implicados”, dice esta montevideana. Para ella, resulta todo un desafío proponer una reflexión sobre la diferencia sexual a miembros de una institución altamente masculinizada, autoritaria y heterosexual como la policial.

¿Cómo surgió tu interés por las fuerzas de seguridad?

–Mi primer acercamiento fue en el 2004, cuando di clases de políticas públicas en un curso de formación ciudadana a oficiales de policía en ejercicio de distintas partes del país. Era un programa de la Universidad Nacional de Lanús y el Consejo de Seguridad Interior del Ministerio del Interior. Estratégica e ideológicamente me parecía interesante que se dictara ese curso, que por otra parte fue diseñado con total libertad por la universidad con la intención de contribuir al debate y reflexión entre oficiales, suboficiales y gendarmes.

¿Qué te llamó la atención en este primer contacto con la policía?

–Algo que sabía discursivamente pero que no había presenciado, que es la percepción que ellos tienen respecto de quiénes forman parte de la fuerza y quiénes no, la diferencia entre un civil y un policía. Y en mi caso, además, se sumaba que yo era mujer, aunque entre los alumnos había alguna que otra mujer. Por otro lado, me encontré con alumnos de las fuerzas que además tenían estudios universitarios, había trabajadores y trabajadoras sociales, sociólogos. Claro que había alumnos que eran absolutamente impermeables a lo que se dictaba, pero era un espacio interesante para la discusión.

¿Cómo surgió lo de dictar un seminario de género a policías en la universidad?

–La Universidad de Lanús dicta una licenciatura en Seguridad Ciudadana, dirigida a civiles y policías, que es única en su enfoque. En el 2007, propuse a la universidad dictar un programa sobre problemas que tienen que ver con el encuentro entre el género y las políticas públicas de seguridad, con la modernización de las fuerzas policiales, la transversalidad de género en las fuerzas y en el diseño e implementación de las políticas. La propuesta fue aprobada por la institución, que por otro lado es dirigida por una mujer, y que desde el año pasado tiene un programa de género y políticas públicas. De modo que diseñé el seminario y empecé a dictarlo. Aclaro que es optativo y abierto a todas las carreras de la universidad.

Si es optativo, ¿por qué razones los oficiales que cursan la carrera se inscriben en ese seminario y no en otro?

–Al inicio del curso, muy pocos saben por qué están ahí, pero a todos les produce curiosidad. En las primeras clases algunos estudiantes me decían: “Profesora, yo no sabía si anotarme, pensaba que esto era para minas o putos”. Muchos tendían a confundir género con “mujer”, lo que es frecuente también en algunas instituciones y medios de comunicación. Pero una vez que superamos la cuestión de que género no es sinónimo de “mujer”, sino una forma de hacer y de ver, los hombres empiezan a sentirse incluidos. Ya no sienten que este seminario es para mujeres, que por otro lado constituyen el 40 % de la clase. Y a medida que pasa el tiempo, cada alumno o alumna va descubriendo por qué eligió el seminario, decisión que en general está vinculada con sus historias personales y laborales.

¿Qué temas se trabajan?

–Temas específicos de las fuerzas de seguridad, como los modelos de masculinidad hegemónica, el modo en que las problemáticas de género se encuentran con las instituciones policiales. Y temáticas relacionadas con el cuerpo, el lenguaje, el poder, que resultan interesantes para debatir con policías que son producto de una formación autoritaria, rígida y jerárquica. Para mí fue un desafío diseñar y dictar este seminario. Porque creo que es fácil hablar de género a 20 o 30 feministas. Puede haber disenso, pero hay una base de acuerdo, de comprensión del lenguaje, de enfoques. Acá en cambio hay que explicarlo todo. Mis alumnos y alumnas leen a Judith Butler, Nancy Fraser... Pero tampoco quiero que deglutan teoría, sino que adquieran herramientas de análisis que les permitan pensar sobre estereotipos, mandatos, identidades...

Así como ellos tenían prejuicios al principio del seminario, ¿vos tenías prejuicios sobre la policía en general?

–Sí, claro, pero ya no los tengo. Yo pasé mi infancia y adolescencia en Uruguay, durante la dictadura, voté al Frente Amplio, vengo de un hogar de izquierda y siempre tuve claro dónde estaba el enemigo. Y, sin embargo, por esas mismas razones creo que el enfoque de género en las fuerzas de seguridad es un tema del que hay que ocuparse. Si no, la retórica de derechos humanos y de género queda sólo en los discursos. Y no me refiero sólo a los policías sino a los médicos, los jueces... Un ejemplo: en Argentina hay dispositivos normativos que sancionan la violencia familiar y de género. Pero si no me ocupo de hacer reflexionar a los médicos de las guardias, los jueces, los fiscales, los policías, con la ley sola no alcanza. Si no, dejo librado todo a que un policía actúe de acuerdo con su sentido común, que probablemente esté moldeado por un modelo androcéntrico patriarcal heterosexual. Lo mismo ocurre con un juez al que le cae una causa de violencia familiar. Bueno, tal vez tenga esta sensibilidad, tal vez sepa de género, pero lo más probable es que no. Y eso tiene que ver con la integralidad de las políticas públicas. Yo creo que todos tenemos prejuicios y por otro lado creo que no hay que olvidarse de la historia. Lo que ocurrió en nuestros países no hay que negarlo. Pero hoy hay que ver qué se hace con la formación de las fuerzas policiales bajo nuevos paradigmas.

¿Qué aprendiste de tus alumnos y alumnas?

–Una de ellas mostró cómo las instituciones le huyen al tema de la violencia de género. A la comisaría llegó una mujer muy golpeada y esta oficial la llevó a un hospital para que la curaran y le hicieran una pericia. Pero la médica se niega a hacer la pericia y la oficial le dice: “Bueno, doctora, entonces usted me firma acá que no quiere hacerlo”. Y ahí la médica cambió de idea y dijo que sí. Es el caso de una mujer policía empoderada y absolutamente consciente de lo que había que hacer y el de una médica que no quería tener un problema y evadía sus tareas como funcionaria pública. Y me sentí reconfortada al escuchar la forma en que esta alumna resolvió el caso.

La policía argentina está muy cuestionada en cuanto a la violación de derechos humanos, pero es interesante ver qué otros funcionarios que a veces gozan de una valoración positiva en la comunidad tampoco hacen las cosas bien.

–Creo que hay determinadas representaciones acerca de la legitimidad que tienen las profesiones en la sociedad. Y esto puede llevar a equívocos. Por ejemplo, pensar que frente a cuestiones que tengan que ver con el género habrá diferencias según la profesión. Y esto no es así: un médico, un juez, un abogado, un policía pueden compartir la misma visión patriarcal y androcéntrica. Un policía que no le toma la denuncia a una mujer golpeada porque no tiene “lesiones visibles” está tan en falta como el médico de una guardia que ante una mujer visiblemente golpeada por un hombre pone en la historia clínica “golpe por caídas”. La médica que se niega a hacer la pericia, el fiscal que demora medidas de protección a una mujer... Todos estos casos se ven a diario e involucran a funcionarios públicos. Es cierto que cada uno de ellos tiene una formación distinta, pero lo interesante es que esas formaciones no están atravesadas por la equidad de género. Te doy más ejemplos: hace unos años hice una investigación sobre la presencia del paradigma “derechos sexuales y reproductivos en la política pública”. Concretamente, investigué a mujeres usuarias del programa de salud reproductiva de la Ciudad de Buenos Aires y a los profesionales que lo integraban. La norma está, el programa está, pero descubrí que había obstáculos ideológicos. Para muchos de esos profesionales, la salud reproductiva era una bolilla o una unidad de anticoncepción que habían visto en Ginecología. Eso no es tener formación en salud reproductiva desde un enfoque de género y de derechos. Sabía lo mismo ese médico ginecólogo que el policía de la comisaría. O sea, ninguno sabía nada. Una fiscal me decía hace poco que el enfoque de género tendría que ser un requisito para entrar a la administración pública.

Claro, pero cuando existen funcionarios con causas en la Justicia, a muchos podrá parecerles un exotismo pedirles conciencia de género.

–Sí, claro. Pero hay un contrasentido. Aun hoy hay médicos de hospitales públicos que se niegan a darles un DIU a las adolescentes que lo piden sin autorización de sus padres. Un adolescente es sujeto de derecho, puede ponerse lo que quiera sin la autorización de nadie, así lo estipula la ley. Pero un médico dice eso y ¿qué hace la adolescente? Da media vuelta y se va. Y ese médico o es un ignorante o hizo una interpretación libre. Hace poco, un ginecólogo que es jefe de un servicio de un hospital provincial me contó que allí se había presentado un hombre que se quería hacer una vasectomía. Era un hombre muy humilde, con muchos hijos. En todos lados le decían que no, invocando objeción de conciencia. Hasta que logró dar con un urólogo que aceptó hacer el procedimiento. Claramente hay una confusión entre la objeción de conciencia individual y las instituciones, ¡que no tienen conciencia! Si sos el médico, sos apenas un fusible de una institución pública y como tal tenés que cumplir con la ley.

Salvando las distancias, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez hizo algo similar con la ley de aborto, sancionada en el Congreso y vetada por él poco después.

–Pese a que Tabaré siempre había dicho que vetaría la legalización del aborto, las feministas teníamos la esperanza de que en este caso el presidente antepusiera las instituciones y el sentir de la población a su conciencia. Pero ocurrió lo contrario: Tabaré es católico y, efectivamente, antepuso sus principios a lo que el Congreso había votado. Lo que hizo fue lamentable, se trataba de una oportunidad histórica en América latina de que ocurriera algo diferente y se desaprovechó. Para mí la igualdad de género y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos no es un detalle, aunque nos hayamos acostumbrado a que sea así, a que haya umbrales de igualdad aceptables y otros que no. Y desde el punto de vista ideológico, me parece inadmisible lo que ocurrió porque habla de un personalismo terrible, como dice una amiga mía: el veto fue un gesto del “rey Tabaré I”. Es cierto que éstos son los vericuetos del sistema semipresidencialista uruguayo. Tabaré no hizo nada fuera de la ley, pero podía elegir no vetarla. Fue gravísimo lo que hizo porque además, a nivel regional, había mucha expectativa de que se aprobara.

Y en Uruguay ¿se ha incorporado el enfoque de género a las fuerzas de seguridad?

–El año pasado di un seminario en la sede uruguaya de Flacso sobre género y seguridad, y estuve reunida con la que fue hasta hace muy poco ministra del Interior, Daisy Tourné. Se han dado pasos en este sentido, se nombró a una directora de la escuela de policía y había voluntad de parte del Ministerio del Interior de incorporar temas de género a la formación de la policía. Pero no he dado este seminario a policías uruguayos.

De acuerdo con lo que observás en tus clases, ¿cómo son las relaciones entre hombres y mujeres policías?

–Algo interesante es ver qué les pasa a los varones cuando sus compañeras mujeres se embarazan y el trabajo recae sobre ellos. Un hombre me decía que de siete mujeres que había en su comisaría, cuatro se habían embarazado y esto les daba rabia a los varones. Embarazadas, las policías no pueden salir a la calle, ni hacer toda una serie de tareas... Uno de  ellos comentaba que si uno de ellos se siente mal, va al médico, que le dice “tomate esto y volvé a trabajar”. En cambio, si se trata de una mujer, se le dice: “Tomate el día”. Porque no quieren que les hagan una denuncia por discriminación. Y ellos alegan que es una inequidad, que las mujeres policías están sobreprotegidas. Otra cosa interesante es que algunos contaron que estaban revisando su homofobia inicial. La lectura de los textos que se veían en clase se vuelve como un búmeran sobre sus historias personales. Comienzan a reflexionar sobre sus hijos, hijas, a qué juegan, qué estudian, qué hacen sus mujeres, si perciben salario... Otros hablan de sus compañeras lesbianas y uno comentó que sus colegas mujeres quieren hacer lo mismo que los varones, incluso cuando hay un hecho muy violento o sangriento, del que ellos quieren protegerlas. En general, tienden a evitarles estas tareas porque las consideran inapropiadas para mujeres.

Se puede decir que al término del seminario, ¿tus alumnos salen “evangelizados en género”?

–No lo sé, yo apunto a que entiendan las propuestas del feminismo para cambiar la sociedad. Claro que tal vez no alcance con un seminario cuatrimestral, son cuestiones a seguir pensando. Yo doy el seminario los viernes a la mañana y siempre salgo con los Las 12 y Soy para leerlos en el subte y luego selecciono artículos para discutirlos en clase. Fue interesante cuando salió la nota “Butler para principiantes”; yo les había dicho a mis alumnos que fueran a verla a la Feria del Libro, porque con esta cultura del apunte y la fotocopia, era bueno que vieran que se trataba de una persona de carne y hueso, una eminencia que venía a presentar su último libro en el país. Y al otro día les di una copia a cada uno de la nota y les dije que la leyeran en sus casas. Hay cosas que no entendieron, pero surgió un debate sobre su teoría. Otra vez, un alumno vino con un análisis sobre los desodorantes Axe, sobre lo machista que es la propaganda. También analizan casos de violencia de género que ven en los medios o en sus comisarías. Uno de mis alumnos contó una situación de violencia que fue abordada de la peor manera. Se trataba de una mujer golpeada, cuyo marido se había llevado a su bebé y ella fue a la comisaría a hacer la denuncia. Allí, en vez de orientar las acciones a la protección de la mujer y sus derechos, como indican las normas, se trató de reconciliarla con el golpeador. El alumno que lo contaba había presenciado la situación e intuía que las cosas se habían hecho mal. Un caso en el que era claro que había prevalecido el modelo de madre y familia por encima del de una mujer golpeada. Pero retomando tu pregunta, yo creo que cualquiera que comience a pensar sobre cuestiones de género, ya nunca más podrá ver la realidad de la misma manera. Mi expectativa es que a mis alumnos y alumnas les ocurra esto.

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