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Viernes, 15 de enero de 2010

VIOLENCIAS

El templo de los machos

Juan Cabrera es conocido en Santa Fe como un “emprendedor nocturno”, un eufemismo que nadie ignora que encubre su verdadera actividad: el proxenetismo. El, por su parte, se presenta como un macho exitoso, admirador de los gustos y habilidades de Silvio Berlusconi, “ese monstruo” –en sus propias palabras– a quien homenajea en su último emprendimiento, un prostíbulo de lujo que se anuncia con pompa en los medios. Todo sucede en la misma provincia donde todavía rige un Código de Faltas que penaliza la prostitución callejera y el travestismo, un modo nada elegante de empujar a quienes están en situación de prostitución hacia los brazos de proxenetas con protección de hecho, aunque no legal.

 Por Sonia Tessa

Desde Rosario y San Lorenzo, en Santa Fe

La oferta sexual está a la vista, no necesita esconderse. En Rosario, que se enorgullece de su historia prostibularia, el mes pasado abrió el Palacio Berlusconi, en pleno centro. Es un secreto a voces, festejado por los medios de comunicación, que celebran la presencia de “empresarios y futbolistas”. A simple vista, desde la calle, no se ve ni un cartel. Apenas unas luces rojas en las grandes ventanas del primer piso de esa casona de planta alta, con puertas de hierro y una bella araña en el acceso, ubicada justo sobre el inicio de la escalera. Pero los vecinos no dudan en confirmar que la casa de Sarmiento 1112 es el Palacete. El dueño de este negocio –presentado como night club– lo difundió con una de sus habituales frases socarronas. Juan Cabrera, conocido como el Indio Blanco, dijo que el nombre de su nuevo boliche es “un homenaje al monstruo italiano. Muchos en el fondo quisieran ser como él y este lugar representa un poco los gustos del presidente italiano”. Eso es: mujeres hermosas, espectáculos eróticos y acompañantes de alto nivel. Para el portal de economía y negocios que difundió la información, el dueño es un “emprendedor nocturno”, ya que también es propietario de La Rosa Sexy Bar, otro prostíbulo encubierto. En realidad, Cabrera es un proxeneta. Y el proxenetismo está sancionado como delito en el Código Penal Argentino.

Lejos de eso, en el sentido común, el rufián es ensalzado, admirado. Cabrera –como él dice de Berlusconi– representa en el imaginario rosarino el modelo de muchos hombres que quisieran vivir del cuerpo de las mujeres. Otro secreto a voces –otro más– es que estos locales cuentan con protección política, policial y jurídica. La actividad está a la vista, una simple inspección municipal podría determinar que allí funciona un prostíbulo, comercio prohibido desde 1957, cuando la Argentina se convirtió en un país abolicionista, al firmar el Convenio para la Represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena, que data de 1949. De hecho, la Dirección de Habilitación de la Municipalidad confirmó que allí no hay ningún comercio habilitado.

El diálogo entre el discurso feminista –y legal– con el sentido común se torna imposible. La abogada Analía Aucía, de Cladem, puntualizó que “la prostitución no es delito, porque el país adhiere a la posición abolicionista. No se reprime la actividad en sí misma, sino que el Estado debe perseguir a las personas que explotan y promueven la prostitución ajena”. Existe una diferencia legal entre trata de personas y proxenetismo, pero los dos son delitos.

A casi nadie escandaliza el Palacio Berlusconi. Porque toda la oferta sexual está a la vista. Tan a la vista como los clasificados que llevan páginas y páginas del rubro “Servicios para el hombre y la mujer” en los diarios. Está naturalizado. Y es festejado desde el tono canchero que asumen los hombres cuando cuentan sus incursiones. Como La Rosa Sexy Bar. Después de unos años en la zona de la terminal de ómnibus, se trasladó hace un par de años a Pichincha, para enraizarse con la historia de la ciudad, orgullosa de su pasado prostibulario y que mira para otro lado cuando se menciona la Zwi Migdal, la red de trata de mujeres que funcionó en la ciudad. El eufemismo del sexy bar indica que los clientes pueden ir al hotel de al lado, del mismo dueño, y “contratar” a las mismas chicas que hicieron el strip tease en el escenario. Ellas dejarán un 50 por ciento de su ganancia al comercio. Se dice que allí concurren los chacareros de los pueblos sojeros vecinos, con mucho dinero para gastar, ya que Rosario está ubicada en el corazón de la pampa sojera. Y es cierto, pero también periodistas, abogados, jueces, policías. Todos forman parte de una trama de protección. “Nadie obliga a las chicas a estar ahí”, argumenta un amigo del dueño, que además de ser el mayor proxeneta de la ciudad –porque también regentea varios departamentos donde funcionan “privados”, otro eufemismo– tiene un negocio de otro tipo, un club de blues llamado Willie Dixon y una playa en la isla, Dixon Beach.

Tan poco encubierto está el sexy bar (que en su antiguo local contaba con habitaciones dentro del mismo boliche, y ahora las tiene al lado), que la municipalidad de Rosario lo publicita en el folleto de su Ente Turístico. De hecho, la directora del Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar), Susana Chiarotti, prepara una nota para exigirle al municipio que retire esa publicidad. “No queremos tener un discurso moralista, no somos señoras católicas que se escandalizan, pero de nada valen los esfuerzos por la igualdad de oportunidades si se naturalizan y se trivializan estas situaciones”, dijo la abogada feminista y puntualizó: “El Ente Turístico funciona con fondos de la ciudadanía y no deben ser usados para este tipo de propaganda, porque la Constitución Nacional de nuestro país incluye la Cedaw, que en el artículo 6 compromete a los estados en trabajar para suprimir todas las formas de trata de mujeres y explotación de la prostitución de la mujer”.

Sólo a algunas feministas les parece raro tanto despliegue de poder gracias a la explotación del cuerpo de mujeres. A casi nadie más. A las chicas que trabajan en esos lugares tampoco, aunque el Código Penal lo prohíba. La red de complicidades que permite la actuación a cara descubierta incluye, por supuesto, a los medios de comunicación. En todos los casos, la palabra prostitución sobrevuela pero no se dice. Y las sonrisas se hacen admirativas cuando se trata del Palacio Berlusconi. “En relación a la categoría, su titular afirmó que se trata de un privado 7 estrellas ideal para organizar agasajos empresariales, fiestas de fin de año o cualquier tipo de homenaje”, describe el periodista de la página web que difundió su apertura, y remata con una frase del “próspero empresario”: “Contamos con un amplio bar y livings distribuidos en la planta alta y también reservados con todas las comodidades”, dijo. Más claro, hay que echarle agua. En ese sentido, Chiarotti consideró “una vergüenza” lo del Palacio Berlusconi, de cuya inauguración se enteró porque lo difundían en televisión como “un lugar de entretenimiento nocturno”.

Claro que las chicas están ahí porque quieren. Ellas cobran sus servicios y no ven nada de reprochable en dejarle la mitad de su dinero al negocio. “Para ellas soy como un padre”, se enorgulleció Cabrera en un reportaje del año 2004. Y entonces, en el vestuario de La Rosa en su ubicación antigua, las chicas estaban felices mientras terminaban de producirse para los shows de la noche. Todas jóvenes, todas bellas.

La naturalización de la explotación del cuerpo de las mujeres, el funcionamiento apenas encubierto de los prostíbulos no es privativo de Rosario. Lo primero que se ve al llegar a San Lorenzo, por la autopista, desde Rosario, es el imponente puerto cerealero de Molinos Río de la Plata. En el corazón del mayor polo aceitero del mundo, los barcos que llegan en busca de soja y los camiones que van a descargarla son parte del paisaje cotidiano en época de cosecha. Por San Martín, la calle principal de esta ciudad donde se libró la única batalla que el general peleó en el actual territorio argentino, se ve lo mismo que en el centro de cualquier ciudad de 50 mil habitantes. Pocas cuadras más adelante, por la misma calle, tres negocios que se publicitan como confiterías proveen oferta sexual al descubierto. Popeye es la más emblemática. Fue clausurada en agosto pasado porque allí trabajaba una menor de 17 años y dos mujeres paraguayas en situación ilegal. Poco tiempo duró la clausura. A nadie sorprende que Popeye esté abierto. En San Martín al 2600, temprano, alrededor de las 22.30, ya hay chicas sentadas en las mesas con clientes y unas pocas, bailando. Detrás de la barra, una mujer de unos 50 años vigila que todo se desarrolle en orden. A esa hora, la mayoría de las chicas todavía están con la planchita, produciéndose para cuando empiece la noche de verdad. Temprano se pueden ver unas 17 mujeres, también todas jóvenes y bellas, a la espera.

También Black Cat está por San Martín, tres cuadras más allá. Allí hay muchas más chicas sentadas, esperando a los clientes de la noche. Algunas cenan en las mesas más escondidas, otras comparten la planchita o el maquillaje en la barra, que todavía no está en plena actividad. Es que los clientes aún no llegaron, son los prolegómenos, antes de las 23. Todas se alborotan cuando llega una oferta de preservativos. Un boliche típico, con bola espejada incluida, y una importante pista de baile. La mayoría de las que allí trabajan son veinteañeras, pero una tiene cara de ser más pequeña, de niña aún. El último boliche sobre esa calle se llama Play Boy. Es mucho más pequeño y allí las chicas todavía están en el baño. Un joven franquea la entrada, cualquier persona que no tenga aspecto de cliente es interrogada sobre sus razones para estar allí. Las chicas se están maquillando y peinando en un baño pequeño. Son cinco, a esa hora sólo hay una mesa ocupada.

Pero en el verano la actividad es diferente. Durante la temporada de cosecha, el trabajo se cobra en dólares, enfocado en los embarcados. Los clientes son llevados en trafics que los dueños de los boliches ponen para transportarlos hacia sus locales.

Mientras todos estos comercios funcionan de una manera apenas encubierta, en la provincia de Santa Fe siguen vigentes los tres artículos del Código de Faltas que penalizan la prostitución “escandalosa”, la “ofensa al pudor” y el travestismo. Artículos que sólo sancionan a las mujeres más humildes, aquellas que trabajan en las calles, muchas veces sin la “protección” de un rufián. Desde Ammar denuncian que esos códigos se utilizan para empujar a las trabajadoras sexuales a los “boliches” (prostíbulos) donde el negocio es mucho más redondo para todos, menos para ellas.

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