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Viernes, 23 de mayo de 2003

FOTOGRAFíA

a mis padres, con cariño

Como una manera de reconocer a sus padres el camino que allanaron para él, Sergio Penchansky homenajeó con una serie de retratos a personas de más de 80 –así se llama la muestra–, registrando a la vez sus voces y sus historias. Retazos de vidas privadas que, a coro, reconstruyen la Historia del último siglo.

 Por Soledad Vallejos


Cuál es esa pregunta urgente que sólo puede tener respuesta en las voces de otros? ¿Qué lleva a un fotógrafo a ocupar su tiempo libre recogiendo relatos de la vida de otros para, entonces sí, disparar el objetivo sobre esas historias decantadas en rostros, cuerpos, lugares? Cuando la lluvia de esta tarde amenaza con llevarse puesto al mundo, Sergio Penchansky dice que la historia de Más de 80, la muestra que por estos días (y hasta el 1º de junio) condensa cerca de seis años de elaboración en la fotogalería del San Martín, empezó viendo a sus padres. “Todo lo que habían hecho en sus vidas, lo que nos habían dado a mí y a mi hermano.” Sigue. Lo pensó “en términos de ‘se van’, porque eso es inevitable. Y ésta es la única manera que tengo de guardar algo”. Es posible intuir que el camino empezó a dibujarse por ahí. La necesidad de atesorar, de preservar una memoria privada de cualquier rasguño del tiempo, sin embargo, no termina de explicar lo que pasó después de que Sergio disparó por primera vez la cámara. No sólo ese primer retrato de alguien con más de 80 años no fue para atrapar la imagen de Jaime y Dorita, sus padres (“a quienes debo agradecer la vida y la forma de entenderla, comprenderla y disfrutarla”), sino que tener la fotografía revelada iluminó un detalle todavía más inesperado: necesitaba el sonido de las voces que acompañaban esos rasgos. El, un fotógrafo hecho y derecho, con años de trabajo en prensa gráfica y exposiciones en la Argentina y el exterior, buscaba registrar la palabra. Volvió sobre sus pasos, visitó una vez más a su primer retratado (Félix Coluccio, un folklorista con cuyo libro de texto Sergio había estudiado en el colegio), le explicó, él comprendió. Fue la primera grabación de una serie de 45 (una lista caprichosa de los retratados: el matemático Manuel Sadosky, la titiritera Sara Bianchi, el óptico Klaus Pförtner, la maestra de danzas María Fux, el fotógrafo Antonio Pérez, la Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig, el actor Max Berliner, la física Laura Levy), al menos de momento, porque la lista seguirá creciendo. ¿Por qué?
–En realidad, las conversaciones con ellos me reafirmaron en la idea que yo tengo de la vida. Hace muchos años, mi viejo escribió un libro que se llama El consultorio por dentro. En el prólogo, mi viejo contaba una anécdota que le ocurrió a él recién recibido de médico. Tuvo que atender a un peón de campo que tenía tétanos y lo curó. El tipo, a partir de ese día, todas las noches venía a preguntarle a él si alguien le había faltado. Y mi viejo puso en el libro que debemos permanecer fieles a la tierra. Todos estos tipos que yo vi de alguna manera lo hacen y lo dicen. Y son tipos que van desde los más conocidos, encumbrados, digamos, hasta gente como nosotros, que podemos estar sentados en un bar, y ellos pueden estar sentados en la otra mesa.

Aventuras de un fotógrafo
Cuando alguien puede ir armando su vida a partir de lo que para cualquier otro sería un aspecto más, podría decirse que no hay duda, que esa persona jamás podría hacer otra cosa; que eso que hace es, en más de un sentido, su vida, la que eligió y por la que se dejó llevar. Algo de eso sabrá Sergio, que hará diez años reencontró a una novia que había sabido tener a los 20, cuando ella fue a ver una muestra suya llamada, muy oportunamente, De mujeres. Como corresponde, esa ex novia es hoy su mujer, la misma que, cada vez que él regresaba con un casete fresquito y un rollo para procesar, aprendió que el “¡vení a ver lo que dice este tipo!” sólo podía significar una cosa: el deslumbramiento ante un pasado que puede conocerse, pero suele permanecer en silencio.
–A medida que lo fui haciendo, se fue transformando en lo que resultó ser para mí: un muy conmovedor relato de la historia del siglo pasado en la Argentina, contada por los tipos que construyeron la Argentina.
Una Historia de historias, armada en base a retazos del país que fue y que, a la vez, sigue siendo (porque todos y cada uno de las y los retratados siguen vivitos y coleando, en plena actividad, a excepción de Laura Levy, que murió tres días antes de inaugurada la muestra). Esa es la imagen que Sergio, con la paciencia de quien se enfrenta a un rompecabezas infinito, ha ido armando. Fragmentos de los relatos de 31 hombres y 14 mujeres (exceptuando Jaime y Dorita Penchansky, cuya historia no se lee más que en sus rostros) acompañan, desde una computadora que rescata los retratos expuestos en las paredes, un pequeño texto biográfico para entender quién habla. Pequeñas cajitas de Pandora felices de contar, esas voces que mezclan acentos, tonos y fechas para darles una vida más allá de los ojos, si es que eso es posible. El hacedor no podría, no querría olvidar esos relatos.
–Yo me di cuenta de que todos ellos habían hecho cosas, que muestran que se pueden hacer cosas, en especial porque ninguno de ellos, salvo Carlos Gorostiza (que igual al poco tiempo tuvo sus problemas), nació en cunita de oro. Todos tienen cosas. Uno se ríe de que acá se inventó la birome, pero acá también se inventaron los lentes de contacto, los inventó Klaus Pförtner. La diferencia es que él, cuando investigaba, estaba solo, no tenía una fábrica que lo apoyara. Cuando él hacía sus investigaciones, los oftalmólogos decían: “Dejá que haga, total después a los tipos que él prueba los operamos nosotros”. ¡Nadie lo tomaba en serio! Mario Bertone, el glaciólogo, es muy gracioso, porque te cuenta cosas monumentales de una manera increíble: él se cruzó los Hielos continentales. Entonces cuenta: “Fuimos, llegamos hasta Chile, hasta el Pacífico”. “Y cuando llegaron, ¿qué hicieron?”, le pregunté. “Y bueno, cuando llegamos no había nadie para recibirnos, así que descansamos un poco y nos volvimos.” Y filmó una película, pero no tenía sonido, entonces, cuando volvió acá, con un amigo en un tallercito de Munro le pegaron a la película el alambre del sonido de punta a punta. Y todavía hoy tiene más de treinta mil fotos de esa expedición. O el otro, el general Jorge Leal (que cuando vio en la muestra que lo presentaba como “militar” me preguntó si no podía cambiarlo para ponerle “antártico”), que se fue caminando: dijo esperame aquí y se fue, ¡son 14 millones de kilómetros cuadrados! Le pregunté: “¿Se llevaron un equipo de radio?”. Me dijo: “Y... lo probamos, pero a los 300, 400 metros se dejaba de escuchar, y nosotros teníamos que hacer 6 mil kilómetros, ¿para qué íbamos a llevar tanto peso?”. En otros casos, lo imponente es la energía, como Lidia Lamayson y Alejandra Boero. Lidia es un vendaval, y Alejandra es otro terremoto. O casos increíbles, como el de la doctora Lustig, que antes de ser ciudadana ilustre de Buenos Aires fue pasajera ilustre de la línea 80. La gente la conoce porque era la pasajera ilustre, no por sus aportes científicos, que son increíbles. Hoy ella está ciega, y tiene un lector, un aparato en el Instituto que ella le pone un libro y se lo lee. También tiene gente que va a la casa y le lee. En la casa, vos vas y hay caseteras desparramadas como floreros por todos lados: ella se sienta en un sillón, toca y tac, escucha libros que le leen, artículos científicos, está todo el día carburando. Y ella, además, contó todas las luchas que tuvo (y a veces tiene), como las que le lleva ingresar al país equipos que quedan en la aduana. Esa es la otra cosa notable: el tiempo que le dedicaban mayoritariamente a poder hacer lo que tenían que hacer, porque el 10 por ciento estaba en su trabajo, y el 90 a poder hacer su trabajo.
El recorte de ir encontrando y buscando a quienes quisieran contar sus historias resultó, sin embargo, un curioso equilibrio: un obrero metalúrgico, un actor, una Madre de Plaza de Mayo y una de las Abuelas, una ama de casa devenida psicóloga, un humorista que bien podría escribir un libro de historia política nacional (Landrú), una integrante de Abuelos del Corazón, un locutor con voz de AM y alma de la época dorada de la radio (Ampelio Leal), una bordadora de tapices, un luthier. Difícil hacer listas extensas, difícil hacerlas breves, todas y cada una de esas fotos descorren los velos de una historia demasiado intensa para atraparla en pocas líneas. Si algunos de los visitantes han dejado la muestra en pleno estado de conmoción (basta ver algunos ojos, alcanza con hojear el libro de mensajes para Sergio), es porque alguna conexión se establece. No será ir a tomar el té con cada una de esas personas, pero se le acerca bastante como para sentir la calidez de alguien que cuenta y ponerse en el lugar de alguien que escucha.
–¿Por qué prácticamente todas las retratadas y los retratados miran a cámara, por qué posan para la foto?
–Un fotógrafo al que admiro mucho dijo una vez algo que yo suscribo: yo, al tipo que retrato, lo estoy mirando; estoy mirándolo, a él y a su lugar. El va a estar en una fotografía. El te va a estar mirando a vos, que ves la foto. Lo que yo veo en estos retratos, porque además todos están ambientados en sus lugares, es “yo soy así”. Pero ser así hoy, sobre todo en la gente que tiene más de 80 años, quiere decir “yo soy así y soy como resultado de todo lo que fui, que me hizo ser así”. Esta es mi idea. A mí, lo que me importa, es registrar la cosa, quiero que ellos pasen a través mío. Yo los estoy viendo a ellos, pero ellos están viendo a los que ven las fotos.
Volvemos al principio: tal vez, para descubrir la pregunta, no haya mejor camino que rastrear todos los caminos hasta que aparezca la respuesta. Tal vez, sólo tal vez, Sergio la haya encontrado en las voces de los únicos retratados que retaceó para la muestra, las de sus padres. En todo caso, siempre habrá nuevas preguntas, y los registros de esas vidas están ahí, sólo hay que escuchar.


El próximo jueves, a las 19 hs., Sergio Penchansky organiza una visita guiada a la muestra.

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Franco Ponzo, maestro luthier.
Sara Bianchi, titiritera.
 
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