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Viernes, 23 de mayo de 2003

OPERA

El honor de una dama

El estreno el próximo 29 de “La violación de Lucrecia”, bella ópera de Britten, no es sólo un acontecimiento musical. Su argumento, basado en un hecho real, pone sobre la escena el ultraje físico hacia la mujer y cuestiona el modo en que –desde muy larga data– se ha culpabilizado a las víctimas.


Oh, crimen profundo...”, dice la voz del poeta visionario y humanista llamado William Shakespeare en La violación de Lucrecia (1594). “Lo que devora, no lo devorado, es lo que merecería censura... No consideréis falta el que las pobres mujeres sean tan mancilladas por los abusos de los hombres.” Mil y piquito años después del suicidio de esta dama romana, cuando ese poema lírico fue escrito, la violación seguía siendo considerada una mancha deshonrosa para las mujeres, sus víctimas más frecuentes. Y tuvieron que pasar todavía casi cuatro siglos desde la escritura de La violación... para que ese juicio injusto comenzara a modificarse.
Como prólogo de su obra, Shakespeare refiere la historia de Sexto Tarquino, hijo de Lucio Tarquino el Soberbio –apropiado ilegalmente del trono romano en esas fechas–, príncipe que durante el sitio de Ardea, después de comprobar la belleza y la fidelidad de Lucrecia, esposa de su camarada de armas Colatino, decide violarla. Se le aparece en la noche, pide ser hospedado y cuando Lucrecia duerme, se cuela en su habitación antorcha y espada en ristre a la búsqueda de “la espuma de un goce furtivo”, al decir del poeta: “¿Quién destruiría la viña por un solo racimo?”. Sexto Tarquino, el guerrero, que echa la culpa –otro más– a la belleza de la mujer. Después del atropello, Lucrecia pasa horas atroces hasta la indeseada alba, discurriendo sobre su amor por Colatino y la desgracia “demasiado cierta” que ha sufrido. Finalmente resuelve matarse, por su honor y el de su marido. Se apuñalará poco después en presencia de su padre Lucrecio y de Colatino, sin dejar de lamentarse lúcidamente ante la arbitrariedad: “¿Por qué no podría yo purificarme de esta mancha injusta?”
El ultraje a Lucrecia y su muerte no fueron en vano: los romanos se levantaron, echaron a los etruscos usurpadores, y se fundó la república bajo el gobierno de cónsules. La historia de Lucrecia, además del citado poema de W.S. –que había leído a Ovidio, Tito Livio, Chaucer, etc.–, inspiró a otros escritores y a unos cuantos artistas plásticos, entre los cuales el Tiziano, el Tintoretto, Rubens, Rembrandt y a una pintora que también fue víctima de una violación, Artemisia Gentileschi (cuya creación, la escena del suicidio, ilustra esta nota).
Entre los dramaturgos que narraron desde la escena esta tragedia figura el Francés André Obey (1892-1975), autor de Le viol de Lucrèce, pieza sobre la que se basó Ronald Duncan para escribir el libreto de The Rape of Lucretia, magnífica ópera del inglés Benjamin Britten que Juventus Lyrica presentará el próximo 29 de mayo (y el 1º y 7 de junio) en el Teatro Avenida. En rigor, podría hablarse de un estreno, ya que esta obra se ofreció en nuestro país por única vez hace casi medio siglo en el Colón, y por primera vez se interpreta en su idioma original (con subtítulos en castellano). Con régie de Horacio Pigozzi y dirección musical de Leandro Valiente (gestor de la idea), el elenco incluye a la mezzosoprano Virginia Correa Dupuy (Lucrecia), Mónica Sardi y Laura Domínguez (alternando el rolde Bianca, la nodriza, también mezzos); Ana Laura Menéndez y Patricia Douce (como Lucía, la criada, sopranos) y Carla Filipcic-Holm en el decisivo papel del coro femenino. En el sector masculino figuran Mario de Salvo, Mirko Thomas y Sebastián Sirarrain. Esta ópera de Britten, de cuyo nacimiento se cumplen noventa años, se ofreció recientemente en la New York City Opera, protagonizada por Monica Groop y Mel Ulrich. El autor de The Turn of the Screw, representada hace tres años en Buenos Aires, muy apreciado por los conocedores, está siendo revalorizado a nivel mundial.
Según María Jaunarena, coordinadora ejecutiva de Juventus Lyrica -asociación civil sin fines de lucro creada para ofrecer oportunidades a jóvenes artistas–, “esta ópera es perfecta para cumplir nuestra intención de difundir un repertorio variado que tenga en cuenta a compositores valiosos poco frecuentados. Desde que vi en la Real Opera House una versión de Billy Budd, de Britten, me interesé por este creador. Más allá de su calidad literaria y musical, La violación de Lucrecia ofrece una temática conmovedora, de gran vigencia”. Vale señalar que Juventus, creada hace cuatro años, convoca una media de 8 mil espectadores anuales: 25 por ciento es público del Colón, según una encuesta reciente, y el resto ganado por esta agrupación musical.

Unidas cantaremos
A las intérpretes de los sustanciosos personajes femeninos de La violación... se las ve jubilosas, muy concernidas por el tema, encarando sus roles con gran entusiasmo y dedicación. “Conocía otras músicas de Britten, pero sobre esta ópera sabía poco, aunque ya con ese título, que alude a un hecho histórico de violencia contra la mujer, me resultaba muy elocuente”, dice Mónica Sardi. “Cuando la escuché completa, me pareció impresionante. Y muy significativo el papel de Bianca. Una vez más, como mezzo, me toca hacer una mujer madura, experimentada, que ve venir las cosas: intuye lo que le va a pasar a Lucrecia, advierte en Lucía a una joven curiosa e inexperta que va a cometer errores. Más que nodriza, es como una segunda madre de la protagonista, la ha acompañado desde siempre. Bianca, que seguro ha sufrido frustraciones, observa de qué manera se mueven los hombres con las mujeres, aunque ella ya no se involucra. Está un poco desencantada. Desde sus primeras intervenciones se desprende algo denso, pesado. Cuando aparece el príncipe, se da cuenta de todo, lo transmite en su línea melódica, en sus comentarios. Las dos cantantes que alternamos el rol de Bianca somos bastante más jóvenes que el personaje, y antes que a una caracterización exterior, Horacio Pigozzi apuesta a que la madurez surja desde adentro, es más interesante resaltar la interioridad que ponerse una peluca blanca. Las intervenciones de Bianca tiene mucho peso conceptual, metáforas que resuenan fuertemente en esas escenas de vida cotidiana de mujeres romanas. Britten da indicaciones claras, como si leyeras a Puccini.” Mónica Sardi señala que aunque hoy una mujer violada, en algunos países, tiene más recursos, “desgraciadamente este tipo de violencia no ha perdido actualidad: no hay más que leer lo que pasó en Serbia, o mirar nuestras noticias policiales. En la época de Lucrecia no había términos medios”.
Para Ana Laura Menéndez, Lucía “es una chica más bien pizpireta, llena de inquietudes respecto de los hombres que debe refrenar en esa casa de mujeres consagradas a las labores que se consideraban femeninas. Me identifico en parte con ella porque no hace mucho viví mi propia adolescencia, por suerte en un mundo menos reprimido. Aunque Bianca sea la nodriza y Lucía la criada, en la relación que hay entre ellas se borran un poco las clases sociales. Las une esa falta de horizontes fuera de la vida doméstica”. La otra Lucía, Patricia Douce, comenta que se siente muy cómoda en el rol, que es evidente que Britten sabía mucho de voces, de teatro: “Lucía es un ser luminoso, fresco. Aunque se siente tocadatragedia, no deja de pensar en su deseo. Su ingenuidad brilla en esa atmósfera oscura, amenazadora. Ella está en otra, esperando que le toque algo pronto”. Aunque no lo parezca, ésta es una obra muy difícil, técnicamente muy complicada, que exige mucho ensayo en equipo. No puedo dejar de abrir juicio desde mi mirada de hoy: cuánto sufrimiento reservado a las mujeres, cuánta injusticia y sometimiento”.
Carla Filipcic-Holm coincide con Douce en que “esta ópera es mucho más fácil de oír que de cantar, rítmicamente muy difícil. El Coro Femenino es un rol justo para mi voz, este personaje, raro, fuera de tiempo, me enamora. Es casi una abstracción. Tiene que sostener la ópera de principio a fin, junto con el Coro Masculino, siempre están presentes interviniendo, involucrándose. Al ser relatores, en cierta forma están creando lo que sucede en estas escenas: esto es lo que trabajamos con Horacio Pozzi. A la vez, las peripecias de los personajes nos influyen y modifican. Horacio también nos propuso trabajar ese machismo que suele aparecer en las relaciones hombre-mujer. Si bien yo hablo de las mujeres en tercera persona, me comprometo con lo que se plantea. Hay una cuota de rebelión en mi personaje, como que está tomando conciencia y a lo largo de la obra empieza a zafar. Tiene una mirada moral muy crítica hacia ciertas actitudes masculinas. Es muy interesante cómo se muestra en la ópera la complejidad, la solidaridad entre mujeres. Soy una más entre las mujeres, he vivido muchas cosas a lo largo de los siglos, como Orlando. En mi personaje hay claramente una sensibilidad que se diferencia de la del Coro Masculino. Tengo una canción de cuna que le canto a Lucrecia que es de una ternura inefable, y esa ternura es un valor muy alto. A su manera, considerando que es una ópera de 1946, el Coro Femenino tiene cierta conciencia de género”.
A Virginia Correa Dupuy, cuando le preguntaban qué personaje quería hacer, no respondía –como suele suceder entre sus colegas– Carmen, Amneris. Ella decía Lucrecia y pocos sabían con exactitud a quién se refería. Hace tres años, la mezzo hizo otra ópera de Britten, a quien admira con fervor The Turn of the Screw. Y ahora le llegó el momento de cumplir su sueño: “Lo que me atrae del personaje es la fuerza del amor que siente por su marido, ese entendimiento tan profundo que existe entre ellos. Ese amor le da fuerzas para llegar al propio sacrificio. Es notable cómo esta ópera sugiere un gran amor sin apelar a escenas románticas, a dúos de la pareja. Y también es muy interesante el trasfondo político. Todo transmitido en un ámbito sonoro de intimidad, como de cámara. La belleza vocal no recurre al lucimiento virtuoso: la nota más aguda se escucha en la escena de las flores, a la mañana siguiente a la violación. Pero enseguida Lucrecia se controla y entona una canción de la infancia, ya se está despidiendo. Darse muerte es una reacción absoluta que viene del oscuro femenino, eso que las mujeres sabemos adentro. Ella lo ha decidido en el momento en que él la viola, y le dice: ‘Aunque me tengas en tus brazos, estoy totalmente fuera de tu dominio’. Ella ya no está en este mundo”.

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