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Viernes, 6 de mayo de 2011

VISTO Y LEíDO

EL VECTOR CUERPO

 Por Veronica Gago

Eduardo Viveiros de Castro
Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural

Katz, 2011.

El ejercicio es el siguiente: hablar de un libro que nunca existió más que como plan, más que como libro deseado y, mientras, se va escribiendo otro, aquel que efectivamente va a llegar a su fin. Así presenta su autor, el antropólogo brasileño Viveiros de Castro, a Metafísicas caníbales, inseparable de su doble visible/invisible, titulado El AntiNarciso. Ese otro título del libro deseado duplica, a su vez, un título famoso: El AntiEdipo de los franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari. El AntiNarciso se propone ser a la antropología lo que El AntiEdipo fue al psicoanálisis: un sismo de sus cimientos, una provocación de sus postulados, un combate a esas figuras mitológicas que sirvieron para fundar disciplinas y relatos de origen.

Viveiros de Castro tiene una tesis potentísima: las filosofías contemporáneas de la diferencia pueden ser asumidas como “versiones” de las prácticas de conocimiento indígenas (amazónicos). Esto significa que podemos trazar una continuidad estricta entre tales teorías antropológicas y filosóficas y la praxis intelectual de los indígenas. Derrumbe inmediato de un lugar común: que éstos son objeto de estudio de aquellos que portan la palabra y la teoría. Más bien lo contrario: las variaciones e innovaciones que se producen en la teoría se deben a la imaginación –“la capacidad imaginativa”– de los pueblos o colectivos estudiados, y no al progreso interno de la disciplina. El tiro certero es contra el narcisismo de la antropología cada vez que cree estar nombrando de cero algo que los colectivos que se propone estudiar ya han pensado. Cuando la antropología se coloca, en cambio, en continuidad (o inmanencia) con esos colectivos emprende su tarea máxima: la descolonización del pensamiento. Más que explicar el mundo de los “otros”, el pensamiento intenta asumir el contacto con los otros diferentes como parte de una experiencia que implica, sobre todo, una “puesta en variación” de la propia imaginación.

¿Pero qué es esa diferencia? La diferencia está dada por los cuerpos, dice Viveiros de Castro. Este es, según explica, el corazón del perspectivismo indígena: el punto de vista está en el cuerpo. Toda diferencia o disyunción parte del cuerpo y cada cuerpo (sea individual o colectivo) es una singularidad. La singularización del cuerpo está dada por las fuerzas y debilidades, por cómo se vive y se come, por la forma de moverse, de comunicarse, etc. Contra el espiritualismo abstracto, el cuerpo es un conjunto de maneras de ser. Esto da lugar a un multinaturalismo (también indígena) que, más que muchas naturalezas, significa “la variación como naturaleza”. Una diferencia generalizada como naturaleza (“existir es diferir”) invierte la tolerante y occidental fórmula del multiculturalismo, que bajo la idea de “una” naturaleza admite y administra culturas diversas (en una versión edulcorada de las diferencias como si se trataran de modismos exotizantes).

En un libro escrito con sutileza y densidad, que nunca abandona cierto tono conversacional, Viveiros de Castro propone finalmente desplegar una filosofía caníbal de la política (que es la filosofía política indígena del canibalismo). La idea es que la vida social amazónica se basa en la antropofagia (concepto luego retomado por el famoso manifiesto del Oswald de Andrade) del otro. Devorarse al enemigo es incorporar sus atributos, capturar “nombres y almas, personas y trofeos, palabras y memorias” que hacen de la alteridad, del enemigo, un punto de vista sobre Sí. Este canibalismo es inseparable de otra clave de esa filosofía política: la “alianza” (que incluye formas como el robo, el regalo, el contagio, el gasto y el devenir). La alianza como puesta en práctica de las afinidades es la contracara del parentesco. O dicho de otra manera, la alianza entre afines es una teoría elemental del antiparentesco o una forma de pensar la familia de otro modo.

Sería un error creer que el valor de textos como éstos obedece a un tipo de nostalgia por el pasado o que prolongan la ideología modernista del buen salvaje. Al contrario: su propuesta de considerar la otredad que los cuerpos constituyen como mundos alternativos abre una grieta, un mundo posible, para nuestra propia imaginación colectiva de lo actual.

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