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Viernes, 2 de septiembre de 2011

DIEZ PREGUNTAS

Alicia Entel

 Por Guadalupe Treibel

1. En el libro La belleza gótica y otros estudios visuales repasás películas bien variadas para acuñar el concepto de “belleza gótica”, que define no sólo una nueva posibilidad estética desde lo fílmico sino también social. ¿De qué se trata esa idea?

—Es un concepto que acuñé para hablar de lo bello que pasa por la idea de asombro infantil y se mezcla tanto con la ternura como con la crueldad. En realidad, el libro es la continuación de un trabajo previo, Dialéctica de lo sensible, que habla de conocer lo social a partir de la construcción de subjetividades, en especial a partir de la imagen. Aunque el concepto institucionalizado de belleza esté en crisis, sirve para entender la cultura latinoamericana.

2. ¿Es una belleza imperfecta?

—Más bien acepta la contradicción. Es como la belleza del grotesco, del realismo mágico latinoamericano, de alguna obra de Rilke.

3. Decís que se trata de la belleza de la crisis. ¿En qué sentido?

—Lo es en tanto expresa de mejor modo la necesidad de justicia. Abre y deconstruye eso acerca de lo que no se habla. Es cine que evidencia, pero no desde lo argumentativo, ni en el modo de la tradición de la protesta; lo hace con exageración y, al mismo tiempo, con ternura. Para estos tiempos, no sólo es valioso el heroísmo de los ‘70; hay un modo de poner en juego el humor, la ironía y una nueva sensibilidad. Es la idea de placer y disfrute, con la frustración y la presencia del desastre siempre presente. Es una belleza bizarra que expresa un momento histórico y un modo estético de observar las injusticias con toda claridad.

4. En uno de los apartados historizás la idea de belleza, su devenir y modificaciones según distintos momentos y filósofos. ¿La intención era mostrar que lo bello no es uno y para siempre sino social y cultural?

—Tal cual. Hay una historia de las nociones de lo bello en Occidente, que van desde la armonía griega hasta el Renacimiento, con una valoración de lo monstruoso en términos de rebeldía, ilusión romántica o de símbolo medieval. Lo monstruoso es lo vicioso, lo malo; lo bello es bondad. Pero, en el siglo XX, este modelo —como tantos otros— se hace bolsa. Por eso inventé esta idea, que no refiere a lo gótico medieval, la novela policial gótica o las tribus urbanas; es un gótico que mezcla.

5. Para el análisis, transitás un corpus de lo más ecléctico: desde Fellini y Lucrecia Martel hasta La vida es bella, de Roberto Benigni. ¿Cuál fue el criterio de selección?

—El de la ironía, el sarcasmo, la comedia del arte. A partir de ahí busqué la relación entre el neorrealismo italiano y el Nuevo Cine Argentino.

6. ¿La idea de belleza gótica es trasladable o aplicable a otras esferas como el cuerpo propio?

—Me parece que sí, porque habla de una sensibilidad. Si te ponés a analizar la moda latinoamericana, ha abandonado el minimalismo por la mezcla de lo telúrico con las flores centroamericanas y transparencias en las telas. A veces, sectores que se consideran progresistas lo desprecian porque no llega a ser aquello que se idealizó en algún momento, pero está; existe.

7. ¿Existen programas televisivos que retraten esa belleza gótica?

—Me cuesta encontrarla reflejada en TV. Algunas cosas de Capusotto pueden ser, pero él exagera el asco. La mirada de asombro y ternura desaparecen; es pura acidez.

8. ¿Qué rol juega el pensamiento del filósofo Walter Benjamin en tu análisis?

—Cuando Benjamin expresaba que él adhería al marxismo, interlocutores como Adorno consideraban que no era un marxismo como correspondía, en tanto estaba combinado con misticismo, melancolía, materialismo histórico y expresiones subjetivas que no siempre tenían en cuenta las condiciones materiales o cierto modo en el que la tradición marxista veía a la sociedad. Entonces decían que su marxismo era de mezcla, no puro. La inspiración para la idea de “belleza gótica” me viene —precisamente— de esa crítica.

9. ¿Cuál es el hilo conductor que une los relatos?

—Pensar que es posible reflexionar con y por imágenes. El libro intenta una crítica a la tradición signocéntrica que ha puesto en las palabras el eje de las argumentaciones, denigrando el universo de lo sensible: lo visual, lo táctil, lo gustativo, lo olfativo. Hay un déficit y, aún hoy, muchos educadores hablan de “leer las imágenes”. Yo digo... ¿no será mejor “capturar las configuraciones visuales”? ¿No tendríamos que empezar a pensar de otra manera?

10. El libro incluye un análisis sobre las Exposiciones Universales. Allí sentenciás que “el consumo consume”. ¿Podrías desarrollar la idea?

—Las Exposiciones Universales son el lugar donde el arte, la industria, la mercancía y la imagen pública de los países se unen, no para vender objetos particulares sino a un país o una marca. Allí se llevaba a los obreros a pasear porque el valor era la experiencia en sí. El consumo tiene un alto valor simbólico. No soy ni la primera ni la última persona en decirlo; recuerdo un texto de García Canclini en los ‘80 que decía: “El consumo sirve para pensar”. En el consumo, uno se fagocita el objeto y, en ese acto, cambia algo de uno. No puede tener una mirada inocente frente al consumo, nunca. ¤

* Directora de la Fundación Walter Benjamin y profesora titular de Teoría de la Comunicación I de la carrera Ciencias de la Comunicación, en la Universidad de Buenos Aires, teórica y educadora. La belleza gótica y otros estudios visuales (Aidós Editores) es su último libro de ensayos corales que instauran un modo de lo bello inspirado en lo bizarro y el pensamiento de Benjamin.

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