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Viernes, 20 de abril de 2012

MUSICA

Galáctica y real

Cantora y música, actriz y clown, favorita de Santaolalla y nuevo referente de la escena canción, Sofía Viola viene cimentando una carrera a fuerza de temas con contenido que arrasan con cualquier dejo de solemnidad.

 Por Guadalupe Treibel

Sofía Viola dice que se obsesiona con cierta música y no la abandona durante meses, que son estados de fiebre; que ahora está pasando un momento Fernando Cabrera; que a Violeta Parra no la deja más. Dice –también– que fue escuchar “Qué he sacado con quererte” y quedarse a vivir en sus canciones, darle un espacio en la piel. Es que, cuando apenas tenía 17 años, se tatuó un pajarito con la leyenda “Arriba quemando el sol” y al diseño le sumó un bonus: “Detrás está el símbolo de Prince”, cuenta como añadidura de referentes. Referentes que la pasean por discos de Ismael Rivera o Celia Cruz, Billie Holiday y La Lupe, Tita Merello, Pappo, Manal, Almendra, Eduardo Mateo, Ezequiel Borra, Tom Waits, Charly Parker, Chuck Berry...

Sofía escucha y pinta, cocina y actuaba (ya no más), pero –ante todo– hace música. Lo hace desde siempre –antes de ir a primer grado, ya tocaba la trompeta–, entre cursos y fallidas pasadas por el conservatorio. Lo hace como vive: con sustancia y a consciencia, atenta a las situaciones que la rodean, con ironía a punta de cañón y humor rutilante. Por eso, no tarda en hablar de sí misma como Señorita Caprichito y reprenderse por “burguesa” cuando comenta que le gusta el pescado y el jamón crudo. Por eso, a la hora de editar sus dos larga duración, lo hace (muy) caseramente: en discos vírgenes que ella misma graba y ensobra.

Al momento de hablar de sí misma se ríe con la voz ronca. Y es brutalmente sincera: puede asumirse lectora novata (empezó a leer hace dos años; ahora prueba con Así habló Zaratustra; antes, con Anaïs Nin) o una enamoradiza sin reparos. Y ese gesto sincero la alcanza en la canción, impregnando temas que oscilan entre el tango, la ranchera mexicana, el hot jazz, el rock, el folklore y otras yerbas. Yerbas bien revueltas, dicho sea de paso, que le han servido para ganarse el título de “artista revelación”, el visto bueno de Gustavo Santaolalla y un consejo del boca en boca: que sus shows son poderosos, que hay que verla en vivo.

Hija de un reconocido trompetista argentino, el Pollo Viola, y de una anticuaria y bailarina de salsa, sobrina del fundador del Parakultural, la muchachita de 22 años acompaña la música con poesías que riman. Sea en Parmi” (2009) o en su segundo LP, Munanakunanchej en el Camino Kurmi (título quechua que significa “Tenemos que querernos en el camino Arco Iris”), sus composiciones son pequeños y agudos relatos urbanos con energía andina y actitud punk-rock que bien pueden despotricar contra la comida chatarra y los alimentos transgénicos (“Caca en mi cabeza”) o contra la cocaína (“No me des merca, amor, no me des merca, que eso te trae delirios de grandeza” o “Y al pasar los años y al pasar los años, veo tus ojos tan desorbitados / Y al llegar el día y al llegar el día, tu mandíbula que cruje, vida mía”).

A lo largo de su cancionero, Viola logra descontracturar frases hechas (“Fresco pa’chomba, mejor corderoy”, canturrea en “Dime Simón”) u ofrecer frases impensablemente amorosas como aquella que corona el tema “Galáctica y real”: “Más allá de mi locura, es mi alma quien se apuna por la altura de la tuya”. Y eso no la inhabilita para regodearse con el dolor ajeno (“Sé que la culpa te mata, me gusta verte morir”, ofrece en “El recuerdo es una tortura fatal”) o describir con puntillosa gracia el momento de morir (“Siento que al morirme, muto a un arcoiris; siete colores y dimensiones, canciones para irme”, en “Vals de la muerte”).

Puede también, y eso sí que es logro, hacer un tango sobre la menstruación y salir airosa, graciosa, en el intento. En “Menstruatango”, ofrece la letra: “Una vez al mes, me pongo como loca / Una vez al mes, me visita don Andrés / Los nervios de la nuca si llega un poco tarde / Si tarda ya dos días, me pongo a llorar / Y duele adentro mío, dolor desesperante / Mi humor se va al carajo, maldita menstruación / Me haces pasar vergüenza si tengo ropa clara / Suspendo hasta mis clases de canto y natación / Las trompas de Falopio se enroscan como cobras / Si yo estoy ovulando, te mando a cagar / Y voy pa’ la farmacia a buscar toallitas / No tienen con alitas... Mejor me pongo un ¡tampón!”.

Se dice que sos una compositora sumamente prolífica, que todo el tiempo estás componiendo temas nuevos...

–Todo el tiempo. Siempre me digo: “¡Ahí viene el torrente! ¡Viene el torrente!”. Es hasta agobiante tener tanta creación. Lo que pasa es que me dejo influenciar rápido. Y suelo enamorarme –y escuchar muchos boleros–, aunque no me guste componer canciones de amor o de protesta.

Sin embargo, has transitado el tema amoroso en varias composiciones. Sin ir más lejos, tu primer disco, Parmi, incluye el track “Amor platónico”, donde una chica de 16 años mira con ojos cariñosos a un cuarentón...

–(Se ríe.) ¡Es sobre mí! A esa edad, me enamoré del tipo que vendía comics en Camelot y lo escuchaba todos los jueves a las 2 de la mañana en un segmento que hacía en Rock&Pop. Me acuerdo que le había encargado una remera de Flash Gordon y llamaba al programa para saber si había llegado ¡Le llegué a preguntar si quería juntarse a tomar un café! Siempre fui una persona muy avasallante y los hombres huyen de mujeres así. Yo no creo en las películas de princesas ni en eso de apropiarse, de controlar, de obligar al otro a que juegue un rol determinado. He tenido relaciones pero ninguna con el título de “noviazgo”. No adhiero a la cultura de las novelas, de los films de Hollywood; yo prefiero vivir desde un lugar más libre. Por eso creo que si hay una traba en el amor, si las cosas no se dan, por más que me duela, está bien; es una justicia. Mi papá siempre decía que para componer tango, necesitaba enamorarme, emborracharme, desenamorarme y vomitar...

Moraleja que cerrás en el tema “La Barba”, cuando decís: “Más vale vomitar en un papel que vomitarte los pies”. ¿Cuánto de autorreferencialidad hay en lo compositivo?

–Mucho. Antes inventaba más historias pero ahora estoy muy personalizada. Me hago demasiado cargo de mis canciones. ¡Tengo muy puesta mi camiseta! Soy muy consciente de lo que me pasa y lo que pasa a mi alrededor. La canción “Lo derramado lo lamí de la mesa”, por ejemplo, habla sobre mi mamá, porque cuando se le caía vino, lo chupaba de la mesa. Y les cocinaba a los mormones.

En términos estrictamente musicales, tu repertorio es de lo más ecléctico, mixturando folklore, ranchera, vals criollo, milonga, rock, entre otros. ¿Cada canción pide por un formato determinado?

–Tiene que ver con las influencias. Yo tengo una estructura de canción que viene de tanta canción escuchada. Simplemente llega, no sé bien cómo. Y hay disparadores que son cosas que se viven al momento de componer; por eso mis canciones hablan del tren, de la Navidad. Ayer, por ejemplo, hice un tema sobre la obra en construcción de al lado de mi casa. ¡Me quieren poner una pared a la altura de la ventana! Me enclaustro, me quiero morir. Por lo menos, van a poner ladrillos transparentes...

Una particularidad de tus canciones es que despuntan el humor y la ironía, aun cuando se abarque un tópico serio, o incluso comprometido. ¿Hay que huirle a la solemnidad?

–Yo soy chistosa por herencia. Soy irónica, sincera, cruda. A veces, cruel. Soy visceral. Mi viejo es así, tiene esa chispa. Me acuerdo que, cuando era chica y me portaba mal, me retaba imitándome, dando ejemplos graciosos. La enseñanza eran las risas. Mi mamá, en cambio, era más brava. ¡Nos corría con la fusta! Haber hecho teatro también ayuda al humor.

De hecho, entre trompetazos y líneas, tuviste un espacio en TV a los 11 años, cuando interpretaste a “La supuesta hija de Perón” en Medios Locos, el programa de Adolfo Castelo, Gillespie y Mex Urtizberea. Y a los 16 creaste un personaje clown llamado la Curda, una payasa tanguera y mala onda...

–Hice a la Curda, a Rosita, entre otras; todas payasas improvisadas que cantaban. El sketch iba alrededor de la canción. Hacía monólogos y mandaba mucha fruta, pero no quise volverlas algo cotidiano para no forzar el humor. A veces, los chistes no salen. Y ahora, aunque me tiente volver a actuar, estoy muy metida con la música. Igual, en mis shows interpreto: a veces salgo con una máscara fucsia de V de Vendetta para entrar en personaje.

Artistas como Leo Martinelli (Tremor), bandas como Morbo y Mambo y más de un periodista de música se han referido a vos como la revelación musical del 2011. ¿Cómo te llevás con el título?

–Creo que varias personas más se enteraron de que estoy tocando y eso es todo. Mi trabajo siempre fue el mismo; sólo cambió que ahora hay una estrategia de laburo para que mi energía se conserve mejor. Voy lentito y disfrutando porque, en definitiva, lo que más quiero es conservar mi libertad. Y me conformo con poco; trato de no molestar. No compro lo vano, eso de “¡Eh! ¡Dame un whisky ya!”. No, viejo; whisky, si hay. Hay que mantener la humildad y hay que saber a quién pedirle mucho y a quién regalarle. No soy mezquina con mi música. En Temperley, por ejemplo, toco en la calle, en la puerta de la casa de una amiga pintora, y está bárbaro. Y cuando me subo a un taxi y el tipo me cae bárbaro, le regalo un disco. Para mí la música es algo re orgánico. Cuando estoy arriba del escenario soy más yo misma que cuando bajo. Veo que hay muchos músicos muy limados de tocar todo el tiempo y yo no voy a andar tomando giladas para levantar. Ni en pedo. Prefiero una vida más tranquila y ordenada que estrellarme con un coche. Yo no soy cantante para hacerme famosa; soy cantante porque tengo que cantar.

Hablás de organicidad, ¿ves cierta inevitabilidad en esta vocación musiquera?

–Nunca me quedó otra opción más que hacer música. Seguí la doctrina familiar. Mi viejo, trompetista, me hizo estudiar trompeta, me hizo estudiar violín, guitarra. Me acuerdo que, siendo chica, me levantaba a las seis de la mañana y, antes de ir al colegio, él me daba media hora de trompeta. Después me copé con el canto e imitaba a Tita Merello y a Shakira. Cuando tenía 9 años, me hice cargo de “ser cantante”. He estudiado canto pero, siendo rea como soy, dejé; no quise que intervinieran mucho en mi estilo. Siempre sentí rechazo al “deber ser” de lo académico. En otros aspectos también: en el colegio, mis amigas me decían de ir al boliche y yo les tiraba: “¡Qué boliche! ¡Vamos a la peña a tomar vino! ¡Vamos a la milonga!”.

Grabaste tu primer disco usando energía solar en una casa ecológica en San Marcos Sierra. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Estaba viviendo allá y un amigo músico, Martín Minirvini, cayó con una compu para grabar; cargábamos la batería con un panel solar y tomábamos agua de lluvia gracias a un sistema de recolección. ¡Así salió el disco ecológico! No tener electrodomésticos o cuidar el agua fue un ejercicio hermoso. El despojo es un lindo ejercicio. Soy de fácil adaptación.

Siguiendo tu hoja de ruta, es fácil deducirlo. Con apenas 22 años, ya viajaste sola durante varios meses por Perú y Bolivia; en Cuzco hiciste de voluntaria para una ONG que llevaba juguetes y comida a los chicos de las montañas; viviste en Córdoba; hiciste temporada en Cabo Polonio...

–No sé a cuántas conclusiones podés llegar estando en un cubo. Yo prefiero estar en la calle, pateando los barrios, viendo muchas realidades. He dormido en un ranchito humilde y en una mansión millonaria y, mientras haya buena onda, está todo bien. No hay que quedarse en la comodidad. La comodidad es algo peligroso. Cuando me voy de viaje, necesito unas piedras en el zapato, dejar costumbres, romper hábitos.

Un alma gitana...

–Aunque ahora vivo en Escalada con mi mamá y mi tío Manolo, siempre tengo el kit de gitana encima. Una muda de ropa, cepillo de dientes, libros.

Algunos te llaman “la nena mimada de Gustavo Santaolalla”. ¿Hay planes de que te produzca?

–A Gustavo lo conocí el año pasado a través de mi manager. Fui a verlo a un show y me quedé en el camarín dando un show paralelo para su hijo y los mozos. Al día siguiente me vino a ver tocar y nos quedamos charlando hasta que nos echaron. Es un re consejero pero no tenemos planes de que me produzca. Al chabón lo ven como un mito porque le fue bien, pero es un ser humano más. Yo lo veo como un sabio, igual que a mis viejos amigos José Luis D’Amato en las sierras o Jorge Pistocchi, el creador del Expreso Imaginario. A Pistocchi lo llamé un día y le dije que nos teníamos que conocer. Caí con un frasco de pesto, fideos y queso pero, cuando llegué, me dijo que se había quedado sin garrafa. Entonces me puse a hacer un fuego afuera y se largó a llover. Terminamos comiendo el pesto con pan. Estas personas son leyendas que no se vencieron; no piraron como muchos. Se manejan por la orilla.

Estás trabajando en un próximo –y tercer– disco, Júbilo. ¿En qué instancia está?

–Digamos que está en la última parte... del inicio. Falta orquestar un par de temas pero, por suerte, ya no meto más canciones. Tiene cierto color. Puede que el mes que viene entre al estudio y grabe las canciones; después un mes más de comparación, y quizá para mitad de año esté listo. Nunca tardé tanto en hacer un disco. Lo produce Ezequiel Borra; trabajamos re bien juntos. Hay mucha admiración mutua y discutimos muy sinceramente; eso impregna al disco con un contenido muy amoroso. Júbilo va por el lado de Kurmi: habla de luminosidad y, musicalmente, tiene de todo. Viene con canciones en guaraní y hebreo porque me encantan los idiomas. Iba a hacer una en tano pero empecé a dudar; me daba vergüenza pronunciarlo mal y me perseguí. Igual, ya estoy pensando en otro disco, uno más jazzero, más de suburbio.

¿Lo vas a editar independiente?

–Económicamente, es lo que me corresponde. Mis discos llevan elaboración: sobre de papel, papel de fotocopia, un CD virgen que grabo en casa y un fibrón. Es todo lo que necesito. ¡Ah! Y la computadora de mi hermano para hacer las copias.

Sofía Viola se presentará el sábado 21 de abril a las 21 en el Festival Entre Nubes del Club Cultural Matienzo, Matienzo 2424. El domingo 29, en Vuela El Pez, Av. Córdoba 4279. El sábado 5 de mayo, a las 21, en Bar Mil9once, en 12 y 71, La Plata. El viernes 25 de mayo, a las 21, tocará en La Oreja Negra, Uriarte 1271, Palermo.

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