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Viernes, 15 de agosto de 2014

RESCATES

La leyenda

Lauren Bacall 1924-2014

 Por Marisa Avigliano

Era una Eva de paraíso terrenal con aire acondicionado, una Venus con una valijita de preservativos, una walkiria a dieta y sin Wallhala.

“Nunca vi a nadie besar como ella”, me dijo un novio adolescente. Anoche volví a ver a Bacall en un film –con Bogart, claro– y me di cuenta de que aquel chico no exageraba.

Hay que estar cerca para notarlo. No cerca de la pantalla sino de la situación. Cualquier otra exige menos, porque lo que se ve de él es una curiosidad, una expectativa, una voracidad sin freno, y en ella, en cambio, sólo el frenesí, sólo una irresistible vocación de abrazo.

El beso parece casi involuntario, pero tiene una fuerza centrípeta que alguna experta de estas zonas podrá explicar sin recurrir a palabras tan cortazarianas –por culpa de Poe, por culpa de Verne– como mälstrom. Este martes, 12 de agosto de 2014, murió la mujer que a los quince fumaba en el cine mirando a Bette Davis, la actriz de Broadway con Oscar honorífico, la estrella del Hollywood dorado, la viuda del mito –lo fue durante más de cincuenta años aunque después hasta se haya casado con otro, Jason Robards– y la que predijo que su obituario iba a estar lleno de Bogart. Tenía razón, ya lo nombré tres veces y volveré a hacerlo de inmediato. Lauren B. y Bogart se enamoraron en el set de Tener o no tener (1944), parece que quien pretendía sus diecinueve años era el director, Howard Hawks. La indiscreta supervisión, la derrengada competencia, debe de haber animado a Humphrey (que estaba casado con la actriz Mayo Methot), a medio camino entre el sabio canalla y el abnegado vividor. Birlársela al hombre, al amigo, mientras los estuviera filmando, fotografiando, debió de convertirse en una urgencia. El protagonista de El halcón maltés era veinticinco años más viejo que la niña esbelta, de boca imprescindible en una descripción del bien (o del mal). Recuerdo otro arrebato voluptuoso, inmediato, repentino en el set, que convierte en La fuga (The Getaway, 1972) a Steve Mac Queen en el antihéroe más violento de Hollywood (superando a Lee Marvin) y a Ali MacGraw incluso en actriz. Modalidades del amor que conspiran en una escena contundente e irrefutable. La imagen no deja mentir. La impasibilidad de la belleza de Lauren puede ocupar más entradas en una enciclopedia que butacas en un teatro, sólo dan ganas de mirarla y volverla a ver. La lista de sus películas es perpetua y admite fans con preferencias desordenadas: Cayo Largo (1948), Escrito en el viento (1956), Cómo casarse con un millonario (1953), Asesinato en el Orient Express (1974), Prêt-à-porter (1994), El amor tiene dos caras (1996), Dogville (2003). Es, a la vez, plebeya e imperial. A Hawks y a Bogart les debe de haber costado creer en lo que veían. Siempre fue la más joven, distinta, la más bella y evasiva. Sí, después de Jean Harlow, Verónica Lake, e incluso, aunque parezca una herejía, después de Norma Jean. La única que podía comparársele era Gene Tierney. Pero la belleza de Tierney se adecuaba mejor a la bondad y, además, después de Jackie Kennedy, toda diva quedaba un poco faisandé. Lauren Bacall, en cambio, supo acuñar y mantener el estilo con una casi distraída reserva. El soslayo, el ceño alto, el pelo a la vez delicado y leve, con el peso perfecto. Y la disponibilidad al beso, al abrazo, como una maniobra elegida, pero también como la mejor decisión tomada en la academia olímpica de las diosas. Un modo secreto de entrar en el otro y en sí misma con la elegancia de pasar por alto cualquier atisbo, cualquier simulacro de impudor.

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