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Viernes, 14 de febrero de 2003

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No a la guerra

Primero fueron las organizaciones piqueteras, después los organismos de derechos humanos –con las Madres y las Abuelas de Plaza de
Mayo al frente–, más tarde las mujeres en
general que, vestidas simbólicamente de negro, marcharon ayer en contra de la guerra.
Mañana es el día que el mundo entero eligió para marchar por la paz. Este suplemento se suma humildemente a esa propuesta.

por M. D.
Al principio fueron las Madres. Esa fue la idea original, que las madres del sur de este mundo convocaran a otras, en otras latitudes y acá no más también, para que juntas digan basta, digan no, no queremos guerra. “Queríamos que fuera un grito, un solo grito por la vida para que llegue a los confines de la tierra, a las madres de los políticos, a las madres de los que deciden, para que esta vez lo hagan por la vida”, dice Nora Cortiñas desde su metro cincuenta de estatura, con el énfasis que exige el momento y las perlas de su transpiración rodando por la frente. Ella es una de las Madres de Plaza de Mayo que impulsaron la propuesta y que se comunicaron con otras que también convirtieron ese vínculo privado en político porque entendieron la pérdida de los hijos como la consecuencia de la violencia y la impunidad institucional. Entonces están también ahí otras madres, con las caras de sus hijos hechas pancarta, la mamá de Mariano Wittis, muerto por una bala policial, y Rosa Bru, la madre de Miguel Bru, desaparecido en plena democracia. “Acá en Argentina están los organismos de derechos humanos que formamos los afectados directos por el terrorismo de Estado: Madres, Abuelas y Familiares. Y siempre representamos la oposición, el desafío y la resistencia a la muerte. Ahora queríamos expresar el mismo sentimiento. Queremos oponernos a la guerra, este mundo ya no resiste otra guerra”, dice Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas, otro vínculo familiar que en este país se escribe con mayúsculas. Unas a otras se fueron llamando y sus nombres se fueron anotando, “y en cuanto empezamos a nombrar a las mujeres que podrían acompañarnos en esta convocatoria nos dimos cuenta de que alguna no eran madres, pero que teníamos que estar juntas igual, porque en definitiva compartimos el mismo criterio y el mismo género: las mujeres podemos ir a la guerra, pero la guerra es cosa de hombres”, agrega Nora cuando la convocatoria ya es un hecho y otra Madre –así, con mayúsculas– lee el llamamiento: “Somos madres argentinas que sabemos del dolor de la pérdida de nuestros hijos, creemos que es nuestro deber tratar de evitar por todos los medios que millones de madres compartan la tragedia de ver segadas las vidas de sus hijos en una guerra cuyo objetivo es, como siempre, la conquista del poder”.
Las mujeres se acomodan en el escenario con dificultad. Son demasiadas para el semicírculo de madera de la sala Enrique Muiño, en el Centro Cultural San Martín. Georgina Barbarossa, Leonor Manso, Liliana Herrero, Gabriela Arias Uriburu, Mirta Busnelli, los nombres conocidos se alternan con otros que no lo son tanto, con los pañuelos blancos, con las pancartas. Hay quien se queja de haberse enterado tarde de esta convocatoria, muchas más se habrán quedado con la ganas de estar este día, de salir en la foto que se toma cuando todas han encontrado un lugar, como si fueran un coro populoso dispuesto a entonar algún aria solemne. Pero no van a cantar, simplemente están poniendo la cara para llamar no sólo a las madres sino a todos los que puedan marchar el sábado 15 en contra de la guerra, al mismo tiempo que se marcha en el mundo, sin que importe más que que se escuche la “voz de los pueblos. Porque los pueblos no quieren la guerra, ese es un invento del gobierno de los Estados Unidos, un país que no ha ratificado ninguno de los instrumentos de derechos humanos de lasNaciones Unidas y que ha atentado contra el espíritu de la Corte Penal Internacional al extorsionar a otros estados para que garanticen la impunidad de las Fuerzas Armadas norteamericanas”. El texto del llamamiento es claro, estas mujeres, igual que la mayoría en el mundo, no creen que exista un “eje del mal”, ni que el bien sea una posesión de la primera potencia de Occidente.
“Yo creo firmemente que hay una esperanza. Porque es el mundo entero el que está haciendo un clamor real para que esto se detenga. La muerte de millones, que es lo que puede suceder si hay guerra, nos afecta a todos, no importa cuántos kilómetros nos separen de Medio Oriente, es el mundo el que tiembla ante esta posibilidad desquiciada.” Alejandra Boero abraza a Nora Cortiñas, China Zorrilla ya se bajó del escenario, son demasiadas y el calor aprieta el miércoles al mediodía. Cuando ya se ha leído el documento siguen llegando mujeres: Nacha Guevara, Alicia Castro, Cristina Banegas, las organizadoras de la marcha de las Mujeres de Negro. Desde el micrófono Tati Almeida vuelve a hablar, para convocar también a esta marcha, un anticipo de lo que sucederá el sábado pero en honor a ese movimiento de mujeres que nació en Israel, en 1987, siguiendo el modelo de las Madres de Plaza de Mayo. Entonces, un pequeño grupo de mujeres salió a la calle para protestar contra la ocupación israelí de los territorios palestinos. Las mujeres de negro, que no son otra cosa que eso, mujeres que se visten de ese color simbolizando el luto por la violencia, surgen en poco tiempo en otros países: Yugoslavia, Italia, España, México, Turquía, Dinamarca, Alemania, India, Sudáfrica y Filipinas. “Nuestros objetivos son resistir la guerra, la política militarista y hacer visible la desobediencia pública a este tipo de hechos. Y también alentar la cooperación global de la resistencia”, dice Nina Brugo, una conocida abogada feminista que reparte volantes para incitar a otras mujeres a participar.
La guerra puede ser inminente, pero la conciencia de las sociedades de los países del mundo también. Es una conciencia despierta que les ha dado la espalda a los gobernantes. En ningún país de Europa el rechazo a la guerra baja del 85 por ciento según las encuestas más optimistas. El sábado habrá una nueva manera de medir ese rechazo, cuando las calles de las principales ciudades del mundo se llenen de manifestantes por la paz. Entonces tal vez los presidentes, los primeros ministros, entiendan que el pueblo puede elegir otro mandatario. Pero ellos no pueden elegir otro pueblo. Y a espaldas de ese soberano no se puede gobernar.

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