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Viernes, 14 de abril de 2006

EL MEGáFONO

La ropa que usás habla de vos

 Por Luciana Peker

Hay una vanidad de la marca, de la cartera que vale vaciar la cartera, para que diga, para que muestre Vuitton, para que muestre que uno –una– puede vaciar una cartera con tal de llevar una cartera Vuitton. Hay una vanidad marquera. Pero no es la única. También está la vanidad ganguera. La del/la joven argentino/a que viaja por el Norte contando monedas para contar que gasta menos monedas. La vanidad del que regatea en Potosí, por el arte de gastar menos y no por no poder gastar más.

“Pstttttt, esta camisa la pague 5, la pollera 10, la bombacha 3”, rezaba el rosario ganguero con sede en la calle Avellaneda antes del incendio. ¿Qué cambió el fuego? ¿Quién no sabía que se hilaba detrás de la barata de Flores mucho antes del incendio? ¿No es necesaria, entonces, también una (auto)crítica al consumo (i)rresponsable? ¿O es mejor apelar al fantasma inflacionario o a la tradición sumisa del altiplano para justificar “por qué lo habremos hecho”?

“Inflación: el blanqueo de los inmigrantes aumentaría 20% la construcción y la ropa”, tituló, el domingo 9 de abril, el diario Perfil. ¿Si les pagan más a los bolivianos corremos el riesgo de pagar más y ganguear menos? ¿Qué no se corte?

Ese día, en Página/12, María –una de las bolivianas denunciantes de la esclavitud laboral– contaba que mientras trabajaba en un taller de costura por cien pesos era castigada por darle la teta a su bebe: “(la jefa) me decía que mi hijo era muy ‘chinchoso’ y que tenía que tirarle agua helada. Y dos veces le tiré”, detallaba el horror que denunció a pesar de las críticas –señaladas en otros medios– por ser una de las presuntas responsables del cierre de fuentes de trabajo. ¿De trabajo?

“Explotación, no esclavitud”, diferenciaba, el lunes 10, en la nota “La dura vida de los inmigrantes”, el diario La Nación en donde se enmarcaba como “un modo de vida”, entre otras cosas, el trabajo y la desprotección de los chicos. “Sin defender la precariedad o los casos extremos, algunas mujeres rechazan los términos de ‘promiscuidad’ y ‘hacinamiento’. ‘En nuestros cantones de Bolivia vivimos en comunidad. No somos como ustedes, que mandan a los ancianos al geriátrico. Los viejos y los niños viven con nosotros. Los niños aprenden acompañando a sus padres al campo y trabajando allí. Aquí se repite eso’, dice una de ellas”, plasmaba La Nación.

¿Se puede enmascarar como diversidad cultural o un ritual ancestral a explotación de mujeres y chicos en los talleres de Flores (sin horarios, sueldos, ni condiciones edilicias)? ¿Se puede creer –hacer creer– que si ellos lo hacen es porque les gusta? ¿Se puede advertir sobre los efectos colaterales de respetar los derechos humanos?

Aunque es cierto que ni la explotación ni el consumo irresponsable se compran y venden sólo en Flores. Por eso, este parece el momento de preguntarse por qué en Argentina, a pesar de la potencialidad de una red de economía solidaria, el comercio justo (que garantiza la compra de productos sin explotación laboral ni trabajo infantil a un precio ni barato, ni caro: justo) es un murmullo aislado, que late pero no estalla y que existe, pero no se multiplica.

“Yo en otro lado soy vieja laboralmente y, por lo tanto, descartable”, le decía a Las/12 Isabel Capdevilla, desde su lugar en el mundo, Cooperativa de Trabajo Unidos por el Calzado (CUC), la ex Gatic, con la mirada fija en destripar hilos sobrantes, sin jefes, ni supervisoras, ni patrones,trabajando porque quiere, cobrando por lo que ella decide que trabaja, sin dejar de trabajar porque tiene 45, pero dejando de trabajar a las 15.

“Lo que tenés en los pies dice mucho de vos”, dice la publicidad de Converse. En eso la marca tienen razón. ¿Por qué no pensamos de verdad en “qué me pongo” antes de poner la ropa en el placard? CUC puede ser un símbolo que empuje el consumo responsable en Argentina: ni pagar por puro marketing ni ahorrar por explotación pura.

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