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Viernes, 6 de febrero de 2009

URBANIDADES

Blanco y radiante, el lavarropas

“Y que no vengan las feministas a criticarme, porque yo convivo con un ex presidente de la Nación y la Presidenta soy yo. Las cosas que hay que resolver en este ámbito, que es momentáneamente la casa donde vivo, nunca se las consultaron a él. Ni antes, ni ahora. Sigo siendo yo. Esto pasaba en el estudio jurídico y en todas partes (...). También soy la que reta a Florencia cuando hace cosas que no tiene que hacer. Porque siempre las brujas somos nosotras. Estamos condenadas por el sexo y por la historia.” Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

 Por Marta Dillon

Escuchar las palabras de la Presidenta o releerlas ahora mismo es como convocar de inmediato a uno de los personajes de Diego Capusotto en el programa Todo por dos pesos, que casualmente ahora se está repitiendo en las transnoches de canal 7. “No, no, no, no, no”, repetía una maestra caracterizada por él frente a la descripción de lo que evidentemente terminaría en desastre –ejemplo gráfico: ir a cantar canciones a favor de Boca en la tribuna de River–, para después terminar con un cariñoso y didáctico “Cuidate, querete, ojito, ojete”. No sería de protocolo utilizar la misma contraseña para con la Presidenta, pero dan ganas de hacerlo, sobre todo cuando aborda temas de género y más aún cuando intenta poner en primer plano su vida privada para cumplir con eso que trajo el feminismo de borrar las fronteras con lo público, porque todo es público, como quedó demostrado en el último anuncio de microcréditos para calefones y lavarropas. Rodeada casi completamente de varones –excepción hecha apenas por la ministra de Producción–, la señora Presidenta asumió que le quede tiempo o no, ella es la encargada de las cuestiones domésticas y de crianza en su familia, haciendo público que también padece la doble jornada laboral –que así la suelen llamar las feministas– aun siendo la presidenta de la Nación. Ajá. Lástima que de inmediato asuma esa desigualdad como una condena que recibió en la cuna o aun antes, cuando el médico dijo “nena” –así era antes–, condena que recibieron otras antes que ella, todas las otras antes y después de ella, porque así es la historia. O sea: la doble jornada laboral sería, según su discurso, un atributo de nacimiento al que se puede abordar con humor y sin críticas –y con calefones y lavarropas nuevos, porque total el auto para ir a pasear lo tienen los varones–. O bien, Cristina, convertirse en feminista, que justamente de eso se trata. Por eso dan ganas de decirte “cuidate, querete”, porque puede ser por desconocimiento –sí, señora Presidenta, hubo y está en curso una revolución en este mundo cuyos cambios más notorios empezaron a verse hace más o menos 60 años y que tiene como protagonistas a las mujeres y como líderes a las feministas–, por temor a perder los favores de la mirada masculina –¿vos creés que tomarán a mal la pérdida de algunos privilegios, como por ejemplo, no enterarse de las cuestiones domésticas o tener el monopolio del auto?–, o por lisa y llana resignación. Pero lo cierto es que al enunciar esa condena como si fuera un fósil digno del respeto que implica haber sobrevivido al tiempo también está condenando, señora Presidenta, al resto de las mujeres, incluida usted misma y su hija Florencia. Sin embargo, la doble jornada laboral, por caso, es una inequidad cotidiana que exige políticas de Estado y hasta obra pública –por ejemplo: la creación de guarderías– y es una demanda de millones de mujeres movilizadas que han entendido lo contrario de lo que usted enuncia.

Todo esto dicho desde la ingenuidad, ya que es de suponer que no hay intención en este anuncio de decirles a las mujeres que no busquen trabajo, que va a haber poco, ya se ve, y se queden en su casa con sus aparatos nuevos. Sobre todo porque a esta altura de la revolución feminista quedan muy pocas mujeres que se encandilen con lavarropas o calefones como sucedió, tal vez, después de la Segunda Guerra. ¤

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Imagen: EFE/Alejandro Ernesto
 
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