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Viernes, 28 de octubre de 2011

Avanti Moroooocha (apostillas cristinistas)

 Por María Moreno

MUÑECA BRAVA

El estilo de Cristina Fernández de Kirchner es y no es una cita de “La morocha” de Saborido. Si el verso “La más renombrada de esta población” puede leerse como una profecía, es dudoso que ella alguna vez haya tenido “dueño” y usado la madrugada, en lugar de cranear como estadista, para cebar mate. Más bien, en el catálogo de “Mujeres son las nuestras”, Cristina representa a la mujer criolla de origen español, la militante que no virginiza su cuerpo en nombre del ascetismo que exigiría una causa y que aunque no haya sido guerrillera, permanece “guerrera” –bien podría responder al apodo de La Negra o La Negrita–. Madre, no proyecta una figura nutricia sino marcadamente sexuada; esposa, subordina esa categoría en la de compañera; viuda, no se retira sino que aparece cada vez más alto en la escena política. Si para Evita, que también era morocha, ser rubia formó parte de un autodiseño con el que insinuaba que el poder necesitaba del recurso de la luz mientras exigía la cara despejada y el cabello sujeto de quien trabaja, Cristina lleva el cabello oscuro y suelto como mensaje popular de un entrecasa público. Cuando al principio citaba a Evita con vehemencia se equivocaba, porque ella, contrariamente a Eva, es hija legítima, profesional y presidenta, entonces la fuerza y la vehemencia pueden a llegar a oírse como mero subrayado de la potestad y no como resentimiento y vindicación. Cuando ese tono pasa por la purificación del llanto, la fuerza se vuelve más sutil y compleja: no es la de quien la tiene sino la de quien la pierde a cada rato pero se repone en nombre de una causa mayor.

ESPADAS

Para apoyar a Cristina el machismo retroperuca ha ignorado el imperialista sable de luz de Darth Vader por las espadas imaginarias que la Colección Robin Hood difundía en novelas de caballería adaptadas a los niños: a la dama que pasó de primera a Presidenta habría que defenderla como un cruzado y hay agrupaciones que no lo disimulan, como Los mosqueteros de la Reina. de los que forma parte el periodista Juan José Salinas. Pero algún publicista despejado debe haber advertido que la metáfora caballeresca provenía de tradiciones europeas y entonces la peronizó con la promoción de Los Caballeros de la Quema, autores de la canción “Avanti, morocha”. La Quema es todo lo contrario del castillo de Belrepeire, en su pasado no hay allí ningún Grial sino basura. Sir Perceval no le lanzarían un avanti a su amada Blancaflor ni Sir Lancelot a la reina Ginebra y es dudoso que tanto Ginebra y Blancaflor fueran morochas. Que haya caballeros en La Quema jaquea la idea misma de caballerosidad para proponer una heráldica ciruja. Los Caballeros de la Quema serían nietos de aquellos “grasitas” de la retórica evitista. El “avanti”, una marca en la lengua de la voz del inmigrante, contaminación buscada para incluir y no para estigmatizar como lo hacían los escritores de la generación del ‘80 con el cocoliche. El Avanti morocha puede ser tanto la expresión del caballero que abre paso a su dama como la del que la sigue. Pero en la memoria popular hay otra canción que los adversarios de Cristina han interpretado y difundido con variaciones zumbonas: la guaracha de Ñico Saquito, “María Cristina”, en la que un macho dice cómo ha logrado usar una treta para enfrentar el poder de una mujer: “María Cristina me quiere gobernar/ y yo le sigo, le sigo la corriente/ porque no quiero que diga la gente/ que María Cristina me quiere gobernar”. La afirmación parece contradictoria pero, en realidad no lo es. El sujeto de la canción está diciendo que en lugar de obedecer y, para que no se diga que obedece, finge que está de acuerdo, es decir le sigue la corriente. Si él quiere o no hacer las cosas que le ordena hacer María Cristina, no se sabe. María Cristina tiene un origen político, unas coplas que circulaban durante la regencia de María Cristina de Habsburgo, segunda esposa de Alfonso XII, y constituyen un síntoma de las inquietudes que despierta una mujer fuerte en el poder. Pero ¿y si María Cristina guarachera fuera una buena gobernante y hubiera simplemente interpretado las demandas de su hombre? Sería otra canción.

“EL”

“Por él/ a él/ para él/ al cóndor él si no fuese por él/ a él/ brotando ha de lo más íntimo de mí a él:/ de mi razón de mi vida “ dice el poema “Eva Perón en la Hoguera”, de Leónidas Lamborghini. Evita se enunciaba como mediación entre el General Perón y el Pueblo con el que ella parecía estar en una suerte de plebiscito perpetuo e invitaba a que sus privilegios fueran leídos así: lo que ella tiene no lo tiene en lugar de ellos, es algo que ella tiene de ellos, que han sido usurpados, y que les será devuelto luego del pasaje purificador de su cuerpo de “plenipotenciaria”, de “ministra de los humildes”.

En los Kirchner, era Néstor el que parecía tener el talento de fusionarse con la multitud –hasta muchas veces caerse en ella–, anular la distancia corporal con el abrazo o la mano tendida, los chistes y los comentarios impulsivos. Cuando él muere, sin esa mediación Cristina queda expuesta y entonces pierde esa rigidez de la muchacha de clase media a quien han enseñado que la educación es ante todo guardar cierta distancia y de pronto, debido a su cargo, debe dejarse tocar, besar un niño anónimo o abrazar en masa. Sin el escudo de él, su cuerpo se ablanda, “se deja” y hasta “cacha”, como cuando la quieren hacer entrar en los agravios rimados a Cobos o las consignas que terminan siempre con “la puta que los parió” –-en todo varón hay un boludo y un barrabrava– y entonces dice irónicamente “ah, qué creativos” o “a esa no la conocía”, con el aire algo agotado de una maestra de jardín de infantes con doble jornada.

Evita no decía “él”, pero no porque supusiera que si lo llamaba así, alguien podría ignorar a quién aludía, sino por imponer el nombre y el rango, “General Perón”, como un mantra.

Cuando Cristina dice “él “también sabe que el pueblo sabe, pero lo dice para dejar ligado ese pronombre a otro, “ella” y “ella” no como esposa sino como compañera que elogia al cuadro, al presidente, al “fundador del proyecto” pero en paridad y simetría. “El” es también la estrategia para no nombrar a quien, quizá, todavía no se puede nombrar sin quebrarse o porque no nombrar es subrayar su ausencia. Cristina acepta las consignas que resucitan a Néstor Kirchner “Néstor vive” o “¿Quién dijo que Néstor murió?”, pero no las repite casi nunca. Que ese vacío no se toque, que a él se lo haga brillar por su ausencia.

Gobernar: no lo hace por él, sino con él, su legado, y entonces, en el juego de las elecciones, en lugar de tacharse la doble, no lo hizo y ganó. Avanti, morocha.

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