libros

Domingo, 15 de agosto de 2004

El señor de la testosterona

POR ROBERT CHALMERS, DE THE INDEPENDENT

El autor de culto de El club de la pelea se regodea con la descripción de escenas que aspiran a provocar un paro cardíaco. Pero al mesías de los hombres emasculados ya no le basta regocijarse con su imagen de chico malo. Ahora ni siquiera roba mientras finge ir de compras. ¿Será porque reveló que en verdad está casado con un varón?
Palahniuk [pronúnciese Póla-nik] no se cansa de recordar las docenas de personas que se desmayaron durante las lecturas en la gira promocional de su último libro. Y sonríe por el comentario que le hago acerca de su nueva colección de piezas de un periodismo por lo menos peculiar, titulada Non-Fiction.
–La gente se enfurece porque esperan encontrarse con un libro que trata de Cultura con mayúscula. Y con exquisiteces.
Había llegado al hotel Heathman de Portland con la esperanza de encontrarme con él e ir luego a charlar a su casa, aunque es algo que nunca hace. Palahniuk llega y me dice que vive a, nada menos, tres horas de aquí, en el estado de Washington, y que de todas maneras no puede concederme más de 90 minutos. Está ocupado por el resto del día, preparando trofeos para obsequiar a sus fans, y “quitando las etiquetas con precios que vienen pegadas a los juguetes”.
“Yo también puedo quitárselas”, le digo. Palahniuk me mira como lo haría David Bowie si te le acercaras cuando está por cerrar el Bar Americano en el Savoy, y le propusieras ir a comer unas papas fritas por ahí. El salón del hotel está vacío, pero Chuck insiste en sentarse en la mesa más alejada. Usa una remera gris y unos pantalones color verde botella, parece una persona muy limpia, un modelo o un manequin de Banana Republic con el rostro de Anthony Perkins en Psicosis. Es una comparación que ya le hicieron antes; la gente de carne y hueso nunca te recuerda a Norman Bates. Pero con Palahniuk –con su sonrisa breve, sus modales puntillosos, su misteriosa amabilidad– es otra cosa. Palahniuk sí parece Norman Bates.
Como estuve releyendo El club de la pelea, esperaba un hombre más confrontacional.
–Sólo soy confrontacional con mis amigos. Con vos voy a ser tan agradable como una torta.
¿Estás seguro?
Se detiene un momento.
–Sí.
Palahniuk tiene 43 años, y después de El club de la pelea publicó siete libros. Sus mejores momentos son cuando hace ardid de una prosa astringente, observadora y muy, muy divertida. Acaso la novela que mejor ilustre su obra, marcada por una notable originalidad, sea Choke (Asfixia, publicada hace cinco años y a punto de ser filmada). Victor Mancini, cuya vida social gira en torno a las clínicas de adictos al sexo, quiere ayudar a su madre, que sufre de Alzheimer. Lo toman como empleado de un parque temático llamado Colonia Dunsboro, especie de recreación de una aldea del siglo XVIII, en donde el personal es sancionado por comportamientos anacrónicos como mascar chicle o silbar temas de Erasure.
Non-Fiction (Fugitives and Refugees) incluye una crónica del Festival del Testículo en Missoula (Montana), una entrevista a Marilyn Manson, y recuerdos de Chuck de un trato que hizo con una amiga, quien dejó que la observara diseccionando cadáveres a cambio de un encuentro con Brad Pitt.
Admitámoslo: Chuck Palahniuk no es para todo el mundo. Este escritor es uno de los pocos novelistas cuya imagen creció hasta una dimensión similar a la de las estrellas de rock. Sus relatos son adorados por jóvenes que se visten como él –y en algunos casos quieren ser como él. Algunos inclusohan llegado a automutilarse en homenaje a Tyler Durden, el compañero de Pitt en El club de la pelea –un libro que, por otra parte, se convertirá pronto en un musical de Broadway.
La obra de Palahniuk, cuyos editores advierten que es “enferma”, se ha vuelto más mórbida, visceral y resueltamente repugnante. “Cada vez que escribo algo –dice Palahniuk–, creo que es lo más ofensivo y que nunca escribiré algo así. Pero no. Me sorprendo siempre a mí mismo.” En su próximo viaje promocional, nuestro autor leerá fragmentos de una trama que se ocupa, de manera franca y abierta, acerca de la pedofilia. Aunque será difícil superar a Guts (Tripas), la novela que causó conmoción el año pasado, acerca de un adolescente que apoya la cola en el extractor de una piscina. El joven se encuentra con que sus intestinos son aspirados, y comienza a flotar hacia la superficie, pero queda atado al fondo por un hilo de “densas venas y tripas” y debe masticarlo para romperlo y conseguir subir.
Palahniuk junta libros de fotografías de autopsias, como hacía Damien Hirst de adolescente. Hay momentos en que la determinación del escritor por horrorizar puede parecer –o más bien, es– pueril. Non-Fiction incluye la crónica de un día que pasó en Seattle vestido de dálmata.
Por todo esto, de algún modo di por sentado que Palahniuk sería un tipo de personaje jovial y amigable, el tipo de gente que sabe cómo y dónde divertirse. Pero esto no es algo fácil de encontrar en la ceñuda y seria figura que tengo delante de mí. Todavía me resulta más arduo imaginarme a este hombre robar mercadería mientras pasea por un negocio, aunque sus relatos hablen del regocijo que uno experimenta mientras lo hace.
–La atracción está en el sentido de aventura. Siempre te podés comprar otra campera de cuero. Pero no podés comprar esa aventura. No podés comprar ese tipo de excitación.
Te estás pareciendo a Sir Henry Wootton de El retrato de Dorian Gray: “El crimen es para las clases bajas lo que el arte es para nosotros: se trata apenas de un medio que nos procura sensaciones extraordinarias”.
–Es la sensación de excitación, de entusiasmo. La sensación de lo furtivo. De no saber exactamente qué va a pasar, en un cierto momento, alrededor tuyo.
OK, me convenciste. ¿Vamos?
–Bueno... (el entusiasmo de Chuck se disipa). Robo desde los trece años.
Yo robé medias.
–De cualquier modo, el encanto (Palahniuk comienza a cambiar el tema, pero se detiene)... ¿Medias? Bueno, medias... las medias son... realmente son muy fáciles de robar.
Si nos agarran, les decimos que todo es parte de una investigación, de un trabajo de campo.
–Ya sé en qué estás pensando. Nordstrom está apenas a dos cuadras. Pero ya no siento atracción por el robo. Además, mis editores no querrían que hablara de eso.
“Cuando un escritor nace –escribió el poeta lituano Czeslaw Milosz–, su familia está condenada.” Pero los Palahniuk tuvieron antes su tragedia. Chuck se crió en un trailer, en Burbank, una pequeña ciudad a 300 y pico de kilómetros hacia el este de donde estamos, a través de las montañas del estado de Washington. Su abuelo paterno mató a su esposa de un disparo, en medio de una discusión acerca de cuánto le había costado una máquina de coser. El padre del escritor, Fred (de tres años, al momento del asesinato), dijo alguna vez que su recuerdo más temprano fue estar oculto debajo de una cama, y observar las botas de su padre, y el caño del rifle, buscando en toda la casa algo más para matar antes de dispararse él mismo.
–A mi abuelo, una grúa en Seattle le pegó en la cabeza. Algunos de la familia dicen que nunca antes había sido violento, de esa forma loca tan suya. Pero algunos dicen que sí lo era. Depende a quién le creas. El trailer de Chuck, que compartió con sus padres, un hermano y dos hermanas, estaba enfrente del bar de Burbank. Allí, Fred, un obrero ferroviario, oficiaba de entusiasta patrón. Nuestro escritor recuerda a su padre llevándolo a él para que lo ayudara a saquear comida de los vagones descarrilados. Cuando Chuck cumplió los 14, su padre se fue de casa. Su madre hoy vive en el estado de Washington.
Palahniuk se recibió de periodista en la Universidad de Oregon. Después de una breve temporada en el periodismo local, trabajó en Camiones Freightliner –primero como mecánico, luego escribiendo manuales de armado y mecánica. Tenía 13 años cuando se decidió a escribir, en el taller literario semanal de Tom Spanbauer, un escritor de Portland.
La primera novela de Palahniuk, Invisible Monster –sobre la busca de una relación sexual entre un modelo top desfigurado y un travesti– fue rechazada por las editoriales (aunque apareció finalmente en 1999). Nos cuenta que escribió El club de la pelea para “ofender, para shockear y para castigar” a la gente que no quiso publicar “mi buena obra”.
Chuck asegura que él mismo se divierte peleando. Solía propinarles palizas “a ciertos canallas después de algunos tragos”, según un adorable artículo de una revista para hombres, que describe su conversación como “un chorro de testosterona” (Palahniuk es especialmente popular entre este tipo de lectores, y varios de sus relatos fueron publicados como folletín en la revista Playboy).
“Siempre me siento tan bien después de una pelea; es decir, física y emocionalmente agotado. Y duermo muy bien.” Pelear, observa Palahniuk, es un “acto consensual. Las mejores peleas no ocurren entre extraños. Ocurren entre amigos”. El tono de estos comentarios incluye, obviamente, metáforas sexuales, de acentuadas reminiscencias eróticas. “Espiritualidad erótica –dice Palahniuk–, como la de la Iglesia.”
Non-Fiction es un libro fascinante de una punta a otra. La capacidad de Palahniuk como periodista es siempre notable: toma aquellos fenómenos genuinamente interesantes, pero nunca a las celebridades en sí mismas, por su valor mass-mediático previo. Al mismo tiempo, trata cada fenómeno en sus propios términos, con sana irreverencia. En una oportunidad entrevistó a la tripulación de un submarino, e hizo que los marineros hablaran sobre cómo tenían sexo bajo el mar.
Vive con su amigo hace 12 años, aunque lo reconoció hace menos de uno. En un texto de 1999, aparece una cita suya que habla de su “mujer”. Cuando le pregunté por eso, dijo que probablemente había dicho spouse (una palabra inglesa que no permite distinguir el sexo), y que los entrevistadores siempre presuponen que un varón sólo se puede casar con una mujer.
En Non-Fiction, cuando describís los efectos de los suplementos para fortalecer los músculos, decís que “uno ve a una mujer atractiva y se manda. ¡Grrrrrrr!”.
–Por cierto, en el libro, el noventa por ciento de las veces no hablo de mí.
Cuando Palahniuk habló de su opción sexual, las cosas no salieron como él hubiera deseado. Sucedió de modo accidental. En septiembre del 2003, a punto de emprender un viaje promocional, Palahniuk le otorgó una entrevista a Karen Valby de la revista Entertainment Weekly. Antes de que fuera publicada, Chuck creyó que iban a salir publicadas las declaraciones que realizó off the record acerca de su vida íntima. Quiso anticipar el escándalo y escribió una agria declaración acerca de cuál era el auténtico sexo de su “esposa”, además de comentarios fuertemente personales acerca de la entrevistadora y de un miembro de su familia. Pero apareció la nota, la Valby no había escrito ninguna referencia a su vida privada (sólo se limitó a un “Palahniuk no tiene esposa y declina hablar sobre su vida personal”). “Finalmente, Chuck reveló su verdad más íntima”, comentó con resentimiento la columna Gay News del Willamette Weekly de Portland. “Es un esfuerzo por inyectarle testosterona a su carrera.” ¿A quién le importa si Palahniuk tiene marido o esposa?, podría ser una respuesta razonable y superada de amigos y enemigos del autor. Pero las cosas no son así. La verdad importa. ¿Por qué si no inventar una Señora Palahniuk? Si lo que él dijo en 1999 era ambiguo –como sostiene ahora–, entonces, ¿por qué mi colega escribió: “Dice que por ahora no planean tener hijos”?
“Bueno, era una carga que pesaba sobre mí, pero ahora ya me liberé de ella”, explica Palahniuk. “Es un terror que se fue.” Es posible que la revelación haya dañado su posicionamiento con los tradicionalistas de Playboy.
Ahora que, como él dice, “explotó la gran bomba”, “ya no necesito ser interesante en las entrevistas. Todo lo que soy es una persona que tiene una hora y media. Y no le debo nada a nadie. Y no me interesan más preguntas...”.
Palahniuk mira su reloj. “En realidad, me tengo que ir. Tengo que trabajar en catorce trofeos de bronce y cerca de 100 animales embalsamados. Y eso me interesa más que estas preguntas.”
¿Seguro que no te vendría bien una mano?
–Lo hago en casa de un amigo, y no recibe bien a los extraños.
“No disfrutas mucho las entrevistas”, le digo a Palahniuk mientras se despide.
–Entiendo que hay que hacerlo para promocionar un libro. Pero la verdad es que preferiría bajar la cortina, y no hacerlo más. En el pasado cometí el error de buscar complacer a mis entrevistadores.
Ése es mi problema. Esta entrevista tendría que haber sido cinco años antes. Hace cinco años, habríamos salido juntos a robar medias.
–Lo que pasa es que en el pasado estaba obsesionado porque no me preguntaran por el gran tema, mi vida privada. Pero no hay problema, vamos a robar medias. Otro día de la semana. Ahora déjame en paz.

Trad. Sergio Di Nucci

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