libros

Domingo, 26 de septiembre de 2004

Un tropezón no es caída

Después de la sólida trilogía Infancia, Juventud y Desgracia, y del Nobel 2003, J. M. Coetzee vuelve con Elizabeth Costello. Y desconcierta.

ELIZABETH COSTELLO
J. M. Coetzee
Mondadori
Buenos Aires, 2004

 Por Claudio Zeiger

Hace año, año y medio, el sudafricano J. M. Coetzee se nos vino encima. El Nobel 2003, claro, pero no sólo eso. Que es un escritor anticolonialista, que es un escritor poscolonial representante de la literatura africana en lengua inglesa, que es un escritor político pero más sutil que su colega y coterránea Nadine Gordimer, en fin, hay muchas cartas de presentación de este hombre delgado y parco que firma sus libros con iniciales y ha cosechado una cantidad de premios, incluida la hazaña de dos premios Booker. A pesar de todo no es mucho lo que sabemos de Coetzee a ciencia cierta y sí es mucho más lo que se intuye acerca de su obra al calor de la andanada de Infancia, Juventud y Desgracia publicados en castellano. En primer lugar se puede afirmar que Desgracia es una de esas obras que huelen a culminación de algo, a punto de llegada. En esta novela, Coetzee parece haber alcanzado un automatismo de su estilo seco y acerado detrás del cual parece reposar una ética: no derrochar palabras como no derrochar jerga académica ni formalismos, ni nada. Decir mediante el hielo, la precisión, el hueso desnudo. Desnudar hasta más abajo de la piel. No callarse nada, pero decirlo con lo mínimo, en voz baja pero firme, muy cerca del silencio. Una ética del estilo en la que las frases son navajas. Desde luego, lo que sucede en Desgracia es la culminación de lo que venía sucediendo en Infancia y Juventud, pero en un texto mucho más extremo, implosivo. El relato de la vida de Lucy, la hija del profesor David Lurie, en el campo profundo del Cabo Oriental, donde sufre un robo y una violación, y en paralelo el viaje del propio Lurie a la granja de su hija, escapando de un escándalo sexual en la universidad, es quizás una de las lecturas modernas más atentas y acertadas de Kafka. Lejos de universos burocráticos y pesadillas de metamorfosis, lo que sucede en Desgracia es ni más ni menos la esencia de lo kafkiano, la concepción de la existencia como un laberinto inexpugnable. En este sentido, lo que viene a entregar Elizabeth Costello no puede ser menos que llamativo y un tanto desconcertante.
La idea es original y atractiva. Elizabeth Costello es una escritora que nació y vive en Melbourne, Australia, y “saltó a la fama con su cuarta novela, La casa de Eccles Street cuya protagonista en Marion Bloom, la mujer de Leopold Bloom, el protagonista de otra novela, Ulises. En la última década se ha desarrollado en torno de ella una pequeña industria crítica. Incluso existe una Elizabeth Costello Society, con base en Alburquerque, que publica un boletín trimestral, el Elizabeth Costello Newsletter”. Los capítulos del libro son “lecciones” o “conferencias” dadas a lo largo de su vida por esta novelista, y si bien se trata de una colección de relatos, el personaje común lo erige en novela. Convengamos que hay muy buenos cuentos en este libro, sobre todo los dos primeros capítulos. En el primero, un hijo acompaña a su madre a una conferencia; captado a la perfección el clima de los congresos, la historia paralela entre madre e hijo entrelaza literatura y vida. En el segundo, a instancias de un escritor negro que se ha vuelto casi un profesional de su causa, Coetzee alcanza una altura en el arte de lo irónico. A partir de la tercera lección o conferencia empiezan los problemas. Aquí los tópicos son “las vidas de los animales”, “los poetas y los animales”, “los filósofos y los animales”, “las humanidades en Africa”, “el problema del mal”, etcétera. Seguir las extensas argumentaciones de Coetzee apenas veladas por la ficción se vuelve un tanto agotador (cabe recordar que ya publicó un ensayo titulado La vida de los animales) y sobre todo crece la sensación de que el libro empieza a perder contornos. Lo que parecía el proyecto inicial de dar cuenta de la vida de un personaje a través de sus conferencias empieza a virar a lo contrario: el personaje se convierte en el mero vehículo de ideas, se supone que las ideas del propio Coetzee aunque, como se dijo antes, cuáles son las ideas de Coetzee no está del todo claro. Elizabeth Costello es una escritora inteligente, una mente lúcida e implacable, que tiende a irritar a las instituciones y universidades que la convocan. Coetzee transmite la sospecha de que Elizabeth es más afortunada en su vida literaria que en su vida personal, donde cierta tendencia a ser implacable la pone en situaciones complicadas con el prójimo, su hijo o su hermana, una hermana de la caridad que vive y milita en Africa. La fisonomía de Elizabeth tiende a disgregarse tanto debajo de la cita y la exposición de ideas que resulta fatigosa.
Elizabeth Costello, por lo tanto, encierra un misterio, o varios. ¿Es una suma de piezas publicadas en los últimos años en diversos medios, como se apunta en la presentación, o sea, más una antología que otra cosa? ¿Es una novela de ideas que vehiculiza la visión del mundo de Coetzee? ¿Es una aceptable colección de relatos o una novela algo fallida? Quedan los interrogantes y, desde luego, el interés por las respuestas. Pero a la legión de seguidores que seguramente debe estar cosechando en la Argentina hay que advertirlos: no es Infancia, no es Juventud. Y mucho menos Desgracia.

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