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Martes, 28 de diciembre de 2004

EL EXTRANJERO

Un médico sin fronteras

Una biografía del húngaro Attila Vincze rescata la figura del doctor Ferenc Klopfer, el médico judío que en el campo de concentración ayudó a sobrevivir al premio Nobel Imre Kertész y que llevaría una vida signada por el horror y las deportaciones.

En la novela Sin destino, el Nobel húngaro (2002) Imre Kertész cuenta cómo un médico judío fue imprescindible para su supervivencia en el campo de concentración nazi de Zeitz. Según Kertész, el doctor Ferenc Klopfer era “flaco, simpático y de cara bondadosa”, y supo ayudar –entre muchos otros– al escritor, quien sufría de un problema crónico en su rodilla. Luego, una vez liberados, Klopfer tuvo que renunciar a la cátedra universitaria que le ofrecían a cambio de renegar de su religión, y dedicó los siguientes treinta años a ser exclusivamente médico de pobres. El mismo año de 1975 en que Kertész publicaba Sin destino, Klopfer murió.
Ahora, una biografía cuenta en detalle la vida de este médico que logró sobrevivir al horror. La obra se llama El médico de Sin Destino y en ella Klopfer es descripto como “un humanista en medio del horror”. Escrita por otro húngaro, Attila Vincze, “relata el terror de los campos de concentración nazis y el contraste entre el humanismo y la barbarie”, según explicó Vincze. Klopfer había nacido en 1900 en una familia judía ortodoxa de Budapest. En 1942 los nazis lo deportaron y en 1944 pasó por varios campos de concentración, hasta llegar a Zeitz, donde coincidió con Kertész, entonces de apenas 15 años. Debido a sus buenas condiciones de salud, no menos que a su “utilidad”, los jerarcas del campo de concentración lo consideraron “apto para el trabajo”. “Y por eso no lo mataron”, concluyó el biógrafo. Vincze también cuenta un dilema moral que como médico debió resolver: ¿era ético curar a los enfermos y prolongar su agonía sólo para que más tarde murieran por los trabajos forzados o en las cámaras de gas?
Después de que el campo fuera liberado por los aliados, una epidemia de tifus se extendió en la zona. Y Klopfer, en vez de volverse a algún lugar, decidió quedarse allí a cuidar a los chicos enfermos; y casi estuvo a punto de morir él mismo por la epidemia. Luego de ese episodio le ofrecieron la cátedra de medicina, con la condición de abandonar el judaísmo. Como se negó, tuvo que seguir trabajando como médico en un hospital público de Budapest, y se transformó en una especie de paria. Tanto que tuvo que trasladarse a un barrio pobre, poblado mayormente por judíos y árabes. “A pesar de las condiciones, siguió visitando a sus pacientes y poco a poco conoció la vida de los árabes”, cuenta el autor de la biografía. Esta experiencia lo llevó a redactar una propuesta que envió en los años ‘60 al Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, en la que explicaba que los conflictos entre judíos y árabes podrían solucionarse con la formación de zonas desmilitarizadas, con la libertad cultural y religiosa garantizada para ambas comunidades a través de instituciones bilingües. Desde luego, nadie pareció haberlo oído.
Para su obra, el biógrafo debió investigar la correspondencia y las memorias de Klopfer, archivadas en el museo Jad Vasen de Jerusalén, y entrevistar a la hija del doctor, Katalin Katz. Vincze subraya que Klopfer llevó registros sobre Kertész, ya que “anotaba todo lo posible sobre sus pacientes deportados y hacía esfuerzos para que el recuerdo de éstos no desapareciera del todo”.

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Imre Kertész, nobel Húngaro 2002.
 
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