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Domingo, 12 de junio de 2005

ENTRE EL ENSAYO Y LA NARRACIóN PERIODíSTICA, JOSé NATANSON RECUERDA DE DóNDE VIENEN (Y QUIZáS HACIA DóNDE SIGUEN YENDO) LOS GURúES DE LA ECONOMíA NATIVA.

Complaciendo al capital

Buenos muchachos.
Vida y obra de los economistas del establishment
José Natanson
Libros del Zorzal
128 páginas

 Por Sergio Moreno

José Natanson escribió Buenos muchachos, un libro (segundo en la cosecha del joven politólogo, periodista y colega de Página/12) necesario. Hizo lo que muchos hubiesen querido hacer –el autor de estas líneas se incluye en el conjunto–: “contarles las costillas” a unos tipos que, durante una década, se enriquecieron vendiendo humo; humo venenoso, una especie de Zyklon B que llevó a esta tierra a la explosión, inevitable después de haber seguido sus consejos, de diciembre del 2001. Y “contarles las costillas” se asemeja bastante a desenmascararlos.

Minucioso, a medio camino entre el ensayo y el relato periodístico (y esto se aclara aquí a modo de halago), Buenos muchachos. Vida y obra de los economistas del establishment describe y recuerda las frases, acciones, orígenes y fuentes de financiamiento de un grupo de vivillos que usufructuaron y dieron contenido y dirección económica a los triunfadores políticos de tan infausta década, la derecha conservadora, que en la Argentina corporizó Carlos Menem con su apéndice vergonzante de la Alianza, especialmente el delarruismo.

Natanson cuenta, recuerda, refresca los dimes y decires de este puñado de (por entonces) jóvenes economistas cincelados en la fragua neoliberal de las principales universidades norteamericanas, entre las que sobresalen Chicago y Harvard. Muchachos algunos de ellos que durante la dictadura militar dieron al Proceso savia para aceitar sus nervaduras: Roque Fernández, Carlos Rodríguez y Pedro Pou, del CEMA (o ahora Ucema), verdaderos inventores de la tablita de José Alfredo Martínez de Hoz; Ricardo López Murphy, quien, jovenzuelo y temerario, se propuso en 1982 como ministro de Economía de las “recuperadas” islas Malvinas; Miguel Angel Broda, que tras la explosión del 2001 pronosticó que el dólar llegaría a nueve pesos y la inflación treparía a 1200 por ciento anual; y, por supuesto, el inefable y devastador Domingo Felipe Cavallo, autor material del crimen de los ‘90, entre otros tantos (como Daniel Artana, Carlos Melconian, Manuel Solanet, Juan Carlos De Pablo, Jorge Avila, Juan Luis Bour, Fernando Navajas, Santiago Urbiztondo, Luis Llach, Fernando de Santibañes, por citar a los principales). Natanson describe –recuerda, en un país de olvido fácil– sus haceres y decires. Veamos algunos ejemplos: “Nosotros no somos dogmáticos”, Daniel Artana, 2001. “Debo ser una de las personas menos conservadoras de la Argentina”, Ricardo López Murphy, 1996.

“Videla tiene sensibilidad social”, Domingo Cavallo, 1982.

El texto de Natanson desnuda una gran mentira, la que nos vendieron estos buenos muchachos: que ellos sabían, que ellos ocupaban el lugar de saber omnímodo, incuestionable, revelado. Ellos, sus ideas, eran fuente de toda razón y justicia. Ellos eran los dueños de la noche y el día, la oscuridad y la luz. Ellos, los que conocían los senderos que llevan al Olimpo, denominado a la sazón mercado, podían abrir las puertas de la razón. El conocimiento era su territorio; todo lo que quedase extramuros de sus conceptos era anacrónico, irracional o, para utilizar un adjetivo despreciativo caro a estos sujetos, populista, que era (es) uno de los peores insultos que pueden escupir para calificar una política, económica o social. Buenos muchachos revela que sus ideas no se impusieron per se, tampoco por el peso conceptual de las mismas sino porque en el mundo capitalista –que excede las fronteras de Occidente mismo– habían triunfado las fuerzas políticas conservadoras que impusieron estas ideas.

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