libros

Domingo, 23 de abril de 2006

NOTA DE TAPA

De los suburbios al centro

Recién llegado a la Argentina, donde se ha convertido en una de las figuras extranjeras más rutilantes de la Feria del Libro, Hanif Kureishi habla sobre su peculiar posición de inglés de origen musulmán, liberal y exitoso autor de novelas y obras de teatro que tratan sobre los formidables cruces culturales de un mundo que aparece bajo amenaza.

 Por Andrew Graham-Yooll

No es fácil imaginar al autor Hanif Kureishi, por cumplir los 52 años, como el que alguna vez fuera el niño terrible de la literatura moderna inglesa. Es cierto que cuando en 1984 publicó Mi Hermosa Lavandería (1984), la historia de una relación entre un skinhead gay y un paquistaní gay, se abría un campo nuevo de contacto entre muy diferentes culturas. Pero aquí en Buenos Aires, donde viajó para estar en la Feria del Libro el sábado, parece serio (y hasta solemne), en sus opiniones sobre actitudes occidentales y comentario acerca de las convicciones musulmanas.

Sin embargo, el escritor, dramaturgo, guionista y cineasta, se permitió cierto humor en un discurso de agradecimiento al embajador británico en una cena el miércoles en la residencia de la embajada: “Soy británico, tanto que el British Council me invitó como tal a visitar la India para dar una conferencia. Cuando llegué me preguntaron si ya no quedaban ingleses blancos y por eso habían tenido que mandar un paquistaní. Querían un inglés de veras. Creen que todavía quedan”.

Desde las bombas en los ómnibus y subterráneos de Londres en julio del año pasado, Kureishi ha sido reiteradamente requerido para opinar sobre las relaciones entre el Reino Unido e Islam. Sus artículos en el matutino The Guardian y su colección de ensayos, The Word and the Bomb (La palabra y la bomba), que Radar describió como un manual de primeros auxilios sobre lo que piensa Kureishi para los que hablan y no piensan, se ha convertido en un referente indispensable. Para el establishment mediático británico ofrece la fórmula de referente ideal: apellido paquistaní, acento inglés impecable, educación de primera (filosofía), éxito como autor, muy agradable entorno social y profesional.

A pesar de esto, en una charla en Buenos Aires dijo que no se siente en absoluto un vocero de la comunidad islámica en Gran Bretaña.

“Vocero, no. Todo lo contrario. Vengo de una familia musulmana de la India y de Paquistán, por lo que no niego mi estado formal como musulmán. Pero soy liberal, mi familia fueron periodistas en Karachi y en Mumbai. Eran liberales en un país que en los años ’70 y ’80 se fue transformando en un Islam militante.” Y más:

“Soy un crítico, independiente de todo rol de vocero de colectividad. No tengo identidad política, excepto como liberal. Cuando escribí Mi Hermosa Lavandería fue considerado controvertido porque nadie hacía ese tipo de películas. Ahora se hacen películas como Brokeback Mountain que ganan un Oscar. En los años de Margaret Thatcher, cuando recién comenzaba el pionero Canal 4 de TV en Londres, con gente como Ken Loach, Peter Greenaway y Derek Jarman, pensamos que había que hacer esas cosas para representar otras voces en el Reino Unido y oponernos al tatcherismo.”

En esta entrevista, una larga charla atrasada por distancias e inconvenientes, había que recordarle a Kureishi que su liberalismo lo enfrentaba directamente con el Islam. El Korán, en su capítulo de los poetas (Sura 26) advierte que el escritor puede ser subversivo. ¿Puede haber, entonces, una literatura musulmana?

“Desde un punto de vista, en el Islam existe tan sólo un libro, una voz, y una sola autoridad. Cualquiera que niegue la existencia de Dios o que hable fuera del único libro está perdido. Eso ya lo vimos en el caso de Salman Rushdie. A los musulmanes no les caen bien las voces libres. Es un sistema autoritario.”

En Buenos Aires, amén de todos los compromisos y entrevistas de rigor, lo trajo una investigación para una novela en la que está trabajando, ya que tiene a un psicoanalista paquistaní como personaje principal. “Conocí a un analista y trataré de entrevistar a otros”, dice Kureishi. “Un lacaniano, en Buenos Aires hay que conocer uno. La impresión afuera es que en Buenos Aires todos son analistas o analizados, y quería conversar sobre la historia de su labor. Fui a Villa Freud, buscando una variante específica. Los lacanianos son algo así como los trotsquistas del análisis. Verdaderos desviacionistas.”

El descubrimiento

y la diaria

Hoy, ¿qué es para Kureishi escribir aparte de un ejercicio de vanidad o una forma elegante de rebelión?

“Escribo para descubrir lo que quiero decir. Soy un escritor profesional, eso presenta dos aspectos: mi interés por mi trabajo y mi interés por el mundo, el Islam radicalizado, el ser parte de una familia inmigrante. Por otro lado hago esto para vivir, así que tengo que seguir escribiendo.”

Eso supone que un escritor en la sociedad británica moderna está presionado para producir un libro cada dos años para ganarse la vida. “Y, sí, para mandar a los chicos (mellizos varones de doce años, y un varón de ocho) al colegio. Pero también me gusta mi trabajo.”

Reconoce que escribir en Inglaterra tiene algo de elitismo. “No hay mucha gente con el talento para hacerlo. Inevitablemente va a haber pocas personas que pueden ganarse la vida escribiendo. En ese sentido escribir es elitista.”

Aunque algunos de sus escritos se apartan de temas musulmanes en el Reino Unido, como su teatro (Sleep with Me, 1999), el tema se halla presente en buena parte de su obra, desde la inaugural Mi hermosa lavandería y luego, El Buda de los Suburbios (1990), donde el personaje tiene un padre paquistaní y madre inglesa; es una novela de maduración y un retrato de las relaciones raciales en Gran Bretaña. Ganó el premio Whitbread a la primera novela. A Kureishi le alivió que su padre, que murió en 1991, vivió para ver su éxito. También es conocido por sus obras de teatro, entre ellas, Cuando Sammy y Rosie se encamaron, y Londres me mata (1991). Sin embargo, la producción de Kureishi siempre vuelve al tema del Islam en el Reino Unido.

“He hecho un documental sobre camareros de restaurante musulmanes. Viajé por Inglaterra entrevistándolos. Quería que me dijeran cómo era ser musulmán e inglés y averiguar cuántas identidades tenían. Había coros de opinión que decían que estaban alienados. Los tipos con quienes conversé eran musulmanes británicos y paquistaníes, y cabalgan bien sobre las dos identidades.”

El autor inglés John Berger describió las bombas en Londres en julio de 2005 como el sangriento resultado de dos mundos en guerra. Había cierta inevitabilidad en esta opinión, como que algo tenía que suceder.

“Ya sucede. No es una amenaza, lo malo ya ocurre. Pueden parecer incidentes aislados, pero la gente en Irak, o los ciudadanos de Irán, no tienen dudas de que están bajo ataque por Estados Unidos y Gran Bretaña. Hay grandes diferencias en los valores que sostenemos usted y yo, digo fundamentalmente, en la forma de vida que llevamos, y los valores de un obediente musulmán. Un musulmán estricto probablemente odiaría el liberalismo mío. Y yo no tengo nada de ganas de vivir bajo un montón de clérigos del Islam. Sin embargo, la mayoría de los musulmanes con quienes trato yo en Inglaterra, cuyos hijos van al colegio en Hammersmith, en la zona oeste de Londres donde van mis hijos, consideran que el Islam es un asunto privado. Ellos quieren vivir en Europa, quieren sus obras sociales, los colegios abiertos, y buenos empleos. No ven un choque entre su Islam y el liberalismo que los rodea en Occidente. “Occidente necesitaba un fantasma para atemorizar a la gente, para asustarse. Antes era el comunismo. Luego se creó el enemigo a partir del Islam radicalizado. La paranoia requiere de otro para ser quienes somos. La paranoia de Bush, el eje del mal, habla de desconfianza profunda. Supongo que después del 11 de septiembre puede ser comprensible esta visión. La gente como uno está en una situación compleja, tratando de elegir un camino entre diferentes posiciones. A partir del hecho de ser periodistas, escritores, artistas, tenemos que buscar la forma de dialogar sin caer en un extremo u otro.”

La pregunta a la que invita un escritor británico es siempre la misma: si le gusta hablar de política o si no preferiría concentrarse en sus libros.

“Vivimos en una sociedad donde todos hablamos de esto, nuestros amigos todos discuten los niveles de peligro. ¿Quiénes son? ¿Qué hacemos? ¿Cómo es esta gente? ¿Qué quieren de nosotros? ¿Qué hacemos en Palestina, en Irak? ¿Qué sucederá en Irán? Son todos interrogantes muy urgentes. Hubo un tiempo aparentemente calmo luego de la caída del Muro de Berlín, pero ahora vivimos en una guerra.”

Lo interesante en el discurso de Kureishi es que habla de “nuestro país”. La tropa británica en Irak son “nuestros soldados”. Este discurso lo identifica profundamente con una pertenencia inglesa. “Nuestro” país está en guerra en Irak y “nuestros soldados” están ahí, por lo tanto es natural que hablemos de esto.

“Creo que todos nosotros, mi familia, mis amigos, yo, nos identificamos con nuestro país. Y también somos vehementes opositores. Nuestra identidad es muy importante para poder criticar con fuerza y públicamente a Tony Blair y a Bush, y sus aliados. No hablo en urdu (el idioma de paquistán), pero soy parte de los orígenes y familias de mi padre y de mi madre. Vengo de dos lugares. Soy británico y vivo en Inglaterra. De todos modos, casi toda mi familia vive en el exilio, y no en Paquistán. No pueden vivir en Karachi en la situación política actual. Uno de mis primos vive en China, otro se instaló en Praga. Son parte de un vasto grupo de gente que anda por el mundo en una especie de exilio, como los sin techo que no tienen lugar de pertenencia.”

Kureishi es un escritor británico, identidad que le da pertenencia en la no pertenencia. Su escritura gira en torno de esto, y de la dificultad de las relaciones.

“Algo que sucedió en mi generación, nacida en los años ’50, es que todos los que iniciaron relaciones a los veinte se divorciaron a los cuarenta. Lo mismo va a suceder con mis hijos. Supongo que no se casarán a los 23 ni vivirán casados hasta los 75. Imagino que tendrán numerosas relaciones y unos cuantos hijos por ahí. En nuestra generación los padres se quedaron juntos. Me parece que estar tanto tiempo con alguien es muy difícil. Casi toda la gente que conozco no puede tolerar esto o ya no lo quiere. Es una forma de liberación del encierro en interminables matrimonios sin esperanzas. Claro que también produce mucho sufrimiento. Lo que realmente atravesó a mi generación fue el feminismo. El feminismo y el crecimiento de la tecnología. Mi madre se levantaba a la mañana y hacía el fuego, luego lavaba la ropa y la colgaba en el jardín, y ése era su día. Ahora las mujeres se levantan, van al trabajo y ganan mucho más que uno. Mi madre era ama de casa. Se quedaba en casa y le servía una taza de té a mi padre cuando él se la reclamaba al llegar del trabajo. En los años 70 las mujeres dejaron de llevarles tazas de té a los hombres, y buscaron buenos trabajos, ya no changas, buscaban seguridad económica y cambiaron la vida. Algunas de las cosas que escribo surgen del desarrollo de la calidad de las relaciones entre hombres y mujeres, y el efecto que tienen sobre nosotros.”

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Imagen: Nora Lezano
 
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