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Domingo, 25 de febrero de 2007

EL BASTARDO

Un guapo del 900

La biografía novelada de Carlos María Domínguez recrea uno de los personajes más atractivos y poco difundidos de la literatura rioplatense: el dandismo, la anarquía y la prepotencia creativa se conjugaron en la figura de Roberto de las Carreras, el escritor orgulloso de ser un bastardo.

 Por Juan Pablo Bertazza

El bastardo
Carlos María Domínguez
Alfaguara
444 páginas

El significado menos conocido de la palabra bastardo hace referencia a un mortero que conjuga dos elementos muy distintos pero complementarios: la cal y el cemento. Así, el libro de Carlos María Domínguez –argentino de nacimiento, residente uruguayo desde 1989– une el rigor documental de la biografía con el maleable encanto de la novela. Pero esa doble naturaleza no sirve tanto para explicar las inútiles cuestiones de género sino más bien para presentar al par de protagonistas de este libro, los cuales reflejan toda la vorágine intelectual, literaria y política de finales del siglo XIX y principio del XX en el Río de la Plata.

El uruguayo Roberto de las Carreras era nieto de Rosalía de Zúñiga y del poderoso terrateniente Don Mateo García de Zúñiga, quien además de poseer una lujosa estancia de cien leguas cuadradas –ubicada en Gualeguaychú– llegó a ser gobernador de Entre Ríos. Pero hasta el personaje de Don Mateo parece secundario al lado de su hija Clara García Zúñiga –la otra gran protagonista–, a quien le arreglaron el casamiento a los 15 años con el abogado y diplomático doctor José María Suviría, en una ceremonia que sellaría para siempre su suerte y sus facultades mentales. La notable intransigencia de esta mujer que, en una época terriblemente moralista, no sólo tenía relaciones extramatrimoniales sino que las contaba, le hizo perder la tenencia de sus hijos legítimos Clara, Isabel y Alfredo. Uno de sus tantos circunstanciales amantes fue Ernesto de las Carreras, y de esa unión nacería el poeta Roberto de las Carreras, uno de los iniciadores del simbolismo en Uruguay que, según Carlos María Domínguez, aparece en la letra chica de las historias literarias de la Banda Oriental. Si las condiciones de nacimiento marcan a fuego la vida de toda persona, su particular mezcla de sangre patricia y origen bastardo fue una llama que forjó su carácter entre caballeresco y anarquista: a los veintipico comenzaba a publicar sus versos en El día, diario de Montevideo dirigido por Don José Batlle y Ordóñez y sus días finalizarían, igual que su madre, con el irreversible diagnóstico de insania.

Puede decirse que El bastardo (publicada originalmente en Montevideo por Cal y Canto en 1997), entonces, reconstruye a la vez que dramatiza el sinuoso itinerario de Roberto: desde su viaje iniciático a Europa para sentir en carne propia el spleen (radiante término que pone nombre al tedio decadentista), esa sensación que la mayoría de los montevideanos sólo leían por correspondencia hasta la publicación de su novela Sueño de Oriente, que contaba uno de sus fracasos amorosos con un inusual impulso erótico. La novela de De las Carreras merece un comentario aparte: publicada en 1900, no fue muy bien recibida por la crítica, por lo menos en comparación con Ariel, ese contradictorio, llano y moralista ensayo de Rodó basado en los personajes de La Tempestad de Shakespeare, que apareció el mismo año. El fracaso del libro comienza a agenciarle a Roberto sus actos más antisociales ya que, por ejemplo, batió a duelo a un redactor de El tiempo por hablar mal de su literatura y, al ver declinada su invitación, publicó en El Día una respuesta con una acidez inédita: “De Armandito Vasseur se ríen las mujeres en su propia cara, aludiendo picarescamente a su falta de sexo, es un producto miserable de la inercia matrimonial y en su fisonomía está inscripto el bostezo trivial con que fue engendrado”. El efecto que causó este artículo en los lectores fue incalculable y se entronca con los propios escándalos provocados y sufridos por su madre, todo lo cual se cuenta en este libro con un hábil manejo del tiempo que acentúa su conflictivo parentesco a punto tal que la acción de la madre repercute en los actos del hijo, como si ambos conformaran los dos lados de un espejo.

Carlos María Domínguez declaró en numerosas entrevistas que, si bien durante los tres años que llevó la investigación se fascinó con Clara y su hijo, hubiera preferido que la producción poética de Roberto, además de innovadora, fuera de mejor calidad. Buena o mala, resulta inevitable poner en relación la obra de Roberto con la estética de Huysmans y, sobre todo con A rebours, verdadera biblia del espíritu decadente del fin de siglo XIX que el cínico Lord Henry Wotten le regalaba al cándido Dorian Grey para instruirlo en la filosofía del tocador. Aunque hay una diferencia tajante: el gran decadentista exorcizaba sus “perversiones” a través de su alter ego Des Esseints (quien también heredó tanto la fortuna pecuniaria como la disposición nerviosa de su madre) mientras que Roberto, ya para justificar las condiciones de su nacimiento, necesitó de un hallazgo literario: “No creo ni por un momento que ser bastardo sea denigrante. Al contrario, me siento muy contento por ello. Me parece interesante, original, feliz, hasta elegante”.

Es que podemos suponer que su obra no contaba con la intuición ágil del exorcismo sino que cargaba el torpe planeamiento de quien busca una coartada. Es por eso que la justa valoración de su obra debe hacerse en correlato con su vida, lo cual aparece magníficamente resuelto por Domínguez con la producción de su biografía novelada. En todo caso, cabe recordar una frase de Stendhal citada en El bastardo: “para consolar a un amante desgraciado no hay que decirle nunca que no es querido”. Roberto de las Carreras buscó ese consuelo en su interior, ahí puede estar la clave de su inigualable vitalidad y también de los puntos flojos de su literatura.

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Imagen: Ana D´Angelo
 
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