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Domingo, 11 de marzo de 2007

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Los abogados también sufren

En su nuevo libro, Héroes corrientes (Sudamericana), Scott Turow se aparta de la senda del suspenso judicial para enfrentar el pasado, la guerra y el secreto del padre.

 Por Liliana Viola

Héroes corrientes
Scott Turow
Sudamericana
448 páginas

Si luego de una catástrofe planetaria quedara alguna película de Perry Mason, la novela Legítima defensa de John Grisham en la versión de Coppola, o al menos un ejemplar de la colección completa de thrillers de Scott Turow, quienes hallaran el tesoro desearían reconstruir el mismo mundo tan sólo para ser abogados o escapar de sus garras. Y tendrían que empezar luego del primer fin de semana, tiempo estimado de lectura no sólo por el vilo que ésta impone sino porque la memoria no resiste un intervalo entre tantos nombres, servicios secretos, falsos testigos y la alta dosis de confidencias íntimas, debilidad del narrador del género.

De ser así, se volvería a construir un mundo eminentemente americano, pragmático y con ética a medida, donde se destaca un héroe nunca santo ni triunfante pero capaz de tratar cara a cara con la Ley, la del Derecho Romano y también la de la vida contemporánea, es decir un entramado de corrupciones que no se resuelve completamente ni llegando hasta la última línea. Sin duda, una versión de la ley mucho más tranquilizadora y digerida que la que propone otra literatura, liderada por Kafka y seguida por las ficciones de George Orwell por un lado o de Salman Rushdie también.

Scott Turow, que conoció la fama con su novela Presunto inocente, (protagonizada por Harrison Ford en su versión cinematográfica), lleva vendidos unos 25 millones entre sus 8 novelas, en las que siempre se destaca un abogado en el arte de desmantelar crímenes políticos que aparecieron antes en las noticias de los diarios de Estados Unidos.

Esta cercanía con lo que ocurre en la vida real, que el mismo autor resume como “fruto de la imaginación inspirada en hechos históricos, pero rara vez fiel a éstos”, adquiere una pequeña variación en Héroes corrientes. Porque esta vez los hechos transcurren en el marco de la Segunda Guerra Mundial del lado de los soldados americanos liderados por Patton en Normandía. Al abogado David Dubin (en realidad Dubinsky) se le ha ordenado investigar y arrestar al comandante Robert Martin, elegante, valiente y excéntrico espía de la Oficina de Servicios Estratégicos acusado de desobedecer órdenes y sospechado de actuar como agente ruso. Pero el leal Dubin no cumple su cometido. Sus extrañas razones que casi lo conducen a la pena de muerte por traicionar a la patria, están guardadas en un campo de concentración donde Dubin rescató a la mujer que luego se convirtió en su esposa. Esta trama que reconstruye (previa investigación consignada en las últimas páginas) diálogos y vida privada durante la guerra, comienza en el presente con lo que podría ser otra novela: el periodista desocupado Stewart Dubinsky asiste al entierro de su padre, el intachable David Dubin, quien ha sabido mantener en la oscuridad gran parte de su vida. La misma investigación que lo lleve a su padre y que lo saque de su horror a la página en blanco, enfrenta al lector con las paradojas, la doble moral, la dificultad de definir el bien y el mal cuando las variables son más ambiguas y complejas que la que muestran los manuales de uso.

Miembro de la casta a la que perteneció el abogado Erle Stanley Gardner, el creador de Perry Mason, Scott Turow escribió primero sus propias experiencias como estudiante de leyes. Se graduó en Harvard, trabajó en importantes bufetes de Chicago donde actualmente se desempeña como fiscal federal. Sus casos son sus libros y basa su destreza literaria en escribir sobre lo que sabe. No sólo de asuntos de derecho. Si Stewart Dubinsky avanza a partir de la pregunta “¿Quién era este hombre que fue mi padre?”, Turow lo consigna en la discreta dedicatoria de Héroes corrientes: “En memoria de mi padre”.

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