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Domingo, 18 de marzo de 2007

LIZ JENSEN

El niño silencioso

Algo habrá visto Anthony Minghella para abalanzarse sobre esta novela de Liz Jensen en pos de su adaptación al cine. Un niño en coma y un misterio familiar abonan un thriller ambicioso y logrado de a ratos.

 Por Mariana Enriquez


Las vidas de Louis Drax
Liz Jensen

Tusquets
301 páginas

Liz Jensen es una escritora muy particular. En sus entrevistas, admite que se siente mucho más europea que británica, es descaradamente profesional –sus cuatro novelas publicadas son muy distintas en temáticas y estilos, y admite que la variación a veces tiene que ver con cuestiones de mercado–, y reconoce sus falencias técnicas con un raro candor. Las vidas de Louis Drax, su última novela, llega con un antecedente apabullante: casi al momento de su publicación, el director Anthony Minghella (El paciente inglés, El talentoso Mr. Ripley) compró los derechos para convertirla en película. Así, se transformó en un gran nombre de un día para el otro.

¿Qué tiene Las vidas de Louis Drax para que un director tan reconocido la adquiera de inmediato? En primer lugar, es sumamente cinematográfica, y esto no en el mejor sentido. La premisa es inquietante, y establece un perfecto clima de thriller psicológico: un niño con problemas emocionales, propenso a los accidentes, cae de un precipicio en las montañas mientras está de picnic con sus padres. Por un tiempo considerable se lo cree clínicamente muerto. Pero Louis, de nueve años, vuelve a la vida, aunque no del todo: queda en un coma profundo, y debe ser trasladado a una clínica especializada en Provenza. Es verano, y las colinas alrededor del centro de salud arden; los helicópteros no dan abasto tratando de apagar los incendios forestales, y el doctor Dannachet se consume en una repentina pasión por Natalie, la joven madre de Louis, indefensa y siempre al borde de una crisis histérica. El padre, en tanto, está desaparecido; la madre lo acusa de haber empujado al niño por el barranco. Quizá, después del crimen, se haya suicidado.

La novela, entonces, se ocupa de desenredar la madeja, de saber qué pasó esa tarde, y qué pasaba en la vida de Louis cuando aún estaba en el seno de su familia. Y lo hace de dos maneras, una brillante, la otra decididamente floja o, mejor, apresurada. Hay dos voces narradoras: la de Louis y la del médico. El niño habla desde su coma profundo, y en este sentido la apuesta de la novela recuerda dos antecedentes ineludibles: la novela El curioso incidente del perro a medianoche, del británico Mark Haddon (un verdadero clásico, deslumbrante y conmovedor por donde se lo mire), y la no menos notable Desde mi cielo, de la norteamericana Alice Sebold. En la primera, el narrador es un niño autista; en la segunda, una niña asesinada. Y en la de Jensen, un niño comatoso. En todos los casos, niños silenciosos y silenciados, atrapados en su incomunicación, quizá una metáfora de la dificultad de relación con el mundo adulto, o de infancias abandonadas o maltratadas. Esta voz, la de Louis, es excelente: creíble –se trata de un chico caprichoso, algo insoportable, no de un niño-víctima ejemplar–, surrealista –las visiones de Louis en el coma son espeluznantes– y de verdad misteriosa, lejana. La del médico, en tanto, ayuda a que avance la trama del thriller: funciona como el detective de policial negro, con un toque forense al que se le agrega la pasión romántica y el amor por el trabajo. Y cuando en Desde mi cielo, por ejemplo, la voz de la niña muerta y la del mundo de la familia y amigos que dejó en la tierra se relacionaban con fluidez en un diálogo de gran belleza y pertinencia, aquí el choque, probablemente deseado por su autora para que la novela resultara un híbrido de surrealismo y policial con agilidad de best-seller, se convierte en efecto en un híbrido, pero demasiado mecánico: la narración del médico es predecible, también lo son sus emociones, y los personajes –él, la madre Natalie, la policía– resultan estereotipados –incluso peligrosamente en el caso de la madre, que bordea el lugar común cuando el misterio de su vida y su relación con su hijo se resuelve–. Jensen, en una entrevista, admitía que intentó escribir toda la novela desde el punto de vista de Louis, pero no pudo por una pura incapacidad técnica. Y eso se nota. De la misma manera, admitió que la otra cuestión algo forzada de la novela –situada en Francia, con personajes franceses que hablan en inglés, al modo de, una vez más, una película de Hollywood– se debió a que estaba harta de escribir sobre Inglaterra y por problemas económicos quería un público más amplio. Público que hoy ya ha conseguido. Y que se merece, porque a pesar de sus falencias, Las vidas de Louis Drax es una novela imposible de dejar de leer una vez comenzada, el personaje del niño es inolvidable y el rompecabezas psicológico –cuya solución no revelaremos, claro– es por lo menos arriesgado, y visita trastornos muy poco habituales en la literatura contemporánea.

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