libros

Domingo, 8 de junio de 2008

LINDQVIST

Cuenta conmigo

Un niño solitario y una niña vampira constituyen la singular pareja protagonista de una novela de terror a la sueca.

 Por Luciano Piazza


Déjame entrar
John A. Lindqvist

Espasa
455 páginas

John Lindqvist trabajó como mago y como stand up comedian antes de escribir su primera novela, Déjame entrar, publicada originalmente en 2004 en Suecia. Se convirtió en un referente de la nueva literatura de terror y desde entonces publica una novela por año. El suceso literario cruzó las fronteras, ha sido traducido a varias lenguas, y la crítica europea insiste en que encasillarlo en el género de terror le queda chico. Si bien sus novelas abordan el vampirismo, los zombies y otros personajes característicos del género, el rasgo distintivo es el tratamiento de lo extraordinario. Sí, el viejo truco de “lo siniestro” instalado en el entorno más familiar. Pero en el caso de Lindqvist, la vida en los suburbios y la del ciudadano medio sueco es otro tipo de siniestro que se acopla bien con el género.

Déjame entrar es un buen ejemplo de este ejercicio. Es el otoño de 1981 en Blackeberg, un suburbio de Estocolmo. Oskar es un niño de 12 años solitario, adicto a las golosinas y colecciona recortes de prensa sobre asesinatos atroces. En la escuela prácticamente no tiene amigos, y cuando se acercan a él es para pegarle y burlarse. A veces sucede que los solitarios quieren encontrarse y éste es uno de esos casos. Oskar encuentra compañía en una nueva vecina, Eli, cuya llegada coincide con una serie de extraños asesinatos. La historia de amistad y amor entre Oskar y Eli es de lo más atractivo de la novela. Dos preadolescentes solitarios, cuyos cuartos están separados por una pared y que para salir a jugar se comunican en clave Morse. Ella es una niña tan rara que nunca en su vida ha visto un cubo mágico. El lleva tanto resentimiento contra sus compañeros, que acuchilla árboles imaginándose que los asesina. No vale la pena omitir que Eli es un vampiro y, si bien necesita sangre para sobrevivir, encuentra en Oskar un compañero ideal para combatir sus longevos años de soledad.

El relato se aleja del cargado erotismo de las novelas de vampiros. Las escenas de violencia y pedofilia están retratadas dentro del aletargado ritmo a través del cual respira el pequeño suburbio de Blackeberg. Producto de la más fría y racional urbanística, sus edificios de hormigón color ocre fueron la esperanza para muchas familias en los ’50 cuando el proyecto estaba recién concluido: trabajo nuevo, prosperidad y una nueva comunidad. A Lindqvist, nacido en Blackeberg, le gusta retratar el coletazo social de aquella esperanza. La frialdad del proyecto urbanístico y la carencia de mitología son propicios para fusionar la novela de soledad y alienación juvenil con el clásico tópico del vampirismo.

Ese suburbio recordará a mucho lectores al pueblito de Salem’s lot de Stephen King. No tanto por la trama sino por la intención de llevar un vampiro a un pueblito contemporáneo en donde no pasa nada y, a partir de ese experimento, escribir la reacción de esos prototípicos habitantes alejados o marginados de los grandes centros urbanos. Déjame entrar entreteje las historias de un montón de personajes locales: borrachos, padres ausentes, abusadores, niños violentos. Todos ellos parecen estar en foco solamente para encuadrar la especial relación entre Oskar y Eli. A pesar de las traducción al español ibérico que pone una distancia, sobre todo en los momentos de mayor honestidad de los personajes, el niño maltratado y el vampiro solitario se transforman en una pareja inolvidable.

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