libros

Domingo, 6 de julio de 2008

GONZáLEZ

Como arena entre los dedos

La playa y los secretos adolescentes unifican una serie de relatos donde prepondera la memoria subjetiva.

 Por Luciano Piazza


Juegos de playa
Betina González

Alfaguara
158 páginas

Esta segunda novela de Betina González (después de Arte menor, ganadora del Premio Clarín), se propone desandar la trama de una misteriosa historia que vivió una niña mientras dejaba la inocencia de la infancia. Una niña que mira al hermano mayor para saber por dónde sigue el juego, una vez que los castillos en la arena ya son aburridos. El solo hecho de enunciar “juegos de playa” es una provocación a la memoria. La vana competencia en la arena suele ser una distracción pegada a otra distracción, armando una cadena de tiempo. A pesar de no tener propósito alguno, suele ser una marca de época en la memoria personal. En la nouvelle de Betina González, los juegos de playa son fundamentalmente las competencias entre una niña y su hermano mayor. Ellos se sirven de los juegos para hacer algo con el particular tiempo del verano que transcurre en los balnearios. Entre las carreras a nado para pasar la rompiente, las cartas y los juegos de mesa se encuentran con el misterio que desencadena la historia: un supuesto ex combatiente de Malvinas, ermitaño que apenas sale de noche acompañado de unos perros siberianos. La historia se va partiendo en cuatro para descubrir detrás del soldado a un mago, a un rengo y a un simple ermitaño en un balneario. La conciencia de la narradora nace junto a la más reciente democracia argentina, en el final de la dictadura. Allí sitúa el comienzo del relato, en la Plaza de Mayo, con la guerra de Malvinas vista desde la escuela y las revistas. Pero los referentes históricos y políticos se van diluyendo, la mirada de la niña se maravilla con el descubrimiento del ermitaño del balneario, y el relato decide entablar su propia competencia con la memoria personal más que con la memoria colectiva. El soldado y su hermano por un lado, y el mundo de los adultos por otro; entre ellos se configura el pequeño mundo que cabe en un balneario: la peleas con niñas locales, los escondites en una gruta para guardar lo más preciado, las amistades inolvidables que duran tres días, las pícaras aventuras que anuncian peligros reales.

Una voz aniñada se zambulle a recuperar una historia menor, un secreto preadolescente. Un relato misterioso se resuelve junto al pasaje de sus fantasías hacia una realidad más cruda, pero no por ello menos fantástica. El destino del recorrido es melancólico, cruzando el fructífero aburrimiento de los balnearios para armar un mapa de los secretos de su infancia. El tono, a pesar de ser vago como la imaginación de un niño, tiene una premeditada y compleja estructura narrativa. El encuentro entre ambos no es lo que se destaca. Cada tono funciona mejor por su cuenta. Lo más atractivo es el vaivén de la memoria entre los juegos de playa.

El libro cierra con Otros juegos, cuatro relatos breves que retratan personajes que siguen la temática de los recorridos de la memoria. Una niña en un barco que mira al océano hostil, un anciano abogado en Texas que divaga por las noticias cotidianas, un grupo de intelectuales que contemplan la extinción del mundo y una niña que sueña en dos idiomas. El punto de encuentro entre los juegos de playa y los otros juegos puede ser el intento de que el relato se arme desde lo que sabemos que se está silenciando.

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