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Domingo, 24 de agosto de 2008

HALLAZGOS

El revés de la trama

La edición facsimilar del Diario de Ricardo Güiraldes no es sólo un rescate importante para la literatura argentina, sino que en su estilo seco y ajeno a la literatura, con el que registra minucias intrascendentes, ejercicios respiratorios y un creciente interés en el yoga, permite asomarse al reverso exacto de su obra literaria.

 Por Mauro Libertella

Ante el diario de un escritor, siempre surge una pregunta fundante, a la vez ambigua y morbosa: ¿para qué lo escribió? La pregunta, aunque indecorosa, está hablando en el fondo de esa naturaleza mestiza e inclasificable del diario, que puede ser la continuación por otros medios de la obra ficcional, un laboratorio de experimentación con la palabra escrita, un lugar donde conjurar las más escandalosas subjetividades o todo eso junto. El diario de Ricardo Güiraldes, que registra entradas desde marzo a septiembre de 1924, es, en cambio, un rara avis total; una búsqueda desesperada por plasmar en papel el reverso exacto de una literatura, de una obra.

Güiraldes armó su Diario con frases cortas, secas hasta lo insoportable, directas como tajos en el ojo del lector. La decisión no parece ser azarosa, y el propio Güiraldes deja entrever la idea de que el Diario le va a servir como el lugar desde el que se le puede dar la espalda a la literatura, si es que eso es posible. En ese sentido, es como si el Diario estuviera hecho de todo eso que en una vida se pierde (una ducha, un mate en la cocina de abajo, un partido de bochas), en oposición a la obra, que es aquello que perdura, el legado. De este modo, las apreciaciones literarias y las cuestiones del oficio de escritor son prácticamente nulas. Cuando Güiraldes lee un libro, sólo menciona el acto de lectura, como algo que se justifica en sí mismo, sin incurrir en la valoración del libro: “Leído algunos capítulos de Ainsi va tonte chair hasta las tres de la mañana. Concluido el libro”. Eso es todo, no hace falta decir más. Como si el uso de un Diario para depósito de teorías e ideas personales fuera un despropósito o una vulgaridad.

Hay escritores que tienen con su diario una relación tensa, a veces obsesiva y a veces de rechazo, y que se le resisten por meses o incluso años. La relación de Güiraldes parece ser más metódica, y escribe en él absolutamente todos los días, entradas de un tono y una longitud muy similar entre sí, como si en esa recurrencia se escondiera alguna forma de la elegancia. En algún momento, ese ejercicio de lo pulcro y de la ascesis, esa búsqueda del grado cero de la escritura que es el Diario de Güiraldes se detiene y anota: “Resuelvo anotar menos en este diario, los hechos generales. Referirme a mis ejercicios, estado de salud, trabajo literario y pictórico y prácticas yoguis”. A partir de entonces, las cosas se vuelven todavía más raras, e irrumpe con todo su peso específico lo que podemos llamar el fantasma espiritual que pareció pender sobre la vida de Güiraldes. Los ejercicios diarios de respiración se empiezan a precisar con espeluznante detalle, y los mantras lo invaden todo. Curiosamente, ese es el momento en el que la literatura, que había estado neuróticamente silenciada, empieza a despuntar, agrietando los sólidos muros detrás de los que estaba sitiada. Las referencias son parcas, pero aparecen: “Esto me podría servir para Don Segundo Sombra”, suele repetir. Lo que es claro es que el de Güiraldes no es un diario sobre literatura. Tampoco es un diario en donde el escritor haya volcado preocupaciones personales, ni políticas, ni laborales. Esa imposibilidad de definirlo hace de este libro un rarísimo ejemplar, al mismo tiempo histórico y desencajado del tiempo, paradigmático y único.

En algún momento del Diario, con esas frases cortas que son a la vez el estilo y el concepto del libro, se puede leer: “El día de hoy me debe servir de ejemplo como desperdicio”. En el hermetismo de esa frase, en su ambigua interpretación, se puede pensar al Diario todo. Esa idea de armar una vida a partir de los desperdicios, de esos restos que no entran en los cánones de una Obra, con mayúsculas, es el eje medular de esta rareza. El libro se enriquece, además, con la preciosa edición facsimilar del diario completo. Un ojo arqueológico y fetichista podría ver en esas letras toda una estética: las hojas rayadas, la letra levemente inclinada hacia la derecha, como mirando siempre hacia un futuro impreciso donde lo espera la escritura de ficción.

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