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Domingo, 1 de noviembre de 2009

¿Y a usted, Alejandra, qué le parece?

La obra en prosa y poesía de Alejandra Pizarnik es objeto de una investigación psicoanalítica que la coloca en un rol pionero respecto del análisis a partir del lenguaje.

 Por Gabriel D. Lerman


Alejandra Pizarnik,
maestra de psicoanálisis

Por Marcelo Percia
Alción Editora
99 páginas

Aquí, en este libro, Marcelo Percia regresa a una escritura psicoanalítica por momentos perdida, caída en desuso: una escritura que ejercita la lengua ensayística, en la mejor tradición freudiana. Contra la adecuación al decir institucional, tampoco estamos ante un ejercicio de surrealismo. El ensayo psicoanalítico recupera con Percia el despliegue de su persuasión, su carácter de narración clínica, poética del alma. En Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis, Percia no emprende un libro sobre la poeta argentina sino sobre la escritura de una mujer cuya reflexividad puede interesar al psicoanálisis. Se trata de una obra que, por su condición de ensayo psicoanalítico y por su protagonista, reclama de inmediato dos tipos de lectores. El especialista de la cura por la palabra, el que sabe escuchar, por un lado. Y el que trabaja con la palabra en tanto creador, es decir, el poeta y el escritor, por otro. Pero vale decir que Percia convoca directamente al amante de la poesía de Pizarnik. Al seguidor, al que la conoce por sus palabras, por cada pieza hecha palabra. Por la oscuridad de esa palabra siempre en el encuentro de los vientos de la noche y una luz, como esas de mercurio encendidas con intermitencia. Percia piensa lo que tal vez ella pensó y dejó escrito, el abordaje intenso, el testimonio de una palabra que nombra para existir, que no repite porque dice por primera vez, sin buscar el dolor y la condición humana sino encontrándolos.

Percia considera a Pizarnik como la primera analizante en castellano, porque es la primera escritora que se piensa y se escribe en nuestro idioma. Ella le dedica a Enrique Pichon Rivière un poema que se llama “La celeste silenciosa al borde del pantano”. En las últimas líneas concluye: “Soy tu silencio, tu tragedia, tu veladora. Puesto que sólo soy noche, puesto que toda noche de mi vida es tuya”.

En un libro anterior, El ensayo como clínica de la subjetividad, Percia convocaba a escritores y psicoanalistas a reflexionar sobre la experiencia del narrar, del narrarse como imposibilidad del desenvolvimiento, como posibilidad al menos en parte de rozar una verdad. En uno de los trabajos, el psicoanalista Daniel Rubinsztejn advierte que la escritura fragmentaria no es facilidad de un relato averiado. Tampoco licencia para contar algo que viene en episodios. Rubinsztejn piensa que se inventa un saber fragmentario porque el fragmento es inteligencia que afirma sin concluir, sin resolver. Los blancos, entre fragmentos, recuerdan el silencio de lo impensable. El ensayo transita lo que no puede decir, y señala que en un análisis, a veces, sucede algo semejante a la escritura: “Los cuerpos se cuelgan de las palabras, como novias del brazo, que invitan a caminar”.

El libro de Percia reclama una larga vida, una ulterioridad de esas que impregnan y rebotan. Por momentos tiene cosas del Van Gogh de Antonin Artaud, ese libro precioso y trágico donde las palabras, precisamente las Cartas a Théo, recuperan una intensidad, son reinterpretadas y elevan a Vincent a un rango superior entre los artistas modernos. Había algo más para decir sobre Pizarnik, y Percia lo trajo.

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