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Domingo, 27 de diciembre de 2009

Poesía eres tú

A veinte años de su aparición y, sobre todo, de una presencia que no terminó en el canon o el catálogo, se puede seguir hablando y también apelando a “la poesía de los ’90”: revistas efímeras y no carentes de lazos amistosos, alcohólicos y bohemios, poetas claves y muchos otros aún desconocidos fuera de los pequeños círculos, editoriales propias y pioneras de los pequeños formatos que hoy hacen furor, galerías de arte y casas de regalos que se erigieron en centros de moda y estética atravesaron los años fuertes de una década que aún adeuda sus balances. A punto de clausurar la primera década del siglo XXI, se esboza aquí un panorama de los últimos poetas del siglo XX.

 Por Mercedes Halfon

Algunos Iconos de la poesia de los ’90: Oda, de Fabián Casas, editado por Tierra firme; La remera del sitio Poesia.com; un ejemplar de la revista Nunca nunca quisiera irme a casa; una foto tomada por Timo Berguer con Fernanda Laguna, Suni, Damián Ríos, Cucurto y Casas; el primer número de Dieciocho Whiskys; Punctum, de Martín Gambarotta, editado por Tierra Firme.

Hace pocos meses una nueva antología irrumpió en librerías y suplementos culturales. Esta vez no venía de la mano de un joven narrador, o un despierto cronista, sino de una estrella de Hollywood. Una rareza total: Viggo Mortensen, el Señor de los Anillos, prestaba su mano repleta de idems para sacar a la luz de los flashes a un puñado de poetas que venían batallando desde la década anterior, más bien en penumbras. Una vez más se ponía sobre el tapete la poesía de los noventa. Una vez más la fantasía de la visibilidad parecía flotar sobre la poesía contemporánea argentina, y con eso renacían las preguntas que nunca obtuvieron respuesta definitiva: ¿Existe algo llamado generación del ’90? ¿Quiénes la integran? ¿Esa generación es el canon de la poesía actual? Y si es así, ¿por qué tantos de sus nombres aún permanecen bajo un manto que sólo los iniciados logran descubrir?

La selección del libro mencionado, Antología de la nueva poesía argentina, estuvo a cargo de Gustavo López, agitador cultural bahiense y director de la editorial Vox, acaso la más prestigiosa de poesía actual. Hay que decir que ésta no es la primera vez que se antologa a los poetas contemporáneos; hubo otros compilados que la antecedieron, a mediados de los ’90 y a principios de 2001. Con algunos nombres repetidos y otros que se fueron sumando, estas antologías siguieron la línea ensayística por un lado, con prólogos que fueron avanzando en el terreno de la hipótesis, la nomenclatura y el de la producción por otro, siguiendo la línea que se iba trazando y diversificando al calor del trabajo de los poetas y los cambios del país.

Aqui estan, estos son

La poesía del ’90, lo que ahora puede verse como una gran oleada de chicos y chicas que hacían un uso de la palabra diferente del de la década anterior, podría definirse a muy grandes rasgos como: de un lenguaje coloquial, barrial inclusive, casi siempre degradado, muy pegado a los objetos, poco proclive a la abstracción o la metafísica, desinteresada en demostrar alguna clase de saber cultural, desinteresada en sí, apática, escéptica y antiprogresista, pueril, puerilidad desarrollada en muchas oportunidades desde una perspectiva kitsch, mezcla de la alta y la baja cultura, antilírica en su mayoría. Las líneas que pisaron más fuerte fueron el objetivismo, proveniente de la lectura fanatizada que se hizo de muchos poetas norteamericanos –fundamentalmente Williams Carlos Williams–, y el neobarroco, retomado de la poesía argentina de la década anterior pero modificado: de corrosivo y gay –Néstor Perlongher y Osvaldo Lamborghini– pasó a ser femenino y pop.

Para la mayoría de los involucrados, los ’90 tuvieron dos momentos: uno primero integrado por los creadores de la revista 18 whiskys y otros poetas que andaban cerca. Los poetas y críticos Daniel Helder y Martín Prieto fueron precursores, pero sin duda integrantes de esta primera camada. Según el poeta Martín Rodríguez, “la banda de los 18 whiskies cocinaron la mitad de la década, y aparecieron los de la segunda mitad de la década con, entre muchas otras cosas, una relación diferente con la política. La primera mitad de los ’90 fue hija del desencanto alfonsinista y vivía refugiada de la aurora económica de aquellos primeros años ’90, con enormes poetas como Fabián Casas, Laura Wittner y Daniel Durand”.

La primera antología que reunió a algunos de estos poetas fue Poesía en la fisura, realizada por Daniel Freidemberg para Ediciones del Dock en 1995. Fue pionera en todo sentido. Un poema incluido en este volumen que sirve como muestra del primer momento es “Paso a nivel en Chacarita”, de Fabián Casas, perteneciente a Tuca (libros de Tierra Firme, 1990): “Los chicos ponen monedas en las vías/miran pasar el tren que lleva gente/hacia algún lado/Entonces corren y sacan las monedas/alisadas por las ruedas y el acero;/ se ríen, ponen más/sobre las mismas vías/y esperan el paso del próximo tren. Bueno, eso es todo”.

Renovacion y cambio

Una segunda oleada de poetas empezó a circular a mediados de los noventa a partir de una dinamización y diversificación de los espacios de producción e intercambio: la lectura de poesía La voz del erizo, coordinada por Delfina Muschietti en el Rojas, La yilé en el Tobogán que hacía Rodolfo Edwards en San Telmo, que después decantó en la revista La novia de Tyson, el peso del Diario de Poesía y su legitimación de poetas a través de su premio que fue otorgado a pesos pesado de esta generación, Martín Gambarotta primero, Santiago Llach y Cucurto en la segunda edición; los talleres de Daniel Helder y Arturo Carrera, la aparición de la regalería Belleza y felicidad, epicentro de poetas, artistas visuales, músicos, la antología Monstruos (2001), realizada por Arturo Carrera, el nacimiento de Editorial Siesta, dirigida por Marina Mariasch y Santiago Llach, y Del Diego, la creación de revistas como la Vox en Bahía Blanca, y muchas otras variables difíciles de estimar y precisar por su pluralidad y fugacidad.

Dice la poeta y traductora Cecilia Pavón: “Nosotros íbamos de Belleza y felicidad al Rojas, a Zapatos Rojos, a las lecturas que hacían en la plaza que está en Córdoba y Anchorena, y lecturas en cualquier lugar, por ejemplo en una pista de patinaje en Belgrano donde se presentó la revista Nunca nunca quisiera irme a casa, de Gabriela Bejerman y Gary Pimiento”. Marina Mariasch recuerda: “Al principio íbamos al ciclo que organizaba Delfina Muschietti, que era una vez por mes, al Yacaré Cumbiao, tiempo después Maldita Ginebra y pará de contar. No había más”.

En relación con este segundo momento, con el primero y lo que se iba modificando con el correr de los años, dice Alejandro Rubio: “La pelea era interna. Era contra la onda y el tipo de poema que promovían los Whiskies. Ese poema cortito, narrativo, púdicamente sentimental, ¿viste? Y esa onda apolítica insoportable”. Un pequeño poema de Rubio ilustra esa idea: “Junto a la cama un orinal/un libro de Mao en la repisa/y en la cabeza una divisa/nunca votar a un radical”. Esto tenía matices. Martín Gambarotta, por su parte, agrega: “Escribía en contra de los lugares comunes políticos. Escribía en contra de las frases instaladas del tipo ‘los exiliados se paseaban por Roma y París’ y ‘acá se mandaron jóvenes a la muerte’”.

Algo clave de la década –que habría que dejar avanzar unos años sobre el 2000 para ser justos con la idea de “generación”– y que abarcó a todos los que escribieron poesía en ese entonces, es la relectura que se hizo de la literatura argentina y latinoamericana tanto en narrativa como en poesía y la creación de otro posible canon. Un canon personal y joven, una especie de reordenación a contrapelo, de adelante para atrás. Dice el poeta y editor Damián Ríos al respecto: “Me parece fundamental la relectura que hicieron muchos poetas de autores como Zelarayán, Joaquín Giannuzzi, Arnaldo Calveyra, Andrés Caicedo, que en aquel momento circulaban casi exclusivamente en fotocopias y hoy se puede acceder a ellos a través de obras reunidas”. Justamente, hace muy poco Adriana Hidalgo publicó la obra completa de Calveyra y Juana Bignozzi, Argonauta la de Zelarayán. Según Ríos: “Los poetas que escribían en los ’90 tenían una agenda, una serie de autores para poner sobre la mesa. Comparando eso con la pereza intelectual de ciertos narradores “jóvenes” de la época, que proponían a Hemingway o Carver como modelos de escritor, bueno, es medio triste el panorama”.

Las “influencias” eran múltiples y particulares para cada poeta. Para Juan Desiderio, por ejemplo: “El rock argentino de toda la década del ’70. La psicodelia inglesa, vino tinto, whisky y embriagantes varios”. Para Gambarotta: “Al escribir Punctum: Pound, el maestro Lamborghini, ese tipo de cosas. En Seudo, las conversaciones con Fogwill”.

Diversidad, vivacidad

Los poetas de los ’90 siguen escribiendo, otros más jóvenes han surgido de sus propios talleres o de cualquier lado. Aunque todavía el término es conflictivo y hay quien duda de la existencia de tal generación. Ezequiel Alemián por ejemplo, poeta nunca antologado y sin embargo fundamental: “La primera vez que supe que existía la categoría ‘poesía de los noventa’ fue cuando me enteré de que en el Rojas iban a presentar un libro sobre ese asunto. Me sorprendió un poco, quedé medio descolocado. ‘¿Poesía de los noventa?’, me dije. ¡Ah, qué bien! Y me pregunté: ‘¿En qué estuve pensando en vez de pensar en eso?’. Hay una cierta incomodidad de colocar todos juntos a poetas tan diferentes y ponerles un nombre que vendría a decir que eso de algún modo terminó.

Aun así hay un legado. Lo que hoy puede verse como un campo literario más horizontal y furiosamente vivaz que en otros momentos, o cómo la literatura encuentra modos de apropiación más inmediatos por parte de los jóvenes que escriben, tiene que ver con esto. La cantidad inconmensurable de editoriales independientes que han nacido en todas ciudades argentinas en los últimos años y de la que da cuenta la FLIA, el festival de poesía Salida al Mar, las lecturas de poesía y narrativa que se hacen todas las semanas en Buenos Aires, y mucho más. Como dice Juan Desiderio: “Veo un legado noventista en la confraternidad que cada vez se genera con más intensidad, con artistas jóvenes. La poesía está insertándose con rapidez, en nuevas redes de arte, donde conviven en eventos subterráneos. El legado se ve en la acción”.

Si hay que encontrar una respuesta al resurgir de la actividad literaria por fuera del mainstream, a la ampliación del “público escritor” –el lector sigue siendo un misterio para los poetas– no hay que pensarla primero en la aparición de, por ejemplo, el formato blog. Hay que encontrarla en la poesía de los noventa.

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