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Domingo, 10 de enero de 2010

6 intentos de escribir sobre Oscar Masotta

Introductor de la obra de Lacan en castellano, lúcido lector de Roberto Arlt en pleno borgismo y personaje clave en la formación de toda una generación, desde hace años la figura de Oscar Masotta pertenece al ámbito de las mejores leyendas orales de la intelectualidad argentina y a la vez se trata de un autor cuya obra parece siempre estar a punto de revelar su oculto secreto. Guillermo Saccomanno aborda su producción interrogando la posibilidad de hablar del escritor despojado de la armadura de su propia leyenda.

 Por Guillermo Saccomanno

1 ¿Por qué no considerar estas anotaciones sobre Oscar Masotta escritor a la manera de sus “Seis intentos frustrados de escribir sobre Roberto Arlt”? Si algo obliga la imitación, es pensar desde el otro su voz. Pero, ¿en qué consiste la frustración de escribir sobre Masotta? En principio, en que no parece haber únicamente un Masotta sino varios. Pocos escritores se han buscado en expresiones tan diferentes y a la vez tan complementarias. Como un detective de sí mismo, Masotta se subyuga por un género, una corriente de moda y, cuando cree haber dominado su mecanismo, al igual que el chico que desarma un juguete (¿rabioso?) lo vuelve a armar, lo abandona y pasa a otra cosa. En su Introducción a la lectura de Jacques Lacan pone su propia escritura en entredicho: “Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música y una nota periodística, no se puede pretender que el resultado sea un libro. Pero para una época donde no sólo en las policiales de Raymond Chandler los editores son tanto o menos burgueses que los escritores, lo que hace un libro de un libro es el hecho de su impresión más su diferencia con otros libros. He aquí un ejemplar raro de esa ave vulgar, lector. Todo aquí es diferencia. Un autor sospechoso que escribe sobre temas de psicoanálisis sin ser un psicoanalista, un libro escrito en el español del Río de la Plata y que no intercambia casi una palabra en común con otros libros escritos sobre el tema escritos en el mismo español, un texto que repite y transforma el texto de un autor europeo sin dejar de avisar al lector que ahí donde se repite tal vez traiciona y ahí donde transforma no es sino porque quiere repetir”.

¿En qué consiste ser un autor sospechoso? ¿No lo era acaso, en su tiempo, Freud, lector de Conan Doyle? ¿Cuál es la culpa que debe pagar el sospechoso de sí mismo? Lacan pudo insinuarlo: quienes mejor lo comprendieron no provenían del psicoanálisis. Uno de sus amigos fue Simenon. Parafraseando, a esta altura me pregunto, además de las relaciones entre escritura como cuestionamiento y delito, si esto que escribo no debería llamarse “Introducción a la lectura de Oscar Masotta”. En una de esas, este es el camino. Imitar un estilo puede ser también comprender qué le pasa por la cabeza a uno mientras escribe esto o aquello, “esto” que en Masotta es y no es escribir, “aquello” que parece engañosamente no ser literatura –al menos en un sentido ortodoxo– pero que en Masotta siempre es literatura. Un ejemplo: ¿acaso la historieta no le resultaba “literatura dibujada”? De ser así, si todo en Masotta es hacer literatura, se debe a que nunca dejó de ser escritor, de pensar como piensa un escritor, acercándose y a la vez distanciándose del fenómeno que quiere captar. Soy consciente de que plantear “Masotta escritor” puede ir contra los intereses de quienes pretenden reducirlo al campito de estudios lacanianos. La pregunta sobre la frustración que formulaba al comienzo: ¿cuál es la obra que prueba que Masotta es escritor? ¿Cuál es, digamos, su gran novela, su cuento memorable, ese ensayo voluminoso y definitivo? Pero, ¿qué quiere decir definitivo cuando se es consciente de la transitoriedad? ¿Y si la gran novela de Masotta fuera su vida? No hay en Masotta géneros, por diferentes que parezcan, compartimentados. Todo tiene que ver con todo. Y todo con uno. Digamos: una escritura en la vida. ¿Y si su cuento memorable fuera apenas una crispada semblanza autobiográfica? ¿Y si su gran ensayo fuera una compilación de sus escritos centrados en intereses siempre cambiantes que, en esa mutación constante, permiten atisbar una coherencia que incomoda al crítico académico? Falta una edición completa de su obra, es verdad, para comprobar esta presunción.

Oscar Masotta, Carlos Correas y Juan JosE Sebreli

2 Hace unas semanas Diego Caramés y Gabriel D’Iorio me acercaron el recién impreso Nro. 3 de la revista que hacen: El río sin orillas. Es una revista libro. Y se edita una vez al año. Exquisitamente diagramada, con una presentación cuidada, integra artículos sobre filosofía, cultura y política. En el Nro. 3, la sección Archivo, a cargo de Mariano Dorr, se publican de Masotta Los muertos (fragmento de una novela) y Reflexiones sobre la historieta (introducción a Técnica de la historieta, publicado por la Escuela Panamericana de Arte. Como no se conoce ficción de Masotta, me llamó la atención el fragmento de la novela. También la propuesta de Dorr: “Arrancar a Masotta de donde estaría introducido. Arrancarlo de la historia (del psicoanálisis, de Contorno, del Di Tella) para contar una historia, la suya”. Pero, pregunto, ¿se puede aislar a Masotta de su itinerario y el correspondiente contexto sociopolítico de las publicaciones en que interviene? ¿Sin Contorno, sin el psicoanálisis? Se trata de hitos y contextualizan. Lo que no significa que no concuerde en lo que –me da la impresión– Dorr insinúa, y redondeo: extraer a Masotta de una esclerotización institucional en la que, además de no encajar, de estar vivo, putearía. A la vez, es cierto, se dirá que mis conocimientos de la fenomenología sartreana, la semiótica y los presuntos misterios del hermetismo lacaniano son insuficientes y me restan autoridad para meterme en esta cuestión. Me atajo desde Masotta: “Yo de psicoanálisis no sé nada, o sé tan poco que lo que sé puede leerse en cuatro libros de Freud, pero eso sí, aprendí a odiar. Lo mejor que tengo ahora son mis odios”. Gesto arltiano el de Masotta al enunciar un conocimiento escaso del psicoanálisis que más tarde sería su objeto de investigación, ocupándolo desde los casi ‘70 hasta su muerte en Barcelona, en 1979.

Arlt y Masotta constituyen una relación visceral padre/hijo. Una herencia. El padre auténtico de Masotta no sería, desde esta perspectiva, el genético, aquel que le dio un nombre, un apellido y le asignó un destino que sería burlado, sino aquel otro, el literario, padre adoptado por el escritor. Su padre entonces, ya que de literatura hablamos, es electivo y es literario: Arlt, digo. Aunque sostuvo que, al escribir su ensayo Sexo y traición en Roberto Arlt, no pensaba en Arlt tanto como en Sartre escribiendo sobre Genet. Como Masotta no se queda quieto, traiciona. Quienes lo siguieron en lo sartreano serán traicionados por su descubrimiento de Lévi-Strauss, quienes lo adoraron en la modernidad del pop art, serán traicionados por su hallazgo de Lacan. La traición deviene entonces, al modo siempre arltiano, su coherencia. Nunca volverá donde lo estaban esperando. Nunca volverá atrás.

3 Busco explicarme: Roberto Arlt, yo mismo, insular dentro de la multifacética obra de Masotta, entrevero de autobiografía intelectual y confesión pública, me ha parecido siempre uno de los más desgarrados autorretratos de nuestra literatura. Se me puede cuestionar lo que digo, pero es indiscutible que en su brevedad, por su consistencia dramática y espesor ideológico, se manifiesta como escritura de una dialéctica que atraviesa nuestra literatura desde “El matadero” hasta la actualidad: violencia y política. Roberto Arlt, yo mismo es la presentación escrita de Sexo y traición en Roberto Arlt. El texto fue escrito en 1965 y recopilado recién con el ensayo sólo en la edición de Sexo y traición... de Centro Editor de 1982. Es una falta que no se volviera a publicar hasta hace poco y que iluminaría algunas de las situaciones que acá intento esbozar. Todas en torno de un propósito: “Masotta escritor”. Masotta cuenta en esta presentación sus procedimientos para hacerse escritor: un grueso cuaderno Avon, la manipulación de las palabras, una experiencia del mundo y un contenido siniestro. “Esto significa: que quería ser escritor y que, cuando intentaba hacerlo encontraba que no conocía ninguna palabra, por ejemplo, que sirviera para distinguir el estilo a que pertenecía un mueble. Y tampoco conocía el nombre de las partes de un edificio. Si el personaje de mi novela bajaba por una escalera, y apoyaba una mano mientras lo hacía, ¿dónde la apoyaba? ¿En la ‘baranda’ o en la ‘barandilla’? Y si el personaje miraba a través de un balcón, ¿cómo nombrar a los ‘travesaños’ del balcón? Travesaños, simplemente. O tal vez ‘barrotes’. Pero me perdía entonces en el sonido material de las palabras y me parecía grotesco y desmesurado, por ejemplo, llamar ‘barrotes’ a esos ‘travesaños’. Y si me decidía por la palabra ‘travesaños’ me parecía de pronto pobremente descriptiva para contentarme con ella. Si mi personaje debía caminar por la calle, y creía imprescindible envolverlo en la atmósfera propia de un determinado momento del día, había que decir ‘que caminaba bajo los árboles’. ¿Pero qué árboles? ¿‘Pitas’ o ‘cipreses’? ¿Se dan cuenta de la locura? Lo siniestro era el descubrimiento de aquel idiotismo. Yo, seguramente un idiota mental, pretendía escribir. Tenía miedo.”

No obstante, Masotta terminó esa novela. El fragmento recobrado ahora por El río sin orillas fue publicado originalmente en la revista Centro de la Facultad de Filosofía y Letras en 1954. Y está dedicado a David Viñas, por entonces amigo y compañero de Masotta en Contorno, el grupo político y literario que cargaría contra el establishment cipayo/tilingo (léase La Nación, léase Sur) y practicaría, además de una revisión no xenófoba del peronismo, el rescate tajante de Roberto Arlt. De este período son afiladísimos los pequeños ensayos de Masotta sobre el platonismo en Güiraldes o el antiperonismo colonialista en Sur más tarde republicados en Conciencia y estructura. El fragmento de Los muertos describe dos escenas de cuartel. El primer bloque cuenta una típica escena de sometimiento, un sargento bailando cuarenta reclutas, ensañándose con un conscripto del interior. Masotta pone el foco en los cuerpos, en la tensión y su jadeo. El segundo lo protagonizan dos soldados, Martín, un muchacho pequebú, que fue separado del PC, y Benasar, un universitario de derecha. En un descanso, mientras fuman, conversan sobre el país y la política. Benasar dice: “El argentino es el prototipo del hombre sin heroísmo”. Aunque proviene de la izquierda, Martín “no estaba en desacuerdo con todo lo que Benasar había dicho, pero conocía. Conozco: las palabras de la verdad o de la semiverdad en cualquier boca pero sin uso posible”.

masotta y sebreli

Masotta termina esta novela antes de los veinticuatro años. Todavía gobierna el peronismo. Y Masotta, junto con Carlos Correas y Juan José Sebreli, son atraídos por el lado popular del peronismo. Si publicaba su novela a los veinticuatro, imaginaba Masotta, superaría a Faulkner. No obstante, no la publica. Una hipótesis: la dedicatoria a Viñas revela, además de una amistad y cofradía en Contorno (junto con Rozitchner, Alcalde, Halperin Donghi y Jitrik entre otros), un oficio narrativo común, aunque más endeble en Masotta. A Masotta le costaba esa escritura que en Viñas se manifestaba con plasticidad y soltura. En mi opinión Masotta no publica porque se percata de que no hay novedad en lo que cuenta y como lo cuenta: ya lo contó Viñas. El dilema en Masotta no es tanto si baranda o barandilla sino un deseo de originalidad. Pero, además de Viñas, como antes de Viñas están Hemingway y Dos Passos, antes de Masotta está Sartre. Por cierto, el fragmento respira un aire del Sartre novelista. En este punto, una vez escrita su novela, una vez leída y repensada, aborta. Masotta debió percibir –además de que Viñas le había ganado de mano– que sus palabras ya habían sido usadas. Es en este punto donde, al no publicar, se llama a silencio como narrador. Quizá será para muchos un psicologismo juzgar este silencio inicial como un anticipo del que padecerá intelectualmente a raíz de una depresión tras la muerte de su padre. Dos silencios que a su vez derivan en un silencio mayor, cuando ya de vuelta de todo, en los ‘70 termina padeciendo una sordera progresiva. En síntesis: un escritor que viene de Floresta y ha participado del barullo de la modernidad en Plaza San Martín desemboca en el silencio de los grupos de estudio y la escucha del paciente, ese otro, mientras su sordera avanza implacable. Una interpretación: Masotta hace su sordera para escuchar/se mejor. Pero, ¿se puede curar si se prescinde de la palabra del otro? ¿Por qué no pensar esta situación como un koan? Cura, escribí. Pero, ¿de qué cura hablamos bajo el capitalismo?, nos interroga el Masotta sartreano. Y se dará cuenta, también en este punto, de la imposibilidad de una “salud mental” bajo un sistema enloquecedor. (Como maestro reconocerá únicamente a Enrique Pichón Rivière, quien se había animado a descender a la miseria de la locura, hundir su “ciencia” en el barro de la historia a la vez que escribía sobre Lautréamont.) Acá, de nuevo, un eco sartreano. Me atrevo a conjeturar que, en el fondo, Masotta nunca renegó de su formación sartreana. “La enfermedad mental es inútil”, dice en Roberto Arlt, yo mismo. Lo que prenuncia, a lo Foucault, qué loco es aquel que no produce. Masotta, curado presuntamente de su angst, se lanzará a una producción intelectual frenética. “Los libros me salvaron”, había dicho.

4 Una novela y una nouvelle dan cuenta de lo que va desde el Masotta pibe al Masotta exilado en Barcelona introduciendo a los “gallegos” en los arcanos del psicoanálisis. Aunque ambos relatos tienen forma de ensayo, si se está interesado en comprender la evolución del Masotta que deja afuera el dogmatismo de su discipulaje, es decir, el hombre literario, habrá que recurrir a estos dos textos: La operación Masotta de Correas y El joven Masotta de Sebreli. Se trata de dos cantos de amor perdido. Ambos relatan que Masotta coqueteaba con la homosexualidad. Sebreli se enamora de Masotta en el colegio, se prenda de un pibe bello y malvado, de guardapolvo, que toca Gershwin en el piano durante un recreo. Pero Masotta lo ignora. Recién años más tarde, en Filosofía y Letras, Masotta reparará en Sebreli al advertirlo leyendo Proust. Ya en esta época Masotta es amigo de Correas, no menos seducido por un Oscar compadrito que imita a James Dean y Marlon Brando, les copia el look, y cuando descubre al Belmondo de A bout de soufflé, abrocha definitivamente una imagen deseada y deseable: cierto desaliño al ponerse el saco, el cigarrillo permanente, una sonrisa que oscila “entre la pena y la nada”. Se conforma un triángulo donde menudean lecturas avant-garde, cartas y maledicencias. Correas no deja de apuntar el rencor de sentirse a menudo despechado por este Masotta que se pasea canchero por la facultad en impermeable y bluejeans. Si el modelo que acuña Masotta es Belmondo, por qué no pensar la relación del trío cinéfilo, según los enamorados de Oscar, como un Jules et Jim gay. Ambos coinciden en señalar que ese elegantísimo traje que Masotta viste en el sepelio de su padre, donde los parientes deben arrastrarlo hacia el ataúd, ese traje cruzado lo obtuvo prometiéndole favores sexuales a un compañero de la colimba, favores que dejó incumplidos. Su experiencia homosexual, como demasiado, habría sido dejársela chupar una vez por una marica. En cuanto a lo literario, en este período de iniciación Masotta se jacta de escribir páginas y páginas sin un nombre propio. Sebreli le acusa, al espiar su biblioteca, la inestabilidad y el capricho: la mayoría de sus libros tienen subrayadas apenas las primeras páginas y el resto permanece sin abrir. Punzante y sombrío el relato de Correas (quien también ha escrito sobre Arlt), roza la canallada al narrar un Masotta ambiguo, nocturno, viajando entre pesados en un auto, “secuestrado santón” o “jefe mafioso”, en tiempos de las Tres A, frente a una librería de la avenida Santa Fe. Más contenido, Sebreli evoca un Masotta juvenil, con quien compartió, como Correas, una correspondencia abundante, una suma de lecturas, la marca de Les Temps Modernes. Sebreli, a diferencia de Correas, prefiere recordar “un amigo olvidado, íntimo, secreto, desconocido para sus amigos tardíos que ya no fueron mis amigos, un Masotta vuelto hacia mí”.

5 El mito Masotta no defrauda a quien busca un personaje literario en extremo. No es desatinada la idea de Dorr: la historia de Masotta merecería ser historietizada. Un escritor, se dirá, que se preocupó, en ocasiones, por ser más un personaje real que crear uno en la ficción. Y acá habría que ver cuál es el Masotta real: ¿el de los actos, el autor de sus escritos o el mitológico? Masotta docente, en una escuela, pidiéndoles a sus alumnos una composición: “Perón o Dios”. Cambiando de aire, mozo en un restaurante cordobés. El acercamiento a Puiggrós y Clase obrera: la comprensión del peronismo. Estudiante que desafía desde el autodidactismo el pensamiento académico (su cruce con Verón, quien lo descalifica por falta de rigor, aunque más tarde volverán a cruzarse y, más acá, Verón lo recordará con admiración). Masotta “enloqueciendo” tras la muerte del padre, intentando un suicidio en el que combina ahorcarse, cortarse las venas y empastarse, todo al mismo tiempo, rescatado mediante un lavaje, como cuenta Jorge Lafforgue. Masotta, botella de ginebra por día. Masotta turbulento en una pasión desenfrenada con su tormentosa pareja, Reneé Cuellar, alimentando un cocodrilo bajo la cama. Masotta enfant terrible del Di Tella. Masotta en New York propulsando a Julio Le Parc, Marta Minujin y Luis Felipe Noé.

En esa época, donde mucha polémica se dirimía a las trompadas, Bioy Casares registra en su Borges el temor que inspiraban en los plumíferos los hermanos Viñas, capaces de sacudir a quienes se les oponían. Una época donde las palabras y los actos no se diferenciaban o, mejor dicho, las palabras impulsaban a la acción. Acá, Masotta trompeándose con Abelardo Castillo a partir de la crítica que le disparó en El escarabajo de oro contra la muestra de historietas que organizó con Romero Brest. Una digresión y no tanto, un detalle a pensar: el segundo nombre de Masotta es Abelardo. En esta instancia, conviene resaltarlo, Castillo es el modelo antagónico de Masotta: el escritor austero que se confina el tiempo que haga falta para cincelar una obra versus el neurótico incurable a quien nada, ninguna tendencia lo conforma, y como un pibe pobre que entra en una juguetería, (¿rabioso?, insisto) quiere jugar con todos los chiches. Si para Masotta la vida es un happening, un ocurriendo, para Castillo siguen vigentes el marxismo y el existencialismo. La pregunta pendiente ahora, ¿contra qué Abelardo se trompea Masotta? Su fe en la literatura se venía deteriorando. ¿Y si su dandismo es una venganza de personaje arltiano de clase media que, con su resentimiento a cuestas, concreta su sueño de dinero, mujeres, prestigio?

“Arlt y yo habíamos salido de la misma salsa, conocimos los mismos ruidos y los mismos olores de la misma ciudad, caminamos por las mismas calles, soportamos seguramente los mismos miedo económicos.” Pero ningún sueño realizado es como se lo esperaba. Después de la consagración como intelectual de elite, ¿el desencanto, el crack up? Entonces su interés en Freud y Lacan, el psicoanálisis como monasterio personal. Se hace maestro. “Uno que anduvo en todas”, titulaba una producción sobre Masotta un suplemento cultural de Tiempo Argentino en noviembre de 1984. “Alguien que se leía a sí mismo como si fuera otro; un maestro, no un profesor; un hombre que no rechazaba a nadie; un marginal de nuestra cultura; alguien en quien la preocupación teórica se articulaba con los intereses cotidianos: cómo leer un texto, cómo arreglar un calentador Primus; un escritor que, como tal, no se resignaba a utilizar la palabra como instrumento porque iba a descubrir algo en ella”, dice la bajada anónima. En la producción intervienen nombres de prestigio intelectual. Roberto Jacoby: “De Masotta hay mucho para decir y ese exceso dificulta”. Eliseo Verón: “Masotta trabaja sobre el pensamiento lacaniano bajo la forma de un discurso que no es, en modo alguno, lacaniano. Lo que tal vez marque el encuentro de Masotta consigo mismo, a través de Lacan”. Jorge Jinkis: “Será tentador buscar el rasgo común de esa serie heterogénea de intereses para dibujar la figura unificada de alguna originalidad, convertir a Masotta en lo que Darío llama `un raro’. El mismo construyó un anecdotario propicio para alimentar el mito”. Luis Gusmán: “Reflexionar acerca de lo que Masotta escribió sobre literatura exige lo mismo que él se proponía en la lectura de los libros: el rigor”). Y Oscar Steimberg: “Era tan escritor. (...) Una vez en un prólogo escribió: `Un cierto borgismo siempre será pertinente’. Dicho por Masotta es algo que contiene alguna distancia, como el reconocimiento de algo que cuesta reconocer. Porque él no era un personaje borgiano, ni en términos de su práctica como intelectual que se relaciona con otros y su público, ni en términos de su escritura. Su lugar era otro. Y señalando ese lugar uno podría decir: la posición de Masotta en relación con la cultura de este país es algo que, como referente de límite, siempre será pertinente”.

6 Sexto intento ahora: subrayar qué significaba para Masotta el compromiso de escribir. Lo dice en su ensayo sobre Arlt: “Para defenderse de la gratuidad del acto de escribir había que escribir sobre temas que lo pusieran a uno en situación de peligro, que lo descolocaran ante los demás. Y hay entre otras (puesto que si se redacta un panfleto político el peligro es bastante inminente, policial y real) una manera de hacerlo. Escribir sobre uno mismo. Para desnudarse o para confesarse. Pero quien se confiesa se confiesa de algo, y para hacerlo es preciso un juicio retrospectivo y negativo, sobre ese algo. ¿Sería este mi caso? Y por otra parte, es difícil sortear el peligro de la falta de peligro. Es necesario decidirse entonces a sumarse en todos estos peligros para intentar sortearlos”.

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Foto historica de Contorno: David Viñas, Masotta y Sebreli
 
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