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Domingo, 25 de septiembre de 2011

Mi hijo el diputado

En su permanente rescate de hechos y figuras de la cultura judeoargentina, Myriam Escliar relata las historias de vida de Enrique Dickmann, primer judío en ocupar una banca en el Congreso, y otras figuras de un mundo que vale la pena volver a visitar.

 Por Juan Pablo Bertazza

Dickmann y otras historias de vida
Myriam Escliar

Acervo cultural
102 páginas

El domingo pasado, en las elecciones en Chaco, sucedió algo histórico: por primera vez fue electo jefe comunal un integrante de pueblos originarios, el qom Ricardo Sandoval, que obtuvo la intendencia de El Espinillo. Otro momento bisagra de la historia, otro escalón en esa escalera al cielo de la igualdad; algo que pudo lograrse mediante el consenso legitimador de una ley ejemplar como la ley del matrimonio igualitario, por ejemplo, o, simplemente, por el empuje de una persona. Ese empuje fue el que supo tener Enrique Dickmann, el primer judío en ocupar una bancada en el Congreso, fascinó a Myriam Escliar, la escritora más eximia en temas judíos, autora de Mujeres en la literatura y la vida judeoargentina y el imprescindible Los otros gauchos judíos.

Y no era para menos, porque la historia de Dickmann está llena de atractivos: nacido en Letonia en 1874, llegó junto a su familia a Buenos Aires a los doce años. Comenzó a estudiar a los veinte, siendo por entonces un total analfabeto, hasta convertirse en médico con medalla de oro, por consejo de su amigo y mentor Juan B. Justo. Aunque en 1904 ya era candidato a diputado nacional, recién pudo ocupar ese cargo con el advenimiento de la Ley Sáenz Peña. Ya en el interior de la Cámara de Diputados, Dickmann seguía siendo noticia por su notable retórica, sus histriónicos gestos y fina ironía. Como suele suceder en nuestro país, la de Dickmann es una figura que atravesó los principales hitos de la política del siglo XX, siempre superando los obstáculos de ser un rusito en el Congreso, siempre con políticas que buscaban mejorar la situación de los vulnerables. Para seguir con su línea de dificultades, fue apartado de su propio Partido Socialista en el año 1952 por mantener una actitud de diálogo con el presidente Perón.

Además de tomar la de Dickmann –historia que cierra el libro–, Escliar trabaja distintos episodios que tienen en común, justamente, ser actos rebeldes con causa que, además, revisten una inmensa belleza literaria, aun cuando algunos de esos actos se opongan a las buenas costumbres y a una moral conservadora.

Así como Dickmann cierra este volumen, la encargada de abrirlo es nada menos que Julieta Lanteri (personaje que ya había trabajado Escliar en Mujeres extraordinarias), otra inmigrante, en este caso italiana, que se convirtió en la quinta médica en la Argentina, gracias a un permiso especial del decano, Leopoldo Montes de Oca. Fundó el Partido Feminista Nacional y en 1919 se postula a una banca en el Congreso como diputada, convirtiéndose así en la primera mujer candidata en la Argentina.

Entre esas dos historias reales, con muchos elementos en común, Escliar despliega otros gestos rebeldes, empinados y vertiginosos de otras personas que no tuvieron quizás el renombre de ellos dos pero cuyas acciones también cuentan con un germen revolucionario: mujeres sometidas por despóticos maridos que deciden arrancarse la etiqueta de mujeres dóciles; sobrevivientes de distintos genocidios que sueñan simplemente con vivir, y hasta transgresores de la ley que eluden la traición y la trampa, como sucede en una de las historias más cautivantes de este libro, “La tía Antonia”, sobre una anciana que, sin querer queriendo, le cuenta a su sobrino que, en el patio, está enterrado su tesoro; a tal punto que el hombre empieza a desear la muerte de su pariente aunque el tesoro, finalmente, no sea precisamente lo que busca.

Historias mínimas basadas en gente inmensa, historias que devoramos con una pregunta en mente que Myriam Escliar se encarga también de formular: “¿de qué madera están hechos estos seres, que terminarán por ser los héroes de sus propias vidas?”.

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