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Sábado, 24 de diciembre de 2011

El descubrimiento de España

Entre 1936 y 1938, en plena Guerra Civil Española, Raúl González Tuñón escribió poemas, crónicas y documentos que giraron alrededor de la lucha antifascista y también de la guerra a secas, como una experiencia que lleva a revalorizar y replantear la vida. Reunidos en un solo volumen (coincidente a la vez con la reedición de Poesía reunida en Seix Barral), La muerte en Madrid, Las puertas del fuego y 8 documentos de hoy vienen a sumar a la reconstrucción de la figura de un militante que supo unir la lucha por una causa a la potencia de la expresión poética.

 Por Daniel Freidemberg

Nunca se dejó de leer a Tuñón, aunque no era fácil conseguir sus libros, pero ahora parece haber un redescubrimiento de esa poesía vitalista, emotiva y maravillada ante el mundo. Sea causa o consecuencia, o las dos cosas, la publicación de la Poesía reunida que para Seix Barral compilaron Adolfo González y Eduardo Alvarez Tuñón, su hijo y su sobrino nieto, coincide con el interés que el autor de El violín del diablo está despertando en una nueva generación de lectores mientras otros, más veteranos, comienzan a tenerlo en cuenta. Se le estaría dando a Raúl González Tuñón otro lugar en la literatura argentina. Estarían cayéndose muchas de las reservas que pesaban sobre el poeta y sus textos, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurrió con compañeros suyos de la vanguardia martinfierrista, como Borges y Girondo.

Los tiempos cambian, y, con los tiempos, los modos de leer. Algunas cosas deben haber ocurrido en este país para que ni un replanteo radical de la lengua poética como el de Girondo ni una densidad reflexiva como la de Borges sean ya condiciones prioritarias o excluyentes de valor poético, y se haya vuelto posible entonces atender a eso que Tuñón ofrece. Y, entre todo eso, algo que le hizo difícil superar el confinamiento en una franja del público lector: la izquierda o, más exactamente, quienes van a la poesía menos por interés en la poesía que para confirmar una identidad política. Que en una editorial como Beatriz Viterbo hayan aparecido los escritos de RGT sobre la Guerra Civil Española es notable. Si hasta hace no mucho sonaba casi inverosímil un Tuñón en el catálogo de este sello, más raro aún resultaba que el elegido para reeditarse fuera precisamente el Tuñón de estos libros, ciento por ciento políticos.

La muerte en Madrid Las puertas del fuego 8 documentos de hoy. Raúl González Tuñón Beatriz Viterbo Editora 217 páginas

Un gesto de politización, entonces, hasta en la ilustración de tapa: una miliciana o campesina con el puño en alto. Detrás, un prólogo de Julia Miranda y tres libros: uno de poemas, La muerte en Madrid, uno de crónicas, Las puertas del fuego, y uno de discursos y artículos, 8 documentos de hoy, de los cuales sólo había sido reeditado hasta ahora La muerte en Madrid (dos veces, una de ellas acompañando una edición dominical de Página/12, en 1996). Publicados originalmente en 1939, 1938 y 1936, que se los haya agrupado en un orden inverso al de su aparición es un acierto, porque 8 documentos..., mucho más atado a circunstancias puntuales, termina funcionando como apéndice y complemento del bloque bastante homogéneo y muy consistente que conforman los poemas y las crónicas. Escritos en Buenos Aires cuando recién comenzaba la Guerra Civil, estos urgentes llamados a que los escritores se alinearan contra el fascismo, incluyendo polémicas y denuncias, son lo que promete el título: documentos, y como tales dan cuenta de las tensiones políticas que atravesaban el campo literario argentino a mediados de los años ‘30, bastante sorprendentes si uno se fija en cómo quedan ubicados nombres como los de Marechal, Victoria Ocampo, Fernández Moreno o Mallea en la pugna entre los aliados de “el progreso” y los de “la reacción”.

Lo que ante todo queda documentado, sin embargo, es cómo Tuñón entiende su condición de militante de la cultura en el ‘36, dos años después de afiliarse al Partido Comunista, y cuáles motivos lo llevaron en 1937 a España y a poner al servicio del bando republicano su oficio de poeta. Ahí, en la escritura de poemas y crónicas, tan distinta del discurso directo, afirmativo y plano de los documentos, se advierte hasta qué punto la poesía le impone a Tuñón su propia fuerza, y corresponde agradecer a Beatriz Viterbo una edición que permite acceder al fin a poemas y prosas cuya calidad poética no está lejos de la del Tuñón de La calle del agujero en la media, Todos bailan o El rumbo de las islas perdidas, y, de paso, confirmar hasta qué punto se puede, haciendo poesía militante, hacer gran poesía. “Poesía militante” es la fórmula que mejor viene al caso, y no la más imprecisa “poesía política” (“toda poesía es política”, se dice), porque la cuestión está justamente en la función militante que Tuñón, al igual que Miguel Hernández y Pablo Neruda, entre otros contemporáneos y amigos suyos, quisieron, en cierto momento, darle a su producción.

Ya en La calle del agujero..., en 1930, despuntaba el deseo de “hacer una revolución con mis manos amigas del cristal, de la luz, de la caricia”, y el gesto fraternal hacia los pobres, los marginales y los trabajadores ya estaba en el Tuñón de los años ‘20, pero otra cosa es lo que anuncia el prólogo a La rosa blindada (1936), “me parece que ahora hay que hacer una poesía revolucionaria”, lo que implica “vincular mi sensibilidad y mi conocimiento de la técnica del oficio a los hechos sociales que sacuden el mundo”.

Centrado en la insurrección de los mineros asturianos, que el autor conoció en 1935, poco antes del inicio de la guerra, La rosa blindada abrió un rumbo en la poesía de lengua castellana: ya no se trata de dar lugar en la poesía a la inquietud política o la preocupación social, sino de componer poemas que sirvan como instrumentos de lucha. A algo había que renunciar para eso, se supone. Lo que en la poesía hay de complejidad, de ambigüedad, de inasible, de irresuelto, cede ante la necesidad de exaltar, condenar, promover o exhortar, y en la obra de Tuñón hay textos, como los de “Todos los hombres del mundo son hermanos” (1954), que lo confirman.

Parece confirmarlo también el primer poema de La muerte..., “Madrid”. Pero “Madrid (2)”, inmediatamente después, abre un irresuelto juego de contradicciones entre lo que nace y lo que muere, entre la pérdida y la voluntad de seguir adelante, que va a prolongarse en casi todo ese libro y Las puertas del fuego. El tuñonesco gusto por la imagen vívida y excitante hace su entrada luego en “El toro de Madrid”, con un trabajo rítmico y semántico que vuelve todo sorprendente, un poco desquiciado y con fuerza propia, hasta llegar a “El primer hombre muerto”, seguramente uno de los mayores poemas de Tuñón: crudo, implacable, un registro estupefacto y lúcido de la destrucción que volverá en la serie de “Los obuses” y con diferentes intensidades o coexistiendo con otros elementos, en la mayor parte de los dos libros.

Las enumeraciones arbitrarias, lo fantástico, el latido espeso y discordante de la concreta vida terrestre, la reflexión existencial y hasta el humor encuentran espacio en la escritura militante, si no en todos los casos sí en la mayoría, junto con esa curiosa y detallista mirada de flâneur que el genéticamente baudelaireano Tuñón extiende, ya no sobre las calles porteñas o parisienses, sino sobre la guerra. Más que por afirmaciones de fe, la España republicana queda realzada a través de gestos mínimos y de la terca persistencia de lo humano. Pero además la guerra se vuelve una experiencia iniciática y lleva a repensar la vida, a una suerte de aceptación de lo diverso y contradictorio de la realidad. Una sabiduría de estar en el mundo que sólo parece templarse en las peores condiciones.

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